Capítulo 6: Un nuevo enemigo

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Capítulo 6: Un nuevo enemigo 

Erenzarth despertó en una cama del hospital central de Luxor. Nada más hacerlo, Elkrim, que se encontraba sentado en una de las sillas de la habitación, se levantó de inmediato. 
- El…El…Elkrim… - Le dolía la cabeza. - ¿Qué…Qué ha pasado? – Estaba confuso. 
- ¡Enfermeras! – Gritó a la vez que se acercaba a su rey. – Oh, Erenzarth, estás bien. – Le agarró de la mano. – Me tenías preocupado. – Hace ya una semana que te desmayaste, amigo. – Cuatro enfermeras, de la raza Kirn, entraron en la habitación.
- Mi señor, ¿Qué tal se encuentra? – No paraban de analizar cada dato de las maquinas que rodeaban a Erenzarth y de examinarle con sus instrumentos médicos. 
- ¿Cómo que hace una semana que me desmayé? –
Erenzarth hizo caso omiso a la enfermera y observaba a Elkrim incrédulo. - ¿Elkrim?, ¿qué narices ha pasado? 
- Por favor, le ruego que abandone la habitación. – La enfermera se dirigió a Elkrim. – Necesitamos verificar su estado de salud. 
- No, no, espera, Elkrim. – Elkrim abandonó la habitación. – Decidle que entre, tengo que hablar con él. – Erenzarth intentó incorporarse pero los cables que tenía enchufados al cuerpo se lo impedían. 
- Mi señor, estese quieto o le tendremos que sedar. – Las enfermeras trataban de retenerlo sobre la camilla. 
- Vale, vale, está bien, examinadme lo que queráis pero hacedlo rápido. – Erenzarth cedió a las presiones de las enfermeras que lo apuntaban con sus agujas. – Pero a ver dónde tocamos, eh. – Las agujas no le gustaban mucho. 
- Le puedo asegurar que no tocaremos ningún lugar delicado. – Acercó la aguja a Erenzarth. - A no ser….
– Las cuatro rieron al unísono. 

Mientras tanto, Elkrim miraba las noticias. Durante la última semana el imperio de Albastor había atacado planetas bajo el dominio de Luxor y, por si fuera poco, poseían un armamento increíblemente avanzado en comparación con el suyo. 
Además, hacía ya una semana que Elkrim había intentado contactar con Nastara, pero continuaba sin recibir respuesta. “Nastara ¿Dónde estás?” decía para sí, preocupado. 

La raza Kirn se caracterizaba por tener el mayor coeficiente intelectual de todo Undamur. Procedentes del planeta Yindu, se trata de unos seres bípedos de entre metro setenta – metro ochenta de altura. Carecen de cabello en su cuerpo y tienen unos tentáculos móviles en la cabeza que, entre otras muchas cosas, son capaces de alargarse a grandes distancias y coger objetos de difícil acceso.  La delicadeza de estos seres era bien conocida por todos. Los miembros de la raza Kirn estaban compuestos por unos débiles huesos y una muy leve musculatura. Debido a esto, si se les golpeaba accidentalmente podían llegar a morir. 
Su piel era muy suave y de colores claros. Esto resultaba muy agradable y apaciguador para los seres que los observasen. De esta manera se autoprotegían de forma natural ante sus enemigos, ya que al apaciguarlos, estos no los atacaban y no corrían riesgo de morir por un golpe.  Su rostro se caracterizaba por dos ojos muy similares a los de la raza Humana, de colores claros, que por lo general solían ser blancos, amarillos, rosas y verdes. También estaban provistos de dos orejas puntiagudas, una boca con su dentadura y una larga lengua similar a la de los camaleones. 

Mientras tanto, en los confines de Undamur, los habitantes del planeta Numbilar, capital del imperio gobernado por los Andrash, se preparaban para un inminente asedio por parte de un enemigo desconocido que provenía de lo que se conocía como “Kar-tamún” o lo que es lo mismo “Gran oscuridad”. 
Los emperadores del imperio Numinar, Umdur y Kalakarn, buscaban alocadamente una nave de transporte en la que introducir a su querida hija Nastara, ante el temor de la contienda venidera. Querían alejarla lo máximo posible de allí ante la negativa de su hija, quien quería quedarse y luchar por su pueblo.
- Nastara, debes marcharte de aquí. – Su padre Umdur la tenía agarrada del brazo y forcejeaba con su hija. –  Corres peligro quedándote aquí durante la batalla. 
- ¡Para!  - Forcejeaba. - ¡Suéltame, me haces daño!  ¡no quiero irme! – Batía sus alas hacia atrás con la intención de ralentizar a su progenitor lo máximo posible. 
- ¡Estate quieta! – Su madre la empujaba por la espalda. - ¡Debes marcharte, cariño! 
- ¡No, no quiero irme! – Se frenó en seco. 
Ninker, su prometido, se acercó a ella desde la entrada del castillo. Umdur y Kalakarn soltaron a Nastara, quien instantáneamente corrió hacía su prometido, para que finalmente ambos se fundieran en un abrazo.  
- Oh, Ninker, no dejes que me lleven lejos de ti. – Se acurrucó en su pecho. – Por favor, no quiero marcharme. 
- Nastara… - Suspiró a la vez que la besaba la cabeza. – No podemos perderte. Eres el futuro de nuestro pueblo…
- Suenas como mi padre. – Se apartó de él. – Está bien, si quieres que me vaya… me iré. – Se volvió. 
- Nastara, no quiero que te vayas. – La agarró del brazo. – Es sólo que no quiero perderte…. 
- ¡¿Ah, sí?! – Se acercó a él. - ¡No es eso lo que parece! 
- Cálmate. – La abrazó de nuevo y la besó. – Si ellos te pierden – Observó con la mirada a varios soldados que salían del castillo. – Yo te pierdo. Y por nada del mundo dejaría que eso pase.
- Ninker… - Las lágrimas empapaban sus bonitos ojos azules. – Tengo miedo… no sé qué va a pasar…. no sé a dónde voy a ir….
- A Luxor. – Fue cortante. – Sé que allí te cuidarán como te mereces. 
- ¿A Luxor?, ¿Con Erenzarth? – Sus ojos se abrieron como platos. 
- Sí. – Agachó la cabeza y suspiró. – En estos momentos es el lugar más seguro de todo Undamur y….. y bueno…. está Erenzarth… y….. – Su voz se quebraba. – Escúchame. Volveré a por ti, te lo prometo. No pienso perderte por nada del mundo…. Y por nadie. – Esta vez sonó algo más frío.  
- ¿Ninker? – Nastara se alejó levemente de su prometido, desconcertada por sus palabras.  Un gran estruendo resonó por todos lados, seguido de una gran cantidad de naves enemigas atravesando la atmosfera de Numbilar y abriendo fuego contra su superficie. 
- Márchate, ¡Rápido! – Ninker la besó una última vez y salió corriendo hacia el exterior del castillo. 
- ¡Ninker! – Su padre y su madre se la llevaron de allí rápidamente. 

Los bombarderos enemigos atacaban incesantemente con unos explosivos que, al impactar contra el suelo, provocaban unos haces de luz amarillos muy intensos a la vez que una cuantiosa cantidad de daños. 
Umdur y Kalakarn llevaban a su hija por los pasillos del castillo con el fin de llegar al hangar privado y subirla a una de las naves de transporte. Por cada impacto había un temblor y, por cada temblor el polvo caía de la techumbre.
- Vamos, ¡Corre!, ¡Corre! – Umdur empujaba a su hija. 
- ¡Al suelo! – Gritó Kalakarn, la madre de Nastara.  Una de las bombas impactó en los jardines del castillo envolviéndolo todo en llamas y dejando un panorama desolador. 
- ¡Vamos, ya estamos cerca! – Gritaba Umdur mientras miraba lo que quedaba de los jardines.  Los tres entraron rápidamente a los hangares en los que había cuatro pequeñas naves de transporte.  
- ¡Vamos, Nastara!, ¡Sube! 
Nastara subió a la nave rápidamente. 
- Bien, ahora escucha atentamente, hija. – Un gran estruendo, acompañado de un fuerte temblor resonó en la cercanía. – Tienes que esconderte y no mover ni un músculo. Las naves despegarán conjuntamente pero en diferentes direcciones. – Besó a su hija en la frente. – Luxor te aguarda, mi amor. 
- Oh... – La madre no paraba de llorar. – Mi pequeña… 
- Mamá.... – Ambas se fundieron en un doloroso abrazo. El padre se unió poco después. 
- Vamos hija, márchate ya. – El padre la volvió a subir en la nave. – Y recuerda, no te muevas. 
Las puertas de la nave se cerraron y Nastara puso en marcha el piloto automático. Mientras cogía altura observaba a sus padres, quienes agarrados de la mano se despedían de ella. 
Los cielos de Numbilar eran un alocado hervidero de naves. Los cazas y naves de batalla Andrash luchaban furiosamente contra las naves enemigas. Rápidamente, se ocultó bajo los mandos de la nave y dejó que ésta continuara su trayecto. 

Mientras tanto, en Luxor, los noticiarios ya se habían hecho eco de lo que sucedía en Numbilar y estaban reproduciendo las primeras imágenes del planeta bajo asedio. Elkrim, que continuaba esperando a que las enfermeras terminaran su análisis, observaba perplejo las imágenes. “Erenzarth va a volverse loco” pensó para sí. Las cuatro enfermeras salieron de la sala y se acercaron a Elkrim. 
- Erenzarth se encuentra estable y está en perfectas condiciones. No sabemos el motivo de su desmayo pero su actividad cerebral indica que se vio alterada momentos previos al mismo. – Hizo una pausa. – Puedes pasar, le daremos el alta enseguida. – Observó las noticias. - ¡Por los dioses! – Exclamaron las cuatro enfermeras aterradas. 

Una de las muchas bombas enemigas, lanzadas sobre Numbilar, había impactado de lleno sobre el castillo, destrozándolo por completo.  Elkrim observaba las naves enemigas extrañado, no había visto nunca unas naves tan potentes y resistentes. Además, estaban provistas de una tecnología muy superior a la de cualquier imperio conocido.
Numbilar estaba completamente arrasado y todo estaba sumido en el caos. 
Se volvió y entró en la habitación de Erenzarth, quien lo esperaba tumbado en su camilla, tal y como lo había dejado al salir pero con un menor número de cables. 
- ¿Cómo que ha pasado una semana desde que me desmayé? – Erenzarth, ajeno a lo que estaba sucediendo en el exterior, seguía confuso. – Elkrim, ¿Qué me pasó? 
- Pues verá, mi señor. – Cerró la puerta al notar que la gente se había comenzado a congregar en torno al televisor. – Volvió a mis aposentos poco después de dejarle en su cama y estaba muy nervioso. Me dijo cosas sobre  los Jhaktik y se desmayó. Al principio pensé que se despertaría poco después pero no fue así. – Hizo una pausa. – Así que llamé a los servicios médicos y lo trasladaron hasta aquí.  
- ¡¿Qué dije acerca de los Jhaktik?! – Erenzarth se estremeció al oír esa palabra. 
- Si no recuerdo mal…. Dijo algo acerca de que estaban viniendo. – Elkrim no paraba de pensar en
las imágenes que acababa de ver. – Sí, algo de eso decía. 
Nada más escuchar las palabras de Elkrim, Erenzarth, que no recordaba gran cosa de aquel momento, comenzó a recordar lo que sucedió en su mente. Entonces, la imagen de Nastara se le apareció en la cabeza seguida de aquella terrorífica voz diciendo “¿Qué pasaría si Nastara muriera?”
- Elkrim. – Erenzarth se incorporó levemente sobre la cama con el torso al descubierto. – Los Jhaktik se introdujeron en mi mente, no sé cómo ni por qué, pero lo hicieron. – Elkrim lo observaba pensativo. – Elkrim, Nastara está en peligro. Tengo que ir a Numbilar, tengo que salvarla.  – Dijo llevándose las manos a la cabeza y entristecido. – No puedo perderla, Elkrim. – Miró a su amigo que, a su vez, lo miraba preocupado. 
Un grito de terror resonó tras la puerta de la habitación. 
- ¡¿Qué está ocurriendo ahí fuera?! – Erenzarth estaba alarmado. – Elkrim, abre la puerta. 
- Mi señor, no se preocupe. No es nada. – Trató de calmarlo. 
- Cuando pones esa voz suele ocurrir justamente lo contrario, amigo. – Erenzarth se soltó los cables y se levantó de la camilla. – Está bien. – Se incorporó ante la mirada de asombro de Elkrim. - Si no vas tú, iré yo. 
Erenzarth se tambaleó hasta la puerta. 
- Mi señor, no abra esa puerta. Se lo suplico. – Elkrim comenzó a desesperarse. No quería perder a su rey otra vez. – Por favor. Erenzarth no abras esa puerta. 
- Vamos, Elkrim. – Rio. – No puede ser tan grave, además Dark Angel ya habrá llegado para solucionarlo todo, como hace siempre. 
Erenzarth abrió la puerta y observó las imágenes de Numbilar. 

El planeta había sido arrasado y lo poco que quedaba en pie estaba siendo saqueado por las fuerzas enemigas. 
- Jhaktik… - Erenzarth observó a los enemigos. Eran los mismos seres que había visto en su mente. – Nastara…. - Comenzó a marearse. 
- ¡Erenzarth! – Elkrim salió en su ayuda rápidamente y pudo sostenerlo en pie. – Erenzarth, no te vayas otra vez, amigo. 
Las enfermeras acudieron a su rey rápidamente con la intención de evitar que este volviera a desmayarse. 

Mientras tanto, cerca de los confines de Undamur, Yhajirt seguía a las naves Ekils huidas de la batalla. Se encontraba en el interior de un caza de combate con el denominado “modo fantasma”, es decir, indetectable para cualquier tipo de radares, tanto terrestres como aéreos.  Llevaba ya una semana tras ellos y todo apuntaba a que se estaba acercando al final del trayecto. A lo lejos, Yhajirt podía vislumbrar una gran congregación de naves totalmente desconocidas para él. Parecía tratarse de una flota inmensa. 
Redujo la velocidad y se acercó lentamente hasta situarse a una distancia prudente. Tener el modo fantasma activado no significaba que no pudiera ser detectado por alguna nave de reconocimiento que chocase contra él. 
Una vez se hubo situado a una distancia prudente desde la que pudiera observar a la flota, se percató de que había dos tipos de naves. Era como si se tratase de dos imperios.  Estacionó la nave y se acercó al aparato radiofónico con la esperanza de captar alguna comunicación enemiga. Yhajirt fue probando frecuencias de radio hasta que, de repente, se comenzó a escuchar una conversación. 
- Albastor, quiero que mantengas tus ataques sobre el imperio de Luxor. – Era una voz fría y escalofriante. – Erenzarth no dudará en atacarte. Resiste todo lo que puedas y déjanos el resto a nosotros.  Ya es nuestro. – Hizo una pausa. – Hemos entrado en su mente. 
- No sabe la que le espera. – Esta vez, la voz de Albastor sonó a través de la radio. Reía a carcajadas. – No te olvides de mi parte. – Sonaba desconfiado. – Quiero la mitad de Undamur que me prometisteis. 
- No te preocupes, Albastor. – Hizo una pausa. – Tendrás lo que te mereces.

Unas interferencias enturbiaron parte de la conversación. Yhajirt trató de recuperarla y, tras varios intentos a la desesperada, decidió volver a los mandos de la nave. Se abrochó el cinturón y arrancó los motores. La nave se puso en marcha y, cuando se disponía a partir, el comunicador recibió un mensaje. Apretó el botón y lo escuchó. 
- Hola, Yhajirt. – Era la voz escalofriante de la conversación anterior. - ¿No te enseñaron en Luxor que es de mala educación espiar conversaciones ajenas? 
Repentinamente su sistema de camuflaje se desactivo, dejándole al descubierto ante la flota. Otro mensaje llegó. 
- Simplemente…. corre. – Era la misma voz.  Yhajirt observó como miles de naves, que por su tamaño eran de ataque, se acercaban a toda velocidad disparando sus armas.  Inmediatamente viró la suya y aceleró al máximo para alejarse lo más rápidamente posible de aquel lugar. 
Uno de los disparos alcanzó el motor de propulsión, negándole la posibilidad de hacer un salto hiperespacial a
Luxor. Yhajirt, al verse claramente en inferioridad, observó que, orbitando un planeta cercano, había un gran cinturón de asteroides y sin pensárselo dos veces, se introdujo en él a toda velocidad. 
Las naves enemigas, que eran una incontable multitud, observaron los movimientos de Yhajirt y, al contemplar el cinturón de asteroides, se dieron cuenta de que debido a su gran número sería un suicidio adentrarse en él. 
Yhajirt, que se había escondido tras un asteroide, observaba cómo las naves enemigas viraban su rumbo y retrocedían hacia la flota. Su estrategia había surtido el efecto que estaba buscando.  

Mientras tanto, Nastara viajaba a Luxor en el interior de su nave de transporte. Lo último que había visto de Numbilar era la imagen del mismo envuelto en una gran nube de humo tan negra como el vacío mismo del espacio. Su salida del planeta no había sido tan costosa como se preveía. Las naves enemigas no se percataron de su presencia y esto le supuso una ventaja en la huida. No obstante, una de las naves de transporte que ascendían a su lado impactó contra una nave enemiga, lo que propició que éstas se centraran en la procedencia de la misma. Desgraciadamente, tras este suceso, el castillo donde Nastara se había despedido de sus progenitores fue bombardeado hasta su completa destrucción. 

El interior de la nave de transporte no era muy amplio. Constaba de una litera en la zona trasera, una cristalera, que se encontraba frente a los mandos de la nave, una puerta a su izquierda y, por último, tenía una balda y un armario frente a esta última en los que había varios ropajes, plantas frutales de Numbilar y una foto de Nastara posando junto a su familia y prometido sobre las escaleras del castillo.  
Observaba la foto apenada mientras las lágrimas le recorrían el rostro. “¿Qué habrá sido de ellos?” pensaba para sí. 
La nave comenzó a realizar una serie de sonidos, indicios de que el motor de hiperpropulsión estaba siendo activado. Tal y como se hacía en estos casos, se sentó en la cabina y se abrochó el cinturón de seguridad ya que, de no hacerlo, saldría impulsada e impactaría a una inmensa y peligrosa velocidad contra la parte trasera de la nave, hecho que seguramente le resultaría mortal.
La cuenta atrás comenzó a resonar. 
- Hiperpropulsión en diez, nueve, ocho….
Nastara, que había cogido previamente la foto del estante, la abrazaba con los ojos cerrados.
- Tres, dos, uno. Hiperpropulsión activada. 
Un fuerte retroceso sacudió la nave. Nastara ya no se encontraba en los confines de Undamur, el paisaje había cambiado, ante ella se alzaba el poderoso planeta de Luxor.  
El comunicador de la nave comenzó a emitir señales provenientes de Luxor. Eran las fuerzas de seguridad. Inmediatamente se desabrochó el cinturón y se acercó hasta él. 
- Nave de transporte proveniente del planeta Numbilar. Identifíquese o será derribada. – Era una voz seria. 
- Nastara, princesa de Numbilar y del imperio
Andrash, solicitando permiso para aterrizar. 
Hubo un gran silencio. 
- ¿Cómo podemos verificarlo? – Sonó firme. – No teníamos conocimiento de que alguien hubiera sobrevivido al asedio de Numbilar. 
Nastara, que no sabía qué hacer, se comenzó a desesperar. Entonces lo recordó: “Erenzarth, él me reconocerá”.
- ¿Erenzarth?, ¿Estás oyendo esto? – Hizo una pausa. – Erenzarth, te necesito.
 
Desgraciadamente para Nastara, Erenzarth se encontraba aún en el hospital central de Luxor. 
Las enfermeras habían evitado que volviera a desmayarse y todo apuntaba a que, de nuevo, se estaba recuperando satisfactoriamente. 
- Elkrim, tenemos que ir al centro de mando. He de avisar a los ejércitos de Luxor sobre el peligro que nos acecha. – Erenzarth se levantó de la cama. – No podemos perder más tiempo aquí, ellos vendrán y debemos prepararnos. 
- Mi señor, no sé si es buena idea que salga de aquí. – Hizo una pausa. – Mire lo que le está sucediendo,
no para de desmayarse cada dos por tres. – Sonaba preocupado. 
- Elkrim, Luxor nos necesita. – Se acercó al armario de la habitación y comenzó a vestirse. – Mi pueblo me necesita. No puedo fallarles. 
El comunicador de Erenzarth comenzó a sonar. 
- ¿Erenzarth? – Era la voz de Ghijart. 
- Dime, Ghijart ¿Qué ocurre? – Se colocó los pantalones.
- Erenzarth, tenemos una nave de transporte tratando de entrar en Luxor. – Hizo una pausa y suspiró. – Dice ser Nastara. 
El corazón de Erenzarth se heló. No podía creer lo que estaba escuchando.  
- ¿Nastara? – Estaba completamente descolocado. - ¿Nastara está viva? 
- Erenzarth, no nos precipitemos. – Esta vez fue Elkrim quien intervino. – Podría tratarse de una trampa. – Temía que su rey se ilusionase. No quería que volviera a desmayarse fruto del posible engaño. 
- Mi señor, ha solicitado que escuche la conversación. – El sonido de un botón resonó desde el comunicador. 
- Por favor, ¿Erenzarth?, ¿Alguien puede ponerme con Erenzarth? – Nastara estaba completamente desesperada. - ¿Hay alguien? 
Los ojos de Erenzarth se abrieron como platos. La voz de Nastara se escuchaba al otro lado del comunicador. 
- ¡¿Nastara?! – Agarró el comunicador con ambas manos. - ¡Nastara!, ¡¿Eres tú?! 
- ¡Erenzarth! – Su tono esta vez era de alegría. - ¡Qué alivio escuchar tu voz! 
- Ghijart, dejadla entrar. – Erenzarth sonó frío. – Es ella. 
- Mi señor, puede tratarse de una grabación… - Elkrim trató de calmar a su eufórico rey. 
- ¡Cállate! – Se enfureció. - ¡Es ella! – Abrió la puerta bruscamente y salió de la habitación. 

Mientras tanto, Yhajirt continuaba vagando a través del cinturón de asteroides en busca de una salida que fuese segura. Estaba a una semana de Luxor y eso le iba a suponer realizar un viaje más largo del que había previsto, por lo que en su mente estaba barajando la posibilidad de aterrizar en el planeta Alkamir y aprovisionarse para el largo viaje. 
El problema residía en que la flota había llegado antes que él y controlaba el planeta al que estaba pensando acceder. No obstante, Yhajirt sabía que era eso o salir a la aventura durante una larga semana hacia Luxor, sin contar la cantidad de peligros que podrían cruzarse en su camino y la inmensa flota que lo estaba persiguiendo. Viró la nave para esquivar un par de pequeños asteroides que se le acercaban de frente y observó Alkamir.

El planeta Alkamir era uno de los planetas “protegidos” del imperio de los Andrash, denominado imperio Numinar. Se trataba de un planeta con un tamaño y características idénticos a los del planeta original humano, conocido como La Tierra, lo que hace que este planeta sea especial es su abundante cantidad de flora y fauna que, junto a sus grandes océanos y ríos, crean unos paisajes tan hermosos que emocionan a cualquier espectador. 

“¿Qué hacer ahora?”, pensó. Tenía amigos en Alkamir y sabía que, de aterrizar en el planeta, estos no dudarían en ayudarlo. Sin embargo, Yhajirt no quería poner en riesgo la vida de sus amigos, por lo que su cabeza era un completo caos. 
Finalmente, tras una larga lucha interna, optó por descender al planeta. Undamur podía ser un lugar peligroso si no ibas bien preparado y debía volver a Luxor para avisar a Erenzarth sobre su hallazgo. Sobrevivir al viaje no era una opción, era un deber. 
Yhajirt comenzó el descenso al planeta. Durante el recorrido varias patrullas de reconocimiento enemigas pasaron cerca de él, teniendo que esquivarlas para que éstas no lo detectaran. Se adentró en la atmosfera del planeta, su nave se vio envuelta en una llamarada de fuego y la velocidad aumentó considerablemente. Reguló los controles para contrarrestar este aumento y se adentró en el espacio aéreo de Alkamir. 
Bajo Yhajirt se alzaba un imponente bosque cuyos árboles estaban compuestos por hojas de colores negro y azul, “El bosque de los susurros” se dijo para sí, “Estoy cerca del poblado de Mindam”. Yhajirt tenía un amigo en ese pueblo, un Kalakarn de nombre Bruk. 

Bruk ayudó a Yhajirt en su día en la captura de un malvado pirata espacial que tenía atemorizadas a varias estaciones espaciales del imperio Numinar. A cambio, Yhajirt le condecoró con la insignia de “Protector de Undamur”, una insignia que solo tenían unos pocos. 

Ante el temor de que la flota hubiese apostado guardias a lo largo de Mindam, Yhajirt aterrizó la nave en las lindes del bosque con la intención de recorrer la distancia que faltaba a pie. Aun llevaba puesta la armadura de combate y esto  era un grave problema. 
La nave se posó y Yhajirt descendió de la misma. El modo fantasma continuaba activo, por lo que era imposible que alguien se hubiera percatado de su presencia. Observó la columna de humo que sobresalía de Mindam en la lejanía
“Espero que estés bien, Bruk” pensó para sí. 
Un gran rugido resonó tras él desde el interior del bosque. Yhajirt se estremeció, había oído cientos de leyendas acerca del bosque de los susurros y  de los seres que lo habitaban.  Acto y seguido escuchó el sonido de lo que parecía ser un grupo de individuos acercándose desde el interior de la arboleda y decidió introducirse nuevamente en la nave para ver qué era tanto alboroto. 
Un grupo de veinte aldeanos apareció de entre los árboles, seguidos por unos seres muy extraños que los apuntaban con las armas que Erenzarth y él habían descubierto en la contienda de los Ekils. 
- ¡Moveos ratas! – Gritaba uno de los seres. – ¡Alto!, no quiero que nadie mueva ni un músculo. – Todos se pararon. 
Sin entender el porqué de ese acto y no perdiendo detalle de lo que estaba sucediendo, Yhajirt observaba con los ojos alerta la escena. Los seres estaban colocando a los aldeanos en fila india mientras que, desde el bosque, los rugidos eran cada vez más cercanos. 
- ¿Escucháis eso? – El ser se acercó a uno de los aldeanos. – Ahora seréis testigos del grandioso y todopoderoso Mimdu. – El suelo tembló levemente y otro rugido resonó. - Nosotros lo solíamos llamar
“El segador”, vosotros: “leyenda”. – Rio. – De igual manera que nos llamabais a nosotros…- Un ser espantoso asomó su rostro desde la arboleda. – Contemplad ahora a Mimdu, ¡el segador! – Extendió los brazos y rio a carcajadas. 

El Mimdu era un ser horripilante. Se trataba de una bestia bípeda, amorfa, muy corpulenta y que alcanzaba los cinco metros de altura. Su cuerpo era recorrido por una sustancia viscosa que segregaba de la boca y lo inundaba todo, dejando un rastro acuoso allá por donde él anduviera.  Tenía dos brazos, el derecho claramente más largo y robusto que el otro, que terminaban en cuatro poderosas y afiladas garras, oscuras como el carbón. 
Su cabeza, que tenía claramente más volumen que el propio cuerpo, era redondeada y carecía de pelo. Por último, su rostro estaba compuesto por seis ojos, que estaban repartidos alrededor del mismo, dos agujeros, que hacían de nariz, una amplia y terrorífica boca, que estaba provista de cuatro hileras de afilados dientes, y dos orejas muy puntiagudas y llenas de pelo.
 
Yhajirt, al igual que los aldeanos, observaba horrorizado tal espantosa criatura. 
Para asombro de todos, ésta parecía no atacar a los extraños seres que portaban las armas. Era como si se conocieran de algo. 
- ¡Mimdu! – Todos, excepto los aldeanos, se agacharon. - ¡Mimdu!, ¡Mimdu! – Decían una y otra vez los seres mientras hacían continuas reverencias en señal de respeto. 
- Sorkrise rugh, Jhaktik´de, kam bunt-ni Alkamir´ka – Era como un susurro. 
Yhajirt se percató de que era lengua Roxar y observó que las palabras provenían de aquella bestia. Su significado era el siguiente: “Veo que los Jhaktik han venido a Alkamir. Yhajirt, sobresaltado se preguntó, “¡¿Los Jhaktik están aquí?!”.
Continuó observando lo que sucedía bajo la nave y, sin entender el porqué, vio como uno de los Jhaktik se acercaba a la bestia desarmado. 
El Mimdu lo olfateó y, acto seguido, se arrodilló ante él. Nada más hacerlo, el Jhaktik posó su mano sobre la cabeza del Mimdu. Tras varios minutos, la apartó y se alejó.  Yhajirt estaba completamente descolocado y no entendía nada de lo que estaba sucediendo. El Jhaktik continuó retrocediendo lentamente hasta que, a una distancia alejada del grupo, su cuerpo explotó. Todos, excepto los Jhaktik y el Mimdu, quien parecía estar en un estado de trance, se sobresaltaron. 
- U…U….- El Mimdu comenzó a incorporarse lenta y costosamente. - Unión establecida, mi señor. 
- Bien hecho, soldado. – Le respondió un Jhaktik que era algo más alto que los demás. – Ahora – Se volvió a los aldeanos y, sin previo aviso, se quedó mirando al lugar donde se situaba la nave de Yhajirt. - ¿Es normal que en Alkamir los trozos de carne y la sangre se queden suspendidos en el aire? – Se acercó a la nave y se llevó a un aldeano consigo. 
Yhajirt observó que varios trozos del Jhaktik explosionado se habían estrellado en la cubierta de la nave. 
- Dime, amigo. – Colocó al aldeano frente a la ocultada nave. - ¿Es esto normal? 
- N…No… - Estaba temblando. – No es normal.  Yhajirt, se acercó haciendo el menor ruido posible a los mandos defensivos de la nave. 
- ¡Yhajirt!, ¡Sabemos que eres tú!, ¡La flota nos ha informado de que descenderías al planeta! – El Jhaktik disparó al aire. - ¡Baja y enfréntate a nosotros! – El Mimdu se acercó hasta la nave.  La bestia, que portaba un pequeño árbol como arma, se posicionó para cargar contra la nave a la vez que el Jhaktik apuntaba con su arma a la misma. 
Al contemplar estos hechos, Yhajirt apretó el gatillo y los cañones de la nave comenzaron a disparar contra los enemigos que se encontraban situados frente a la misma y en las lindes del bosque. 
Los Jhaktik comenzaron a caer abatidos y el Mimdu, que había recibido varios impactos, se situó sobre la cubierta de la nave. Pese a los intentos de los Jhaktik por sobreponerse, terminaron retirándose hacia el interior del bosque.
No obstante, el Mimdu continuaba golpeando la nave incesantemente con el pequeño árbol que tenía como arma. Los aldeanos habían aprovechado la ocasión para huir del lugar y Yhajirt se había quedado solo ante el peligro. 
Su nave comenzaba a sufrir las consecuencias de los continuos ataques por parte de la bestia y, si no hacía algo pronto, terminaría entrando en su interior. 
Entonces Yhajirt tuvo una idea que, pese a no ser la mejor, sí era la única alternativa que le quedaba. 

De entre todos los botones que componían los mandos de la nave, había uno que era de extrema importancia no tocar nunca, excepto en casos extremos como este. Por supuesto estamos hablando del botón que iniciaba el proceso de autodestrucción de la nave. 
Yhajirt apretó el botón rápidamente y, tras silenciar la megafonía de la nave y desconectar el modo fantasma, salió de ésta haciendo el menor ruido posible. Se agachó y observó como la bestia continuaba golpeando y rugiendo incesablemente sin percatarse de que Yhajirt se encontraba ya en el exterior. 
Corrió la corta distancia que separaba su nave de la arboleda y se escondió tras un gran árbol varios metros más adelante. El Mimdu rompió la cubierta y se introdujo en la nave. Lo último que se escuchó antes de la explosión fue un gran rugido lleno de ira gritando “Yhajirt”. 

Mientras tanto en Luxor, Erenzarth y Elkrim se encontraban en el interior del centro de mando, junto a Nastara. Erenzarth había ordenador que la dejasen pasar y, tras reencontrarse amigablemente en el hangar central del planeta, partieron de inmediato al centro de mando para entablar comunicaciones con los demás imperios y alertarles sobre el nuevo enemigo que se acercaba imparable dese los confines de Undamur. Los Jhaktik.

Crónicas de Luxor: El Despertar del mal (Terminada  y a la venta en Amazon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora