—¿Te gustaría organizar una fiesta?—se levantó emocionado.
—¿Una fiesta?—sonrió ella—¡Por supuesto!
—Esta es tu habitación, el armario está lleno de ropa y...
—Pero...—lo interrumpió—...tengo que volver a casa.La sonrisa del rey se desvaneció y de nuevo notó un nudo en la garganta que le impedía emitir sonido alguno.
—Tengo unos estudios que terminar...una vida que vivir.—habló con cuidado, acercándose a él.
—No me vuelvas a dejar, Sarah. Te lo suplico.—se le quebró la voz—Por favor, haré lo que sea.—se le llenaron los ojos de lágrimas.La chica entendió que ya no era el mismo y suspiró tomando sus manos.
—Tendré que irme alguna vez, pero no será hoy ni mañana, quizás me quedé un par de semanas o meses. No voy a dejarte, y si lo hago no será para siempre.—acarició su mejilla para retirar la gota que acababa de salir de su ojo—Vamos a reconstruir el Underground, Majestad.
—Llámame Jareth, no quiero que me temas.—tocó su cabello—Acomódate, voy a empezar con los preparativos.—se alejó de ella pero la chica no había soltado su mano, haciéndolo parar en seco.
—Estoy bien así, quiero ir contigo.El rey sintió un calor muy humano en su corazón, más sobrenatural que nada de lo que había experimentado nunca.
—Como desees.—asintió sonriendo.
Mientras tanto, Sarah se sentía muy extraña. Ese hombre le había robado a su hermano, la había hecho sufrir, sentir miedo...¿por qué no le molestaba su compañía? Fuese como fuese, otra parte de ella creía que el rey había cambiado, encontraba una fragilidad en su nueva forma de ser que le hacía querer quedarse para siempre.
—¿Te gusta este color, Sarah?—le enseñó un adorno brillante.
—Sí, es perfecto.—sonrió.Sarah se alegró muchísimo de volver a ver a Haggel, este le relató que el Rey lo había desterrado al Pantano del Hedor eterno pero cuando sus súbditos lo abandonaron, le asignó un lugar en el castillo. Aún conservaba su pulsera de plástico.
Los pequeños goblins caminaban de allá para acá, ocupados cada uno en una labor pero todos los ojos se volvieron hacia el Rey cuando este la invitó a sentarse en su trono. Nunca ninguna otra persona que no fuera él mismo había ocupado ese lugar. Los seres se miraron entre sí y murmuraron, comprendiendo lo importante que era la chica para su Majestad. Temían lo que podía pasar si ella lo rechazaba por segunda vez.