Tercer capítulo

36 1 0
                                    

                                           

                                                 CAPITULO TERCERO

 A las doce en punto de la mañana, estaba en la puerta de la casa del acantilado, era como un reloj suizo y el hombre lo sabia, se había adelantado a el, en  algunos minutos para poder estar en la casa antes, desde la mesa le dijo que entrara.

   _ Buenas tardes, estas dispuesto ha saberlo ya todo de mi.

   _ Buenas, si estoy dispuesto.

   _ Siéntate, empezare por decirte, que me marche a los dos días de la visita de la sirena, hice un atillo y me lo colgué en la espalda, me despedí de mi familia adoptiva y me marche, le di un par de  monedas de oro a Pepa, aquella mujer había quitado comida de su boca, para dármela a mi y yo tenia que pagárselo con algo. Salí del pueblo andando, cuando llevaba varios kilómetros…

   _¿No le pregunto de donde lo había sacado?

   _ No le di tiempo, se las puse en la mano y me marche. Como te iba diciendo, cuando llevaba varios kilómetros andado, me adelanto una carreta, que llevaba hortalizas a la ciudad, el cochero me pregunto a donde iba y me dejo montar con el, no he conocido nunca mas a un hombre, que hablase tanto como aquel, yo me aproveche de aquella peculiar faceta suya, para averiguar cosas de la ciudad, me entere de todo, casi llegue a saber donde se encontraba cada sitio, me dijo donde estaban las universidades, donde estaba el ayuntamiento, el hospital, el mercado, la zona rica donde vivían la aristocracia y la zona humilde donde era muy difícil sobrevivir sin dinero, le pregunte a donde podría vender un anillo de oro para conseguir dinero y el me contesto que había muchas casas de empeño y que todas eran iguales, también me dijo que debía de andar con ojo, que me robarían si me vieran con dinero o joyas cosa que me asusto un poco. Llegamos al mercado y me dejo en la puerta de una cantina, despidiéndose de mí y deseándome suerte, anduve un rato por las calles atestadas de gente, en una esquina leí un letrero, donde decía que se compraba oro, me encamine hacia allí. Cuando iba a entrar en el establecimiento alguien me sujeto el pie. Era un hombre muy desaliñado, limpio pero con ropa muy vieja y desgastada me dijo…

   _ Chico, se nota que eres de pueblo y el usurero que hay dentro te va a calar enseguida, y en menos que canta un gallo, estarás desplumado, eso si no manda a alguien detrás de ti, para robarte, agáchate y siéntate junto a mi, si quieres vender algo, yo te ayudare, conozco mejores compradores y no te estafaran.

   _ ¿Cómo puedo saber si el que me quiere estafar no eres tú?

   _ No lo puedes saber, pero si quieres hacer una prueba, pregunta al primero que pase, quien es el dueño de la tienda.

   Mire hacia delante, en ese momento pasaba un hombre mayor con una gorrilla y estirando de un borriquillo cargado hasta los topes.

   _ Por favor señor, podría decirme ¿como es el dueño de esa casa de empeños?

   _ El ladrón más grande que a dado madre, según he oído, le llego a robar a su propio padre.

   _ Muchas gracias.

   _Que ¿Me crees ahora?

   _ Si, siento haber desconfiado de usted.

   _ No lo sientas, es tu deber desconfiar de todo el mundo, yo me siento aquí para intentar salvar alguna persona confiada, no todos los días se consigue y a veces me manda algún esbirro par echarme de aquí.

   _ Me diría donde podría vender una moneda de oro, sin que me engañaran.

   _ Según la clase de moneda que quieras vender, no es lo mismo vender una moneda de un siglo, que otra de varios.

La casa del acantiladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora