—¿Qué deseáis?—se dirigió al capitán del ejército, un Goblin cabezón con grandes ojos.
—Justicia.
—¿Justicia? ¿Y de qué manera puedo proporcionárosla?—el Rey se cruzó de brazos solemnemente, aunque por dentro estaba muy asustado.
—Queremos recuperar el reino que una vez nos perteneció, antes de ser destruido por un monarca inútil.El ejército vitoreó.
—Siento informaros de que ese rey inutil del que habláis, ya no existe. El nuevo es mucho más competente y está comprometido a revivir el Underground.
—No nos parece suficiente. Como sea—agitó la mano—, basta de negociaciones. Queremos declararle la guerra al Rey Jareth.
—Muy bien, en ese caso, la tendréis.—retrocedió—¡Al...
—No me habéis entendido, Majestad.—interrumpió el ser—Le declaramos la guerra a usted. Solo a usted.Levantó la mirada a la ventana de la habitación de Sarah, observó su silueta a través del vidrio y en sus labios pudo leer un Te amo. Suspiró volviendo a observar al representante.
—Acepto.—asintió desenvainando la espada.
—¡Goblins, al ataque!—gritó el capitán.El ejercito se cerró a su alrededor mientras el chico soltaba espadazos en todas direcciones, cercenando y cortando brazos, cabezas y piernas. Sentía las hojas afiladas y pinchos oxidados, impactar en su armadura haciéndo temblar todas las piezas. Los gritos de ánimo de sus súbditos dispuestos a socorrerlo en cualquier momento inundaban el aire mezclados con el ir y venir de metales y sangre verde.
—¡Por el Underground!
Fue lo que escuchó antes de sentir como una hoja entraba en su torso desde un costado y salía como si su cuerpo fuese de mantequilla. Cayó al suelo, abatido por el dolor mientras la sangre empezaba a llenar su boca y el interior de la armadura. De repente, la espada resbaló de entre sus dedos, los desertores arremetieron contra él con toda la furia pero sus súbditos comenzaron a hacerlos retroceder.
Sarah estaba horrorizada, no podía dejar de llorar sin apartar la mirada del cuerpo inmóvil del rey tirado sobre la tierra a la vez que toda una batalla tenía lugar a su alrededor. Sintió el deseo de bajar a buscarlo pero los enormes goblins no le permitirían pasar de la puerta.
Para cuanto el encontronazo terminó, el herido ya estaba inconsciente.
—¡Por favor, dejadme salir!—golpeó la puerta con los puños.
—No podemos, Señorita. El Rey lo ha dejado muy claro.—respondieron los guardianes.
—Por favor...os lo suplico.—lloraba desconsoladamente.
—Lo sentimos.Se acercó a la ventana de nuevo y sus súbditos lo rodeaban.
Miró a abajo, a la puerta y tomó una decisión. Se dejó caer desde la ventana a uno de los tejados, comenzó a descender para alcanzar los más bajos. En cuanto le fue posible, descendió hasta el suelo donde había tenido lugar la batalla.
—¡Jareth!
Las pequeñas criaturas le dejaron espacio.