Tengo lo que se dice: un pasado oscuro, que está presente todo el tiempo en mi mente, entristeciéndome. Tampoco es que se lo haya contado a alguien, pero a veces es difícil atreverse a contar, no sabes si puedes ser escuchada o si a esa persona le va a importar.
Yo era una pequeña criatura de grandes y brillantes ojos miel que nacía un catorce de julio, mis padres soñaban con traerme al mundo, sobre todo para asentar el hogar y para unir más ese gran amor que se tenían, según mi abuela.
Nada de eso sucedió, dejé de ser deseada después de unas horas de nacer. Mi madre dejó de respirar el mismo día de mi nacimiento, postrada en la cama, mi cuerpo nunca conoció sus brazos, ni sus ojos me conocieron a mí.
Mi padre nunca pudo superarlo y dudo que lo haya hecho ahora. No quiso recibirme en su casa, así que viví con mi abuela materna hasta casi los seis años, él solía visitarme una vez al mes o a veces ni eso, me dejaba una bolsa con regalos en navidad.
Tras la muerte de mi abuelo, mi abuela murió meses después, algunos dicen que fue de tristeza, el abuelo siempre había sido todo para ella y creo que nunca volveré a ver a dos personas más enamoradas.
Mi padre tenía ahora la responsabilidad de encargarse de mí ya que mis abuelos paternos vivían en Francia y no podía dejarme a cargo de ellos, asique decidió meterme a un internado. Allí fue donde me crié, rodeada de monjas y niñas de todo tipo de edades.
El día de mi doceavo cumpleaños vino a buscarme, solía venir una o dos veces al mes, pero supe que esta vez sería diferente, apenas me vio se abalanzó sobre mí y me dijo con los ojos llorosos que jamás volvería a dejarme sola.
Me llevó a casa, a su nueva casa, vivía con María, su nueva esposa y allí fui donde lo conocí, Alejandro, tan solo tenía dos años cuando su mirada se clavó sobre la mía, lo reconocí nada más verle y me asombro que papá nunca me hubiera hablado de él, era mi hermano y desde ese día una de las pocas persona que me entendían de verdad, me admiraba o eso era lo que me daba a entender cuando le leía mis historias, nuestras historias, por eso es que siempre que pienso en él le veo por todas partes riendo con esos enormes ojos grandes y verdes que había sacado de mi padre.
Pero nada es para siempre, los momentos felices se esfuman como la lluvia y no sé si llamarlo mala suerte pero al parecer todo lo que llega a mi vida se esfuma, como el Sol cada día, como todo.
Recuerdo que cada viernes salíamos ir juntos al parque, a veces en bici o simplemente a despejarnos un poco del colegio. Recuerdo su insistencia por querer salir y como le grité enfadada porque tenía que estudiar, ojalá pudiera cambiar todo lo que le dije.
Siempre pagamos nuestro mal humor con las personas que menos se lo merecen, con los que nos quieren.
- ¡Pues iré yo solo! - chilla desde su habitación. Noto como me hierve la sangre, odio que me responda.
- ¡Alex, te he dicho que te pongas a hacer los malditos deberes! Hoy no vamos a salir al parque - digo pegando un portazo.
Escucho sus sollozos, lo ignoro. Saco los cuadernos y me pongo a hacer los deberes. Ya no hay ruido, sonrío para mis adentros, al fin se ha tranquilizado.
Y claro no me doy cuenta de que él ya ha abierto la puerta, ha cogido su pequeño jersey azul marino y la pelota de goma que le compré yo misma y se ha ido al parque, y es que solo es un niño de 6 años, ¿dónde está el peligro para él? ¿Dónde está el miedo? Pues claro, esta debajo de la cama o dentro del armario cuando apagamos la luz, está detrás de la puerta de casa cuando se porta mal.
Encontraron su cuerpo ese mismo día, en medio del cruce de coches que separa la acera del parque, su pelota de colores estaba debajo del coche de enfrente, y ahí es donde tendría que haber estado yo, para decirle que se esperase, que cogeríamos la pelota después de cruzar por el paso de cebra, pero no, no estaba, él estaba solo, con tan solo seis años, y yo claro, yo tenía que estudiar, tenía que prepararme el examen mientras atropellaban a mi hermano.
Ya es por la mañana cuando me levanto, no deben ser más de las diez. Hace frío. Nada más abrir los ojos me doy cuenta de que me he quedado dormida con la ropa con la que salí ayer y estoy abrazada al cuaderno de historias.
No tengo el valor para mirarme al espejo. Me quito la ropa y me pongo el pijama, es sábado y quiero quedarme en casa, me meto de nuevo en la cama, estoy agotada aunque acabo de despertarme. Y me quedo dormida otra vez.
Me despierto con la voz de mi padre llamándome a comer. ¿Qué hora es? Son las tres de la tarde.
- Yo ya he comido, no quería despertarte - me dije mientras se pone la chaqueta.
- ¿Vas a salir? - asiente, está contento por alguna razón que desconozco, le sonrío.
- ¿Vas a salir tú hoy? - me dice. Después del numerito que me montó ayer tengo ganas de quedarme en casa hasta los cuarenta - No creo que llegue para cenar - me guiña el ojo.
Oh, así que mi papá se ha echado novia y es que papá se quedó solo de nuevo cuando Alejandro se fue, María no volvió a mirarle a la cara.
- No lo sé papá, quizá vaya a dar un paseo - le digo y empiezo a comer. Ha hecho una sopa de fideos riquísima, al pensarlo me acuerdo cuando papá no sabía cocinar, y yo tampoco, así que los dos tuvimos que aprender juntos...y vaya par.
- Vale, haz el favor de contestarme el teléfono cuando te llame - frunce el seño ahora más serio y yo asiento a la vez que devoro mi plato, estoy más que hambrienta - no vuelvas tarde cariño - se acerca y me da un beso en la frente, me mira sonriente y parece que ha rejuvenecido diez años y empiezo desde ese momento a dar las gracias a la mujer que ha puesto a mi padre así de contento.
Después de terminar de comer recojo el salón y mi habitación. Me doy una ducha con agua demasiado caliente y me pongo una sudadera ancha, unos pantalones ceñidos al cuerpo y los zapatos de andar por casa. Enciendo la tele y me pongo a ver una película, una de esas como las del domingo, en fin, una birria.

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Las Princesas No Lloran
Chick-LitY ya no existe tiempo ni distancia cuando escucho nuestra canción, sólo quiero ver un millón de estrella, esas que tú me regalaste "look how they shine for you".