«¡Uf! Espantosa isogamia de la Pareja Perfecta.» Lawrence Durrell
La costumbre y su mayor virtud. La desintegración de la desdicha, una nueva cadena de emociones por la ciudad, un nuevo descubrimiento, un pequeño exilio imaginario, un rompecabezas en el ajedrez menos competente del sentimiento. La obstinación de ver un amanecer indistinto; contemplar que los objetos se transformen y vuelvan a ser
los mismos. Pero nada ha ocurrido. Todo en menor proporción se ha diluido y fermentado como el orín de una loba. Es preciso que abra las ventanas y salgan las cosas que
Clea no se ha podido llevar.
Carta de Trinidad:
«Son las cuatro: invierno con sol. Me gustaría estar narcotizada. Imagino una habitación oscura y nebulosa, un poco fría, y de fondo el sonido de una guitarra. Me gustaría estar mirando el techo sin mirar, mientras expiro bocanadas de humo. Me gustaría correr hasta la playa y sentarme al borde del muelle, con un helado de pecana. ¿Y tú, Stendhal?»
Su nombre vuela, se traba en mismanos como una cometa, y cae en una página en blanco. Su nombre es el nombre de la mujer que quiero. Su voz cuelga en mí. Aún si es un mal es un bien, el derecho que toda alma tiene al despertar. La vanidad es feroz. Leo una cuartilla sin la necesidad de ser otro.
Carta de Trinidad:
«No lo sé, es irónico y cómico a la vez. Si no tuviera a Clea dentro es obvio que no me hubiera casado. Soy un desastre, y eso me da pena. Estoy decepcionada de mí, y de verdad es triste y me frustra. A diferencia de ti, yo extraño estar sola, sola, sola. Es absurdo pero me extraño. Extraño a quien yo era, y ahora siento que Clea está dormida por mi culpa, porque cada instante la lleno de somníferos. Es terrible, es como si estuviera parada en un barranco y no me pudiera lanzar. Tengo miedo de no encontrarme, de no recuperarme, Stendhal.»
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