Capitulo 2

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La semana pasa volando entre los exámenes de fin de curso...y más si estás en segundo de bachillerato, menos mal que estamos a mediados de Diciembre y aun me queda tiempo para ponerme las pilas. Con suerte aprobaré todas las asignaturas y digo con suerte porque cuando estás haciendo algo que no te gusta, es difícil que salga bien.

Las navidades están pisándonos los talones, ya han adornado con miles de luces la calle principal de mi barrio, siempre me ha encantado el ambiente navideño, sales a la calle y te encuentras a la gente mirando los escaparates, las tiendas, niños diciendo en el metro lo que quieren que les regalen los reyes magos, aunque con la crisis se hayan cerrado tantas tiendas o la gente salga menos, en navidad siempre se ve un paisaje más familiar, más cercano y me gusta. Siempre sueño que cuando tenga mi casa y sea navidad tendré un árbol enorme y lo decoraré con adornos que haga yo misma. A mi padre no le gusta la navidad, no le gusta que decore la casa, no le gustan las luces, ni e árbol, ni nada, odia la navidad.

Es viernes por la tarde, no nos han mandado demasiados deberes así que después de terminarlos me dispongo a sacar la caja con los adornos navideños que tengo. Como mi habitación es grande me pongo a pegar cosas en las paredes y ventanas: bombillos, guirnaldas y un par de luces.

Su recuerdo vuelve a atormentarme, oh, siento dolor en los más profundo de mis entrañas. Y ahí estoy otra vez, tirada en el suelo, las lágrimas inundan mi cara y lloro, sí, lloro desconsoladamente, la respiración se me acelera y empiezo a hacer sonidos raros. Llaman al timbre. Me limpio rápido las lágrimas y voy hacia el contestador.

- ¿Cristal? - pronto reconozco su voz, pero, es imposible que haya llegado hasta aquí.

- Sí, soy yo, ¿quién es? - pregunto como si no me hubiera dado cuenta ya.

- Matías, ¿puedes bajar? - el estómago me da un vuelco y me pongo nerviosa al instante.

- Sí, un momento - observo rápidamente la habitación, está todo hecho un desastre, las cajas están vacías y todo está por el suelo, suspiro. Corro rápidamente hacia el armario, me quito el pijama y me pongo mis mejores vaqueros, botas y un jersey de lana color beis. Me miro al espejo antes de salir. Aun se puede ver que he estado llorando, me pellizco las mejillas para darles un poco de color. Decido dejarle una nota a mi padre para que sepa que he salido y bajo.

Está de pie pegando a la puerta del portal de mi casa, lleva un gorro gris que le queda de maravilla, pantalones negros y una chaqueta que le combina con los ojos. Abro la puerta y su mirada perdida se mezcla con la mía, noto como el calor sube a mi cara, la respiración se me acelera levemente y noto una energía extraña, una energía que me atrae hacia él.

- Hola - susurra, me pregunto si él también lo habrá sentido. Se frota las manos, hace mucho frio Tiene los ojos oscuros y los labios cortados, debe de ser por el frío. Me acerco para darle dos besos.

- Hola - sigo en un tono muy bajo, dudo en si me ha escuchado o no.

- Si te estás preguntando cómo sé dónde vives, una amiga me facilitó la información - sonríe divertido y pienso directamente en Lara, ella sabe donde vivo.

- Vaya, así que has estado jugando a los detectives - digo, su ánimo divertido es contagioso.

- Sí, un poco - empezamos a caminar por la calle principal, hay mucha gente y mucho ruido y el frío no es que le sume puntos al paseo.

- ¿Te apetece un café? - me pregunta casi suplicándome que entremos a una cafetería, yo le digo que sí, claramente.

- ¿Qué tal tu semana? - le pregunto para acabar con el silencio que nos separa.

Las Princesas No LloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora