Pintoresco pueblo de Chiloé. El viento corría suavemente por el pueblo y llegaba para jugar entre los campos o jardines del pequeño lugar.
Una pequeña y suave estancia con una cruz en la punta de su techo representaba la casa de Dios, en donde todos los domingos; semana santa y navidades las personas se juntaban exclusivamente para adorar a Dios.
Era tan así, tan sagrado aquel lugar que siempre se mantenía pulcro, inmaculado... Puro; tergiversando el sentido de la palabra.
Unos zapatos negros hicieron eco en su entrada.
El viento jugando con los cabellos castaños del joven, el mismo que de vió envuelto en el olor del pan recién hecho y el olor a césped recién cortado.La sensación de ser un pueblo amado y respetado a pesar de ser humilde traspasaba las barreras de lo visual... Y al joven le gustaba.
-¡Padre Steve! ¡Padre Steve! ¡El padre Anthony está aquí!
Una dulce y joven voz jugó en el aire hasta elevarse y chocar contra el techo para volver a bajar como el sonido de pequeñas campanillas.
El niño de cabello rubio le recibió la maleta.
-Es un gusto conocerlo padre Anthony- Saludó el niño el cuál llevaba una larga bata de mangas largas, monaguillo en el sentido más exacto de la palabra.
-Soy Harley Keener, seré su ayudante en las misas.Un hombre rubio apareció por las puertas que se dirigían hacia la casa cural. No parecía un padre. Apenas si llevaba unos zapatos, una camisa negra, jeans azules oscuros y una cinta blanca en el cuello.
-¡Anthony! Seas bienvenido-
El padre Steve lo recibió con una dulce sonrisa en sus labios rosas.
El nuevo padre avanzó entre los asientos y abrazó a su viejo amigo.
A la loca edad de diecisiete años, ambos habían tomado conciencia de todos los pecados y manchas que habían incrustado en su alma, obteniendo como resultado que ingresaran en la vida religiosa para obtener el perdón del único que los haría sentir limpios nuevamente: Dios.
-Hacia tanto tiempo Tony- Saludó Steve sin borrar su hermosa sonrisa que mostraba sus blancos dientes.
-No sabía que estabas aquí- Respondió el castaño - Pero tampoco que te tenías que ir-
- La palabra de Dios... - Steve lo miró y Tony sonrió.
- Es la única que nos guía por el camino correcto... Pero debías haberme avisado.
El padre rió y despeinó el cabello de Tony antes de mover la cabeza.
- Vamos te invito un té
Pocos minutos pasaron para cuando ambos estuvieron sentados en una banca, con té caliente en la taza que estaba entre sus manos.
Los monaguillos jugaban en el patio gigante que había que atravesar para llegar desde la iglesia hasta la casa cual, los dos padres mirándolos divertidos.
Un joven de cabello largo y negro pasó cargando un par de cajas, el mismo que cuando sus ojos semi claros se encontraron con los Steve, agachó su mirada para beber de su té.
-¿Debo pensar que él es la razón por la cual te vas de aquí?
Tony observó una sombra de arrepentimiento y dolor abrazar a Steve cuando éste lo miró.
-Es necesario, lo és para poder continuar con mi tarea.
El viento jugaba con el cabello de Steve, brindándole un aire casi angelical.
-¿Tan grave es lo que sucedió?.
- Mi querido Tony. Estando aquí comprenderás que el pecado puede disfrazarse de todas las maneras posibles, maneras de las que tú nunca dudarás hasta que ya sea demasiado tarde.
El joven padre suspiró y miró al cielo. Todas las personas tenían salvación, ellos eran la prueba viviente de que sí se podía remidir los pecados realizados.
Pero lo que Tony estaba por descubrir podía tomarse como obra del mismo diablo.
✝️✝️✝️
El humo que se colaba por entre sus labios formaban pequeñas nubes grises artificiales, las cuales eran divertidas ante aquellos ojos cafés.
La sábana apenas cubría sus desnudas caderas, el hombre frente a él se vestía como si nada, el dinero dejado a su derecha era como una argolla más a su cadena.
La puerta sonó y cayó de espaldas a la cama.
Él no era una víctima de nada.
A él le gustaba lo que le hacían.
Él era un pequeño pecador según la gente del pueblo.
Todos querían su cuerpo.
"es atractivo" decían todos, "pagaría por una noche con él" susurraban.
Y él se los daba, Peter Parker vendía su cuerpo sin importar sus recién cumplidos 15 años, aunque parecía de más.
Todos sabían que Parker era guapo, era un placer llegar a estar bajo las mismas sábanas que ese cuerpo fuerte pero delgado.
Al día siguiente sería la misa de despedida de su querido padre Steve. Por qué sí, sin el padre Steve en aquel pueblo ya nada valía la pena.
A veces pensaba que Dios lo había olvidado, que tal vez de tan "hermoso" que la gente decía que era; tenía un daño y por eso lo rechazaba para encontrar la paz que quería.
Peter cerró los ojos y lloró en silencio. Dios ni siquiera sabía que lo había creado.