Capítulo 7: La gran alianza

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Capítulo 7: La gran alianza

El centro de mando era uno de los edificios más grandes de Luxor. Se trataba de nada más y nada menos que la sede militar central del imperio, lo que la convertía en un lugar de vital importancia. Todo lo que concernía al apartado militar, ya fuese de Luxor o de cualquier otro lugar del imperio, se trataba en su interior. También era el lugar desde el que se aceptaban y planeaban los movimientos de las tropas. 
Se encontraba situado en el centro del planeta, que era el lugar donde se unían las vías más importantes del mismo, formando un amplio espacio rectangular conocido como
“militaris area magna” o lo que es lo mismo, gran área militar. 
Se trataba de un amplio edificio circular que se extendía a lo largo y ancho del área rectangular. Eran tales sus dimensiones que el interior estaba abarrotado de ascensores y pasillos móviles para llegar rápidamente a las zonas más alejadas. Su altura no era tan característica como su superficie, pero se alzaba a cientos de metros del suelo. 
Rodeándolo había una amplia explanada repleta de caminos, estatuas, fuentes, pequeños parques y varios campamentos de reclutamiento en los que se entrenaban las tropas.
 
Erenzarth, Nastara y Elkrim se encaminaban hacia la entrada a paso ligero por uno de los muchos caminos que daban acceso a la misma. Habían acordado reunirse con Ghijart en ella y no debían hacerle esperar. La situación era alarmante. 
Con Yhajirt perdido por Undamur y los incesantes ataques por parte del imperio de Albastor a los territorios bajo el dominio de Erenzarth, sumados a los efectuados por los Jhaktiks al imperio Numinar, todo se estaba tornando en un caos intergaláctico en el que las alianzas pendían de un hilo. 
Erenzarth, como rey del mayor imperio galáctico jamás creado, debía mantener el orden y la paz de Undamur. Por este motivo, su intención era crear una gran alianza que abarcara todos los demás territorios, para así luchar conjuntamente contra el gran enemigo que se avecinaba.  Se adentraron en la plaza, mediante la que se llegaba a la escalinata que daba a la puerta de acceso. Era un espacio ovalado en cuyo centro se alzaba una estatua de Erenzarth señalando al cielo con el dedo índice de la mano derecha, mientras que con la otra portaba una gran espada. Se le representaba con su armadura de combate. 
- Mi señor. – Ghijart realizó una reverencia. – Princesa. – Realizó el mismo movimiento y besó a Nastara en la muñeca. – Elkrim. – Le estrechó la mano. 
- Oh, sí, ya me sé todo esto. – Dijo Elkrim en tono de burla. – Yo soy el de la mano. - Provocó una leve risa entre los presentes. 
- Tengo los últimos informes acerca de la contienda que se está llevando a cabo en territorio Numinar. – Miró a Nastara. – Lo siento, Numbilar ha sido arrasado. No quedó nadie con vida… - Nastara se echó a llorar. – Que los dioses sean con ellos. – Alzó la vista a los cielos. 
Erenzarth abrazó a Nastara con todas sus fuerzas. Podía sentir su dolor y una inmensa tristeza lo inundaba por dentro. No soportaba ver a Nastara de esa manera. 
- Lo siento, princesita. – Elkrim la acarició el pómulo cariñosamente. – Te daría un abrazo pero… - Miró a Erenzarth quien la tenía bien sujeta. – Me da que no va a poder ser. – Elkrim trataba de poner humor a la situación con la intención de sacarla una sonrisa. 
- Gracias, Elkrim. – Nastara, que tenía la cabeza apoyada en el pecho de Erenzarth, observó levemente a Elkrim. 
- Mi señor, sé que no es un buen momento. – Esta vez fue Ghijart quien intervino. – Pero se requiere urgentemente su presencia en la sala de comunicaciones. Los demás líderes aguardan su llegada. 
- Vaya, mi señor. – Elkrim apoyó su mano levemente sobre el hombro de Nastara. – Yo me quedaré con ella. 
- Erenzarth….no te preocupes… estaré bien. – Miró a Erenzarth, quien la observaba preocupado. –
Gracias… - Nastara le sonrió levemente. 
Nastara se apoyó en Elkrim y Erenzarth marchó doloroso junto a Ghijart. Antes de introducirse en el centro de mando lanzó una última mirada a Nastara, quien se había abrazado a Elkrim y lloraba desconsoladamente.    El hall constaba de dos recepciones y una hilera de diez bancos metálicos, que realizaban la función de una sala de espera. Rodeando la sala había una gran cantidad de ascensores para los soldados de poco rango y reclutas. Por lo general daban acceso a los barracones, salas de juego, baños y cafeterías.  A su vez, mediante una escalinata que había al fondo de la sala, se accedía a cuatro ascensores, cuyo acceso estaba restringido por un lector de tarjetas, que daban a las estancias importantes como, por ejemplo, la sala de comunicaciones.
- Debiste haber esperado a decírselo. – Le regañó Erenzarth. – Mira como se ha puesto. – Estaba algo enfadado. 

Mi señor, mejor ahora que luego. No hay que atrasar las cosas más de lo debido. 
- Da igual, el daño ya está hecho. – Dijo Erenzarth cortante. – Esos Jhaktik…. pienso exterminarlos a todos, al igual que al imperio de Albastor. – Comenzó a llenarse de odio. – Todos perecerán ante mi poder. Todos caerán ante mí. 
Ghijart lo miraba asustado. Nunca había visto a Erenzarth comportarse de esa manera.
- Mi señor, cálmese. No conviene asustar a los otros líderes más si cabe. – Pasó su tarjeta por el lector. Erenzarth realizó el mismo movimiento. – La guerra es inminente y pronto todos nuestros ejércitos se movilizarán para salvaguardar la seguridad de Luxor y de Undamur. – Hizo una pausa. – Ahora. – Se acercó al panel de la puerta. – Consiga toda la ayuda posible. – Lo pulsó y la puerta se abrió.  La sala de comunicaciones era una estancia ovalada compuesta de una gran cantidad de pantallas, una alargada escalinata hacia un alto y un trono situado en el mismo, frente al que había una cámara. 
Erenzarth se sentó en el trono y Ghijart se situó a su lado. Las pantallas restantes mostraban las imágenes de todos los imperios que componían Undamur.
- Que comience la sesión. – Dijo Erenzarth alzando las manos. 
Era costumbre en Undamur que el imperio más longevo y poderoso presidiera las sesiones. 
- Erenzarth, el imperio Numinar está sufriendo graves derrotas y, si no hacemos algo pronto, nos veremos obligados a retirarnos de nuestro propio planeta. – Decía el general Andrash apenado. – Desde la muerte de nuestros líderes los soldados no combaten con la misma valentía. 
- ¡¿Y qué nos importa eso a nosotros?! – Replicó Khajrt, el líder del imperio de Soin. - ¡Ya tenemos suficientes problemas con esos Hunter asquerosos como para tener que preocuparnos por vosotros!
- ¡Exijo una disculpa inmediatamente! – Le replicó Unzza, la líder del imperio Hunter.
¡Numinar siempre ha sido un aliado del imperio de Soin! – Replicó el Andrash. - ¡Os ayudamos cuando nos lo solicitasteis! 
- ¡Estáis acabados!, ¡Vuestros líderes han muerto, vuestro imperio se desmorona y no sois capaces de aguantar en el mismo planeta dos días!, ¡No merece la pena seguir siendo vuestros aliados, no nos servís para nada!
- ¡Retira tus palabras, sucia rata! – El general Andrash estaba furioso. 
- ¡¿O qué?! , ¡¿Nos vais a declarar la guerra?! – Rio. 
- ¡Ya basta! – Esta vez fue Erenzarth quien intervino. - ¡El enemigo no está en esta sala! 
- Erenzarth tiene razón. – La emperatriz Kirn, Narulú, habló con un tono de calma. – No conseguiremos nada enfrentándonos los unos a los otros. – Erenzarth y Ghijart se miraron. – Nuestra prioridad ahora debe ser preservar la paz entre nuestros imperios y la seguridad de nuestros ciudadanos. – Hizo una pausa. – Si no, todo se tornará en un absoluto caos. 

¡Ya estamos en un caos! – Replicó el emperador Hacka, Shurkas. - ¡Hace dos días que nos atacaron y ya hemos perdido gran parte de nuestro territorio! 
- ¡Por eso hay que unirse! – Erenzarth fue directo y cortante. Todos enmudecieron. – Debemos unirnos contra este mal. Solos, no somos capaces de vencerles. Los datos son claros, nos están ganando.
– Hizo una pausa. -  Pero, juntos… juntos venceremos. 
- ¡Antes muerto que aliarme con los Hunter! – Replicó Khajrt. 
- ¡Lo mismo digo! – Replicó Unzza, el emperador Hunter. 
- ¡Los Jhaktik nos destruirán a todos! – Erenzarth estaba furioso. No podía creer que, pese a la clara gravedad de la situación, los demás imperios no fuesen capaces de dejar a un lado sus diferencias y aliarse conjuntamente contra un enemigo común.  Todos se quedaron atónitos ante las palabras de Erenzarth.
- ¡¿Los Jhaktik?! – Dijo Khajrt en tono de burla. 
Sí. – Erenzarth fue rotundo. – Los Jhaktik y el imperio de Albastor. 
¿El imperio de Albastor? – Preguntó Narulú extrañada. – Erenzarth… ¿Has ocultado información al consejo galáctico? – Su tono esta vez fue de seriedad.
- No he tenido tiempo de comunicarme con vosotros. Hemos sufrido un alzamiento en el planeta, la prioridad era sofocarlo. 
- Erenzarth, tal y como dictan las leyes galácticas, la prioridad siempre está en el consejo y no en nuestros propios asuntos. – Narulú estaba algo molesta. – No puedes ocultarnos información acerca de lo que sucede en Luxor y mucho menos en Undamur. Tú mismo creaste esta ley, Erenzarth, si no la cumples tú… ¿Quién lo hará? 
Todos se mantenían en silencio. Erenzarth era consciente de que no había actuado debidamente y de que eso le podía costar muy caro de cara a sus intenciones de establecer una gran alianza. 
Pido disculpas. – Hizo una reverencia. – No era mi intención ocultar información al consejo. 
¡Exijo saber la información ocultada sobre el enemigo! – Replicó Khajrt. 
- Durante una de nuestras expediciones a Undamur topamos con un nuevo imperio. – Erenzarth comenzó a relatar los hechos ante la atenta mirada de todos los presentes. – Traté de establecer un acuerdo con éste pero resultó imposible, sólo querían la guerra con nosotros. Acto y seguido los Ekils se sublevaron contra Luxor y me vi obligado a sofocarlo por miedo a una guerra civil. – Hizo una pausa. – Ordené a Yhajirt que investigara el motivo de la sublevación y descubrimos que los Jhaktik estaban tras ella. – Había mentido. No quería contar al consejo la verdad. Si contaba que habían entrado en su mente, podrían pensar que lo estaban controlando, y lo verían como un enemigo. 
- Esta información…. es de vital importancia, Erenzarth. Ocultarla ha sido algo muy grave. –

Narulú habló con un tono muy serio. – Podrías habernos condenado a todos.
¡Ya estamos condenados! – Replicó khajrt. - ¡Esta reunión es una pérdida de tiempo! – Se desconectó. 
Hubo un silencio. 
- Debemos crear una alianza. Debemos enfrentarlos juntos. – Dijo Erenzarth a la desesperada mientras más pantallas se desconectaban. La noticia de los Jhaktik había supuesto un fuerte mazazo y todos temían por sus imperios.
- Erenzarth…. – La emperatriz Narulú  estaba apenada. - ¿Cómo has podido ocultarnos esa información? – Únicamente quedaron cinco pantallas encendidas. 
- Ya te lo he dicho… no tuve tiempo de comunicarme. Aun ni hemos enterrado a los caídos, Narulú. – Erenzarth miró a los líderes restantes. - Por favor, no os vayáis, debemos unirnos. 
- Lo siento Erenzarth, pero no confiamos en ti. – Narulú se desconectó. 
Erenzarth observó a los imperios restantes, a saber: Imperio Numinar, imperio Hacka, imperio Kandamar e imperio Fyrertine. Que correspondían a las razas, Andrash, Hackanos, Spectrums y Mugnas, respectivamente. 
- El imperio Numinar te apoya, Erenzarth. – El general se golpeó el pecho con el puño. – ¡Por Undamur! - Hizo una reverencia. Erenzarth respondió de igual manera.
- El imperio Hacka ayudará en esta guerra con todo lo que esté en su mano. – Realizó el mismo movimiento que el general. – ¡Por Undamur!
- Los Spectrums siempre han sido fieles a Luxor. Esta vez no será diferente. – El Spectrum emitió un pequeño destello. Erenzarth realizó el mismo movimiento anterior. 
- ¿El imperio Mugna huyendo de una batalla? Antes muerto. – Se golpeó el pecho con las dos manos. -  Cuenta conmigo. – Erenzarth saludó igualmente.
- Gracias, amigos. Luxor está en deuda con vosotros. – Erenzarth realizó una reverencia. – Proteger Undamur es ahora nuestra máxima prioridad. 
Todos asintieron a través de las pantallas. 
- Propongo que nuestro primer movimiento sea prestar ayuda en los confines de Undamur. – Dijo Erenzarth. –Para contener el avance Jhaktik y ayudar al imperio Numinar. 
Cuando se proponía ayudar, ya fuese a un imperio, empresa, establecimiento o ser viviente, éste era apartado durante el tiempo que se hablaba sobre ello, para que así no pudiera intervenir en la votación, ya que de hacerlo se votarían a favor y el resultado no sería del todo real. 
- ¿Votos a favor de la propuesta? – Dijo el general del imperio Numinar.
- Luxor vota sí. – Erenzarth elevó el brazo derecho con el pulgar en alto. 
- Los Hackanos votamos no. – Elevó el brazo derecho con el pulgar hacia abajo. – Hemos recibidos ataques en las fronteras de nuestro territorio y en estos momentos no podemos permitirnos  desplegar parte de nuestra flota hacia otro lugar que no sea ése. Lo sentimos. 

Los Spectrums votamos sí. – El Spectrum emitió otro destello. – Y nos prestamos de igual manera para ayudar a los Hackanos en su contienda. 
- El imperio Fyrertine acepta la propuesta. – Se golpeó el pecho de nuevo con sus dos manos y emitió un grito de batalla. – Y los Hackanos serán ayudados de igual manera. 
- Recuento final. – El Andrash apuntó el recuento en un panel digital. Un voto en contra y tres a favor. Se aprueba la propuesta. 
- Intentaremos prestar toda la ayuda posible. – Dijo Shurkas, el emperador Hacka. 
- Luxor cuenta con un inmenso ejército, Shurkas. Te mandaremos todas las tropas que solicites. – Esta vez, y por primera vez en toda la sesión, Ghijart se pronunció. 
- El imperio Hacka os estará eternamente agradecidos. 
- No debemos demorarnos más. Tenemos mucho trabajo que hacer. – Erenzarth se levantó del trono. - Se levanta la sesión. – Los líderes de la gran alianza cortaron sus comunicaciones y todo se sumió en silencio. 
Erenzarth y Ghijart salieron de la estancia. 
- Bueno, no ha ido tan mal. – Ghijart miró a Erenzarth. 
- Creo que tenemos diferentes puntos  de vista, Ghijart. Podíamos haber unificado a todo Undamur contra dos imperios y, en cambio, sólo hemos unido a otros cuatro imperios que, junto al nuestro, hacen cinco. 
- Mejor cinco imperios dispuestos a luchar que cientos que no quieren hacerlo. 
Erenzarth miró a Ghijart. Sabía que había estado actuando de una manera extraña y temía que se preocupara por él. Necesitaba al general de sus ejércitos con la mente centrada en los Jhaktik y no en qué le podría estar ocurriendo a su rey. 
- Tienes razón, amigo. – Le estrechó la mano. – Últimamente están ocurriendo muchas cosas, Ghijart. Sé que estoy raro y no quiero que te asustes, simplemente necesito tiempo para asimilar todos estos sucesos tan repentinos. 
Mi señor, todo Luxor está con usted. Sé que se siente culpable por todo lo ocurrido con los Ekils y, en parte, con lo que está sucediendo. – Le agarró de los hombros.- Erenzarth, tú no tienes la culpa de nada, amigo. 
- Te lo agradezco, amigo. Ahora, debemos actuar con rapidez, Ghijart. No podemos permitirnos ningún fallo. – Miró a su general fijamente a los ojos. - Moviliza a las tropas de inmediato, no tenemos tiempo que perder. 
- A sus órdenes, mi señor. – Efectuó el saludo propio de Luxor. - ¡Por Luxor! 
- Nos vemos en el hangar militar. – Erenzarth se despidió de Ghijart, quien volvió al ascensor privado y se desplazó hasta el lugar nombrado. 
Salió del centro de mando y, en el mismo lugar donde los había dejado, encontró a Elkrim junto a Nastara. Para sorpresa de Erenzarth, Nastara parecía estar algo más calmada que antes y le sonrió desde la lejanía. 

Mi señor. – Elkrim lo saludó al instante. Estaba ansioso por escuchar cómo había ido la reunión. - ¿Qué tal ha ido?
- La verdad, Elkrim. – Miró a Nastara. – No me puedo quejar. Hemos creado una alianza con otros cuatro imperios más. – Pese a estar muy decepcionado por el resultado de la reunión, Erenzarth no quería entristecer a Nastara, quien lo miraba ilusionada. 
- Me alegro mucho, Erenzarth. – La dulce voz de Nastara intervino en la conversación. - ¿Quiénes se han unido? – Los tres comenzaron a descender las escaleras, Erenzarth llevaba a Nastara cogida del hombro y Elkrim los miraba feliz. 
- Pues se han unido los imperios: Numinar, Hacka, Kandamar y Fyrertine. – Esbozó una sonrisa. – Con los Fyrertine ya teníamos suficiente. – La guiñó el ojo. – Dicen que un Mugna vale por cien seres vivientes. – Los tres rieron. 
- Numinar necesita toda la ayuda posible… - Nastara se entristeció. – Y más ahora que….
Eh, tranquila.  – Erenzarth la abrazó mientras la hablaba en un tono calmado. – Vengaremos a tu familia, Nastara. – El odio se apoderó de él. – Te lo prometo. – Su cara había cambiado drásticamente y Elkrim se percató de ello. 
- Bueno, ¿por qué no vamos a casa? Ha sido un día muy largo. – Elkrim cambió de tema. - Además, Nastara necesita descansar, ha hecho un viaje muy largo. 
- Tienes razón, amigo. – Erenzarth lo miró, su cara volvía ser normal. – Vámonos a casa.

Mientras tanto Yhajirt caminaba rumbo al poblado de Mindam. No podía andar por ahí con la armadura de combate y su única opción fue la de entrar en una cabaña abandonada y robar los ropajes de la misma. Su única esperanza para salir del planeta, tras lo ocurrido con su nave, residía en su amigo Bruk. 

Los poblados y ciudades del planeta Alkamir estaban realizados de madera y piedra, respectivamente. Esto se debía a que, como Alkamir era un planeta protegido, no estaba permitido construir edificios modernos ni fábricas que contaminasen su medio ambiente. 

Mindam se dejó ver en el horizonte y, a simple vista, estaba arrasado. Yhajirt comenzó a preocuparse, temía que su amigo hubiese muerto durante el ataque enemigo. Se acercó hasta la deshabitada empalizada y echó un vistazo desde la puerta al interior del poblado. Las casas estaban derruidas, habían sido quemadas y saqueadas. El humo, fruto de los grandes fuegos que debieron estar activos durante la noche, ascendía a los cielos creando grandes columnas grises. El suelo estaba lleno de escombros, ropas, cajas volcadas y una gran multitud de pisadas.  Mindam parecía estar deshabitado y Yhajirt, cauteloso, se introdujo en el poblado. Todo estaba en silencio y, debido a los innumerables impactos de bala que se apreciaban tanto en el suelo como en las tablas de la empalizada, se podía intuir que habían sufrido un fuerte ataque. 

Continuó por lo que parecía ser la calle principal del poblado hasta que, tras doblar a la derecha, se topó con la barbarie.  
Los Jhaktik habían separado a hombres, mujeres y niños, los habían desvestido y los estaban seleccionando. Los que no eran seleccionados eran ejecutados a sangre fría situándolos sobre un tocón y degollándolos con un hacha. Los que sí eran seleccionados, eran introducidos en cinco naves de transporte que había estacionadas frente a la multitud. Lo más cruel era el hecho de que los Jhaktik no hacían diferencias en cuanto a edad y los cuerpos de varios niños yacían en el suelo, inertes. Se escondió tras unas cajas y buscó a su amigo entre la multitud. 

Los Kalakarn eran unos seres de color morado. Su altura alcanzaba los dos metros y, por lo general, tenían una serie de pintadas de color negro en el cuerpo, realizadas cuando eran pequeños. Eran unas marcas distintivas para diferenciar a la población y dividirla en trabajadores, guerreros, científicos, banqueros o religiosos. Se trataba de unos seres muy musculosos y provistos de cuatro brazos y dos piernas. Sus ojos eran por lo general verdes y carecían de pelo. Su rostro estaba provisto de dos ojos, dos orejas, una boca, que tenía dientes puntiagudos y afilados, y por último, una abultada nariz. 

Su amigo Bruk era un guerrero, uno muy despiadado, por lo que pese a la gravedad de la situación y a las atrocidades que había contemplado, aun creía que su amigo seguía con vida en algún lugar del poblado, rodeado de cadáveres
Jhaktik. “Vamos, Bruk. ¿Dónde estás?” Se decía para sí. 

Lo cierto era que Bruk no se encontraba en el poblado. Tras el sanguinario y repentino ataque de los Jhaktik, Bruk había sacado a sus dos hijas del poblado rápidamente e iba en busca de su mujer hacia el bosque de los susurros. Su mujer, una Hacku de nombre Mildin, era la sacerdotisa de un templo hacia los “susurradores” edificado en el interior de dicho bosque.  
En el planeta Alkamir, pese a estar establecidas las tres religiones importantes de Undamur, se guardaba culto a ciertas zonas del planeta debido a su cantidad de misterios e historias. Por lo general, estos pequeños santuarios o lugares de culto, estaban edificados en el interior de éstas zonas a las que veneraban, y únicamente los sacerdotes, sacerdotisas y fieles conocían el camino que daba hasta éstos. 
Bruk, al ser esposo de una sacerdotisa, había venerado aquel bosque y por lo tanto conocía el camino que daba hasta el santuario. Se acercó a las lindes del mismo y observó los restos de lo que parecía ser una nave de Luxor. Alrededor de éstos había varios trozos de un ser horripilante que no había visto más que en los libros de leyendas y varios Jhaktiks abatidos. “¿Luxor?” se preguntó extrañado. “¿Qué demonios hace una nave de Luxor aquí?”.
Varias naves Jhaktik de transporte entraron en la atmosfera del planeta e, instantáneamente, se adentró en el bosque con sus dos hijas agarrándole las manos. 

El bosque de los susurros era un lugar sombrío, peligroso, lúgubre y silencioso. Bruk sujetaba a sus hijas con toda su fuerza, ya que, si se perdían en el interior no lograrían salir de nuevo. Los árboles eran altos y los arbustos lo cubrían todo con sus hojas, de manera que no se divisaba nada en la lejanía. 
- ¿Papi, dónde está mamá? – Preguntó una de sus hijas extrañada.  
- Papi, tengo miedo – La otra estaba aterrada. 
- No os preocupéis, estamos cerca. – Viró el rumbo y apartó varios arbustos. – Mamá estará bien, ya lo veréis. – Se adentró por una pequeña abertura que había bajo las raíces de un árbol. 
- No quiero entrar ahí, papi. - Negaba con la cabeza mientras señalada la abertura con el dedo. – Me da miedo.
- Eh. – Se agachó y acarició la mejilla de su hija. – No te preocupes. No voy a dejar que nadie te haga daño. – La besó en la frente. 
Bruk entró en la abertura junto a sus hijas. El pasadizo era algo estrecho y estaba bastante sucio, pero al menos, estaba iluminado por unas antorchas. 

Mientras tanto, en Luxor, Erenzarth, Elkrim y Nastara se habían topado con Dark Angel en la zona de estacionamiento.
- Gracias por avisar a las familias de los caídos por mí, Dark Angel. – Erenzarth le estrechó la mano. – Y siento que fueras tu solo. 
- No ha sido nada, mi señor. – Se acercó a Erenzarth y le susurró. – Ayudaré en esta guerra, Erenzarth. Tú simplemente dame la señal. – Alzó el vuelo. – Ahora, si me disculpáis, presiento que alguien está en apuros. – Voló a toda velocidad.
- ¡Dales caña! – Gritó Elkrim mientras Dark Angel se alejaba surcando los cielos. 
Acto y seguido, los tres e introdujeron en la nueva limusina de Erenzarth, que era de las mismas características y aspecto que la anterior, y pusieron rumbo a la mansión. 

Una vez en el interior de la misma, Erenzarth se separó del grupo.
- Elkrim. – Se paró y observó los jardines. – Nastara, si me disculpáis he de atender un asunto. 
- ¿Qué ocurre? – Elkrim sabía que su rey no abandonaría a Nastara si no fuese por algo verdaderamente importante. 
- No lo entenderías, Elkrim. Puede que algún día te lo cuente. – Le sonrió y, tras estrecharle la mano y dar un cariñoso abrazo a Nastara, se alejó. 
Elkrim introdujo a Nastara en la mansión y la llevó a los aposentos que habían sido preparados para ella. 



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