—Majestad, ¿está usted bien?
—Sí, claro, Frawgel.
—Es Haggle.
—Lo que sea...—suspiró desganado.
—Si me permite preguntar, ¿qué se le hace tan importante en ese cristal?
—Nada que te incumba. ¡Sal de aquí!—impuso mirando al pequeño y viejo goblin.
—Mil disculpas, mi señor.El ser hizo una reverencia y se retiró.
—¡Goblins!—llamó a un grupo que conversaban a su lado.
—¿Sí, señor?
—¡El resto, dejadnos solos!
—¡Ya habéis oído, chicos, vámonos!—se animaban unos a otros.Salieron a trompicones de la sala.
—Bien, os he elegido para encomendaros una misión muy especial.
—Oooooh.—se miraron.
—¿C-c-c-c-c-c-cuál es?—habló un goblin tartamudo.
—Vijiladla.—mostró una esfera—Tengo planeado que esta noche su hermano llore sin parar hasta que ella diga las palabras mágicas.
—¿Quiere traerla al laberinto?
—Así es.—sonrió.
—Muy bien, se hará según lo previsto, mi señor.
—Más os vale.—Por increíbles peligros e innumerables fatigas, me he abierto camino hasta el castillo más allá de la ciudad de los goblins, porque mi voluntad es tan fuerte como la tuya y mi reino…
—¡Basta! Espera…—la interrumpió con un nudo en la garganta—Mira Sarah, mira lo que te estoy ofreciendo… Tus sueños.—mostró una bola de cristal pero ella ni se inmutó.
—Y mi reino igual de grande…
—Te pido tan poco… Deja sólo que te gobierne y podrás tener todo lo que tú quieras.
—Mi reino igual de grande…—siguió ella—¡demonios! Nunca consigo recordar esa línea...
—Sólo témeme, amame, haz lo que te digo y yo seré tu esclavo.—suplicó mirándola a los ojos.
—Mi reino igual de grande… mi reino igual de grande… No tienes poder sobre mí. ¡¡¡No tienes poder sobre mí!!!—Majestad.
Jareth dio un salto, la taza que sostenía cayó al suelo y el goblin lo miró entristecido.
—¿La muchacha otra vez?
—No te importa.—se levantó del trono, pasó junto al ser y dio un portazo al entrar en su habitación que retumbó por todo el castillo, aunque ya no quedaba casi nadie para oírlo.Desde aquel desafortunado día en que Sarah había rechazado al Rey, este no había vuelto a ser el mismo. Se pasaba los días encerrado en su habitación y todos estaban convencidos de que sería el fin del Underground y de su fundador. Tres años eran los que su Majestad había permanecido absorto en sus pensamientos, deseando con todas sus fuerzas que algún día la chica regresara, dejando que su reino poco a poco se derrumbara. La mayoría de los que fueron sus súbditos lo habían abandonado en busca de una vida mejor pero a él eso no le importaba o quizás ni siquiera hubiera espacio en su cabeza para otra cosa que no fuese Sarah.