Capítulo 8: El tratado de las divinidades

3 0 0
                                    

Capítulo 8: El tratado de las divinidades 

Los jardines, que eran muy amplios,  estaban divididos en parterres compuestos por flores de diferentes colores y tamaños. Entre éstos había un camino de piedra que era continuamente sobrevolado por esferas luminosas, un pequeño grupo de hadas y coloridas aves. En el centro del mismo había una gran fuente, rodeada por el agua de un pequeño estanque habitado por preciosas sirenas.  Frente a los parterres de flores había una pradera adornada por varios árboles de colores dorados. Sobre la hierba de ésta, había varios unicornios de diversos colores y un grupo de centauros pastando. Estaba rodeada por un profundo y misterioso bosque, que estaba siendo sobrevolado por varios pegasos. Por último, había un gran arcoíris que la recorría desde el centro hasta el interior del mismo. 

Erenzarth se acercó a la pradera. Sabía que, sin la ayuda de los dioses, la guerra contra los Jhaktik podría suponer el final de Undamur. Además, él era el único ser vivo de todo Undamur que podía acceder a la morada de las divinidades y volver. 
Se acercó hasta el centro de la pradera y, cuando se encontraba cercano al arcoíris, un sonido de tambores y canciones funerarias comenzó a sonar desde el interior del bosque. 
Erenzarth observó como una Lurinar, que parecía estar muy enferma, salía de la arboleda seguida por lo que parecía ser la gente de su poblado. 

Los Lurinar eran una de las cinco razas primigenias de Luxor. Eran seres de una delicadeza extrema y Erenzarth, en un intento por salvar su especie ante el incesante crecimiento del planeta, les cedió los jardines que componían su mansión para que no fuesen dañados por los gases contaminantes de las fábricas que había en el planeta. 
Se trata de seres muy altos, llegan a medir tres metros. Su piel es muy pálida y sus ojos azules como el zafiro. Su cabeza está recubierta por una larga melena rubia como el oro y tienen una nariz, dos ojos, dos orejas y una boca con una dentadura impecable y blanca como la nieve. Sus cuerpos son generalmente muy esbeltos y definidos, aunque sus líderes suelen tener algo de barriga.
Los Lurinar viven de una forma tribal y, debido a que rara vez salen del bosque, son muy difíciles de ver. Veneran a los dioses de la religión Roxul. Cuando un Lurinar está cerca de la muerte, su cuerpo comienza a tornarse de un color negro. Cuando esto ocurre, toda la tribu emprende un viaje denominado “Kilimdenth” o, “último adiós”, mediante el que todos acompañan al moribundo en un recorrido de despedida por las demás tribus, que finaliza con la llegada del mismo hasta el arcoíris. 

El grupo se situó frente al arcoíris y, tras despedirse de la Lurinar, volvieron al interior del bosque. Erenzarth se acercó al arco iris y la mujer se le quedó mirando. 
- Veo que…. – Le costaba respirar. - veo que tienes dudas sobre tu siguiente decisión, Erenzarth.- Miró al arcoíris. 
- ¿Cómo sabes eso? – Erenzarth estaba completamente sorprendido. 
- Soy una Lurinar. – Tosió. – No… noso…. nosotras siempre lo sabemos todo. - Tosió de nuevo. 
- Si eso es cierto…. dime, ¿quién ganará la guerra? – Entrecruzó sus brazos. 
La Lurinar rio y, tras toser varias veces, le respondió. 
- El mejor. – Le sonrió.  
Erenzarth rio y la sujetó del hombro cariñosamente. 
- ¿Qué te ocurre? – Su tono de piel era prácticamente negro.
- El pasado invierno contraje una enfermedad que ha resultado ser mortal. – Tosió de nuevo. – Los dioses aguardan mi llegada junto a mi familia. – Miró al arcoíris sonriente. - ¿Sabes?, llevo toda mi vida temiendo a la muerte y ahora la tengo aquí, frente a mis ojos, a un palmo. 
- Lamento que estés muriendo. – Miró al arcoíris. –
Yo también venía para ver a los dioses. – La miró. –
¿Cruzamos juntos? – Le estrechó la mano amistosamente. 
La Lurinar le agarró la mano. 
- Crucemos. – Su tono fue firme. 
Erenzarth introdujo la mano en el arcoíris y la Lurinar realizó la misma acción. Sus cuerpos se descompusieron en millones de diminutas partículas y comenzaron a ascender a través del arcoíris. Alcanzaron la cima en cuestión de segundos, era un lugar muy amplio y luminoso. 

Todo estaba cubierto por un suelo de nubes anaranjadas. Frente a Erenzarth había una gran escalinata dorada, que se alzaba hasta una inmensa pérgola de diamante. Tras él se encontraba la cima del arcoíris por el que había ascendido y, rodeándolo sobre las nubes, había una infinidad de almas. 
La Lurinar se encontraba a su lado aguardando el juicio de los dioses con nerviosismo. 
- Ya vienen. – Dos de los denominados Yúndari se la acercaron. 
En la religión Roxul, los Yúndari eran los jueces de los difuntos, es decir, los que permitían tu acceso al cielo o te condenaban a los infiernos. 
- Ulma, hija de Esparfis y Urfen, los Yúndari hemos estado juzgando tus acciones. – La miraban fijamente. – Te aceptamos en nuestro cielo. – La abrazaron. – Ve y descansa en paz junto a los tuyos. – Los familiares de Ulma se acercaron a ella y todos se fundieron en un múltiple abrazo. 
- Erenzarth. – Los Yúndari lo miraron. – Los dioses te esperan. – Se desvanecieron. 
Se despidió amablemente de la Lurinar y se acercó a la escalinata. 

Cuando se encontraba a los pies de la misma, un pegaso apareció de entre las nubes. Se acercó hasta Erenzarth y, tras inclinar levemente el lomo, permitió a Erenzarth subirse en él. Ascendieron a gran velocidad hasta la cúpula y, una vez frente a la entrada de la misma, descendió del pegaso y se adentró en la pérgola.  
Frente a él se alzaban imponentes, sobre sus ocho tronos, los dioses de la religión Roxul. 

A su derecha estaban el dios del tiempo Iritaya, junto al que se encontraba la diosa de la sabiduría Mara. A su izquierda se encontraba el dios de los océanos Azel, junto al que estaba la diosa de la tierra, fertilidad y las cosechas, Larsa. Frente a él se encontraba el líder de los dioses pertenecientes a la religión Roxul, el dios de los cielos, Tanda. A la derecha del mismo se encontraba el dios de la guerra Melkrom y, a su izquierda se encontraba Buntur, el dios de los infiernos. 
Todos miraban a Erenzarth. 
- ¿Erenzarth Illunium? – Tando habló pausadamente.
- ¿Qué te trae a nosotros? 
- Quiere pedirnos ayuda. – Mara fue rápida y precisa. – Está a punto de estallar una importante guerra y teme por el futuro de Undamur. 
- ¡¿Una guerra?! – Gritó Melkrom. - ¡Luchemos! – Se levantó del trono. 
- Sí… eso…. luchad… - Buntur sonrió malévolamente. 
- Debemos ser cautos. – Tando intervino. – No sabemos el enemigo al que nos estamos enfrentando. – Miró a Erenzarth. – Pero debe ser bastante grave. Erenzarth posee el ejército más poderoso e inmenso jamás creado y aquí está, pidiéndonos ayuda en la guerra. – Miró a Mara.
¿Qué debemos hacer? 
Mara miró a Erenzarth. 
- Los Jhaktik han vuelto. – Estaba preocupada. – Y están aliados con el imperio de Albastor. Han entrado en su mente. – Terminó. 
- ¡¿Los Jhaktik?! – Tando se sorprendió. – Dime, ¿Sabes algo acerca del planeta Unkram, Erenzarth?, ¿Te han mostrado algo los Jhaktik acerca de ese lugar? 
- No, no me han mostrado nada acerca de ningún planeta. – Erenzarth, que había estado callado hasta ahora, intervino por primera vez. – Pero sí nos han mostrado su fuerza en combate. – Suspiró. – Nos superan con creces. – Avanzó un poco. - Es por eso que solicito vuestra ayuda. Tenemos que eliminar esta amenaza por el bien de Undamur. 
- En eso te doy la razón, Erenzarth. – Iritaya intervino. – Desde la caída de Unkram, Undamur no se había visto tan amenazado como hasta ahora.
- ¿Qué es Unkram? – Erenzarth estaba extrañado, nunca había oído hablar  de ese lugar. – Me alegra volver a verte Iritaya. – Realizó una reverencia. 
- No hay tiempo para explicaciones, Erenzarth. – Tando fue rotundo. – Los Jhaktik son una amenaza para todos, eso está claro. 
Un inmenso haz de luz irrumpió en la sala, cegando a todos los presentes. Mera, la diosa de la religión Yllaer, se había aparecido. 
- Tenemos graves problemas. – Fue directa. – Los dioses de la religión Emit han desaparecido. Su infierno está completamente vacío. No hay nadie. – Miró a Tando fijamente. – Creo que Unkram ha sido despertado. 
La cara de los dioses cambió drásticamente. Todos estaban preocupados. 
- ¿Cómo sabes eso? – Preguntó Mara extrañada. 
- ¿La diosa de la sabiduría preguntando algo?, esto sí que no me lo esperaba. – Dijo Azel irónicamente.  - Azel… - Tando suspiró. – Erenzarth, si lo que dice
Mera es cierto y realmente el planeta Unkram ha
sido despertado, los dioses de la religión Roxul prestaremos toda la ayuda posible. 
- Puedes contar conmigo, Erenzarth. – Esta vez fue Mera quien habló. -Pero de momento, debemos mantenernos al margen. – Tando fue contundente. – Según las leyes divinas, los dioses no pueden intervenir en las guerras mortales a excepción de que nuestra existencia corra peligro. 
- Gracias. – Erenzarth, pese a no estar contento con la decisión tomada por los dioses, no podía faltarles el respeto. 
- Puedes irte, Erenzarth. Tenemos muchas cosas de que hablar. – Tando dio una palmada. 
Un gran destello iluminó la sala y Erenzarth, que ya no se encontraba en la pérgola, apareció junto a la entrada del arcoíris. “Tengo que averiguar de qué va todo eso de
Unkram” se dijo para sí, “Parece ser importante”, pensó. 

Mientras tanto, en los confines de Undamur, los Jhaktik habían edificado una gran estructura. Sus intenciones no eran otras que despertar Unkram, “el planeta oscuro”.

Unkram era el hogar de los Túlkar, una raza de seres ancestrales que no conocían la compasión, la bondad, el bien, el amor, la amistad. Eran seres que sólo sabían generar el mal, despiadados, sanguinarios, asesinos y crueles. 
En su día, atormentaron Undamur con su malévolo imperio. Pero, una alianza entre los primeros imperios de Undamur terminó destruyendo su yugo y los desterró a su planeta natal, Unkram. Los Jhaktik, al poseer la mayor tecnología de aquel tiempo, congelaron el planeta y a todo ser viviente que se encontrase en él, de esta manera los Túlkar quedaron congelados para siempre. 
Eran seres completamente negros, de una altura que rondaba el metro cincuenta y cuyos rasgos corporales más característicos eran sus ojos, sus dientes y sus garras, ya que eran de color rojo y resaltaban del resto del cuerpo. 

- ¿Está todo listo? – El emperador de los Jhaktik miraba el congelado Unkram. 
- Sí, todo listo, emperador. – El general Jhaktik estaba asustado y realizó varias reverencias. – Cuando usted ordene, Unkram será despertado. 
- Los Túlkar… - Hizo una pausa. – Hicimos bien en criogenizarlos. – Rio. – Esos otros imperios pensaban que los habíamos destruido para siempre. 
El general rio con él. 
- Vamos, diles a los de esa maldita máquina que la activen de una vez. – Fue severo. 
El general salió corriendo del camarote del emperador. 
- Bien, Erenzarth. Prepárate para la que te viene encima. – Dijo en voz alta mientras observaba como la máquina que apuntaba a Unkram se encendía. 

Mientras tanto, Yhajirt continuaba buscando a Bruk en el poblado. Había buscado prácticamente en todos los edificios que quedaban en pie y comenzaba a ponerse nervioso.
Se adentró en una casa, que se encontraba en muy malas condiciones, y observó que una mujer yacía inmóvil. Se acercó a ella rápidamente y comprobó que era una chica de raza humana de unos veinte años de edad. 
Yhajirt la tomó el pulso y, para su asombro, estaba viva. Todo apuntaba a que se había dado un fuerte golpe en la cabeza y se encontraba inconsciente. 
Salió cuidadosamente al jardín de la casa y comenzó a buscar una planta denominada “Kindra”. 

La Kindra era una planta que tenía grandes cualidades curativas y muy común en Alkamir. Entre sus características se encontraba la capacidad de reanimar a una persona inconsciente. 
Yhajirt arrancó una Kindra y la subió a la habitación. Una vez en ésta se acercó a la muchacha. Arrancó los pétalos de la planta, dejando su afilada punta al descubierto, la cual segregaba una sustancia de cualidades reanimadoras. La acercó al brazo de la joven y pinchó cuidadosamente la vena del brazo.  
La muchacha recobró el sentido casi al instante y, cuando se disponía a gritar, Yhajirt fue rápido y le tapó la boca con la mano. 
- Shh. No grites. – Susurró Yhajirt. – Los Jhaktik han tomado el pueblo. 
Los ojos de la joven se abrieron como platos. 
- Si haces ruido nos descubrirán. – Susurró de nuevo. – Ahora voy a quitarte la mano de la boca. Por favor, no grites ni hagas movimientos bruscos. – Separó lentamente su mano.
- ¿Quién…quién…. quién eres tú? – Aun estaba algo desorientada. 
- Soy Yhajirt, segundo rey de Luxor. – La ayudó a incorporarse suavemente. - ¿Te encuentras mejor? 
- Oh, Yhajirt. – Se llevó las manos a la boca. – No te había reconocido….. le había reconocido. Perdón, mi señor. – Hizo amago de reverenciarle.
- Dejemos eso para otro momento. – Yhajirt observó que le sangraba la cabeza. - ¿Qué te ha pasado? 
- No…. no recuerdo….mucho. – Hizo ademán de pensar. – Me duele…. La cabeza. 
Yhajirt se acercó a la cama y, de lo poco que había del colchón, arrancó un trozo de tela e improvisó un vendaje. 

Esto evitará que sangres tanto. – Anudó bien la tela.
– Pero tendremos que ir a curarte eso. 
- Supe que eran Jhaktik nada más verlos. – Miró por la ventana. 
- ¿Cómo supiste eso? – Preguntó Yhajirt extrañado. 
- Suelo ir con mi tío al santuario que hay en el interior del bosque de los susurros. – Suspiró. – Solía… - Agachó la cabeza.-  Allí tienen una biblioteca y varios grabados en los que aparecen los Jhaktik y se habla de ellos. 
- ¿Quién es tu tío?, ¿Cómo se llega a ese santuario? – Un gran número de preguntas le recorrían la cabeza.
- Se llama Bruk…. 
- ¡¿Bruk?! – La cortó Yhajirt. - ¡¿Bruk es tu tío?! – La  sujetó de los hombros. - ¡¿Dónde está?! 
Los gritos de Yhajirt habían alertado a varios Jhaktik cercanos. 
- ¡¿Estás loco?! – Le recriminó la joven. - ¡Ya vienen! – Miró por la ventana. - ¡Ven!, ¡Sígueme! – Lo agarró
por el brazo y lo sacó a toda velocidad de la casa por la parte trasera. 

Mientras tanto, en Luxor, Erenzarth se había acercado a los aposentos de Nastara. El rey estaba preocupado su estado y quería asegurarse de que se encontraba bien. 
- ¿Nastara? – Golpeó la puerta. - ¿Puedo pasar? – Unos pasos se escucharon en el interior.
La puerta se abrió y Nastara asomó levemente la cabeza desde el interior.  
- Hola, he venido para ver qué tal estabas. – Erenzarth, que tenía las manos en los bolsillos, estaba nervioso. 
- Oh, Erenzarth. – Abrió la puerta. – Eres tú. – Sonrió.
– Pasa. 
Erenzarth se adentró en los aposentos de Nastara. 
- Siento tu pérdida, Nastara. – Se acercó a ella. – Sé lo mucho que querías a tus padres y, bueno, a tu prometido. 
Ninker…. – Nastara recordó a su prometido. – Oh… los echo tanto de menos…. – Las lágrimas recorrieron su rostro de nuevo. 
- Lo…lo… lo siento. – Erenzarth se acercó a ella y la sentó cuidadosamente sobre el mullido sofá. – No... no quería… no quería hacerte llorar…. – Se había entristecido, no quería que Nastara llorase por su culpa. 
Erenzarth observó que en el suelo, junto a los pies del sofá, había una foto. Estiró el brazo y la observó. 
- Que foto más bonita. – En ella salía Nastara junto a su familia y su prometido en las escaleras del castillo. – Oye, Ninker era bastante guapo, eh. – La dio un leve golpe en el hombro tratando de sacarla una sonrisa. 
- La… la…. la he estado mirando antes de que tocaras la puerta. – Se frotó sus llorosos ojos. –
No… no puedo creer que se hayan ido. – Lloró de nuevo. 

Nastara – La abrazó. – Yo cuidaré de ti ahora. Nadie te hará daño. – Su voz sonó fría. -  Nadie va a sacarte una lágrima nunca más. 
Nastara se separó levemente y lo miró a los ojos. 
- Erenzarth… ¿Estás bien? – Sonaba preocupada. –
Te noto muy…. te noto muy raro... – Se secó los ojos con un pañuelo. - ¿Qué es lo que te ocurre?
Cuéntamelo. 
- No… no es nada, Nastara. – Erenzarth comenzó a notar un fuerte dolor en la cabeza. – No… no…. no te preocupes. – Su vista comenzó a nublarse. 
- ¡¿Erenzarth?! 
El rey de Luxor cayó al suelo. Se había desmayado de nuevo. 

Mientras tanto en Alkamir, Yhajirt se encontraba junto a la sobrina de Bruk en las lindes del denominado bosque de los susurros. “Otra vez aquí” pensó. 
La sobrina de Bruk, una humana de nombre Aelena, lo guiaba hacia el santuario que había en el interior, lugar en el que había leído acerca de los Jhaktik. 
Aelena, hay una cosa que no termino de entender. – Yhajirt estaba extrañado. – Bruk es un Kalakarn,  ¿Cómo es que tú eres humana? 
Aelena se paró en seco y miró a Yhajirt, quien la miraba asustado. 
- Él me adoptó en su familia. – Avanzó levemente hasta Yhajirt. – No quiero hablar más de ese tema, ¿Queda claro? – Fue rotunda. 
- Sí, sí – Yhajirt estaba asustado. La mirada de Aelena era terrorífica en esos momentos. – Todo claro. 
- Estamos cerca. – Se acercaron a un árbol – Vamos, adentro. – Aelena se introdujo por una abertura. 
Yhajirt la siguió y ambos se introdujeron en un estrecho pasadizo. Tras quince minutos de recorrido, se adentraron en el gran santuario de los susurradores. 

Erenzarth se encontraba suspendido en el aire frente a un inmenso planeta que no había visto en su vida. 
- Hola, Erenzarth. – Era el líder de los Jhaktik. – Te estábamos esperando. – Se situó junto a él. 
De nuevo, Erenzarth había sido inmovilizado. 
- Unkram. – El Jhaktik alzó los brazos. – Es bonito, ¿verdad? – Rio. – Veo que Nastara está triste por su repentina perdida. Una pena… 
Todo se oscureció de nuevo y, esta vez, Erenzarth se encontraba en la superficie del planeta. Todo a su alrededor estaba congelado y no había rastro de vida. 
- Es un tanto…. desolador. ¿Verdad? – Se situó frente a Erenzarth. – Pronto Unkram renacerá, Erenzarth. – Lo cogió del pelo.  Los Túlkar volverán y Luxor será destruido. – Lo lanzó. 
Ahora se encontraba en el templo Emit, en Luxor. Estaba completamente vacío, no había ningún dios en su interior. 
- Vacío… el templo entero está vacío… - Rio. – Hemos hecho un pacto divino con los dioses,
Erenzarth…. – Se acercó a él.  – Simplemente quería que lo supieras. – Su rostro casi chocaba con el suyo. – Ahora, si me disculpas, he de reconquistar lo que me pertenece. – Lo empujó. 
Erenzarth despertó sudoroso sobre el sofá de Nastara, quien lo miraba asustada. 
¿Erenzarth?, ¿Erenzarth, estás bien? – Nastara lo abrazó. 
- Nastara. – Erenzarth se incorporó rápidamente. – Llévame a los jardines. – Tengo que hablar con los dioses. 
Nastara lo  miró sorprendida. Nadie en Undamur sabía que Erenzarth gozaba de ese privilegio. 
- Los Jhaktik…. Emit…. dioses…. pacto…. –
Balbuceaba - Los dioses Emit nos han traicionado. – Cogió aire. – Tenemos que avisar a los dioses. – Se desvaneció. 

Crónicas de Luxor: El Despertar del mal (Terminada  y a la venta en Amazon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora