Empezamos en triciclos, a una velocidad baja, sin capacidad de acelerar ni frenar, simplemente rodando en la casa, con unas tímidas barreras de madera que marcaban los límites, inconscientes de peligros, sin reglas para limitar nuestras posibilidades. Después montamos en bicicletas con ayuda de mamá o papá, algunas caídas al principio, con el freno a nuestro alcance; pero sin saber cuándo utilizarlo. Comenzamos a pedalear; pero por mucho que apresuremos las piernas, la bicicleta no alcanza una velocidad alta. Después montamos en carros, salimos a la calle, nos damos cuenta que la velocidad la ordenamos nosotros; el carro, la obedece. Aparecen las leyes del tránsito, de nuestra vida, nos recomiendan la velocidad a la que debemos ir, cuándo parar y hacia dónde ir. Algunos hacen caso omiso, se saltan la roja, pisan el acelerador a fondo, y en ocasiones, terminan estrellados, en una esquina, en una celda, o en otra vida. El camino es largo, de una distancia promedio de setenta años de vida, o de viaje; por lo que algunos se detienen en la gasolinera para recargar energía, y digo algunos, porque hay quienes simplemente se quedan sin combustible a mitad del camino. Empezamos a darnos cuenta de la importancia del freno, y más aún, saber pedir perdón, digo… saber dar marcha atrás, porque en ocasiones el camino que escogemos no es el correcto; algunos, como yo, son tan cabezones que siempre piensan que escogieron la ruta correcta, después, tienen que bajarse y empujar el carro, solos o acompañados. Tenemos la opción de abrir nuestro corazón, digo…la puerta, y permitir a otra persona sentarse en el asiento del copiloto, siendo nuestro compañero de vida; incluso, podemos llenar el asiento trasero de personas. No todos los acompañantes se quedan hasta el final del camino –desgraciadamente- algunos, por razones de la vida o el tránsito, tienen que bajarse o tienes que bajarlos. Hay quienes son tan tímidos que colocan cristales oscuros para que no se vea el interior del carro, otros, en cambio, deciden ir en descapotables, en carros deportivos con solo lugar para un acompañante. Podemos escoger la tapicería de nuestro carro, muy ostentosa o muy sencilla, depende del color de nuestra mente. En ocasiones nuestro carro sufre daños, producto del tiempo, entonces debemos acudir a un buen médico, digo… mecánico, para reparar nuestro cuerpo, digo… nuestro carro. Muchas veces tenemos el camino claro, marcado mediante flechas, otras, simplemente vamos sin saber a dónde ir. No todas las calles son buenas, debemos adaptarnos a conducir en calles estrechas, incluso -como yo- , en caminos rurales. Siempre recuerda tener los ojos bien abiertos, digo… las luces bien encendidas, porque el camino es oscuro y hay muchos carros. También es importante llevar en la mochila, digo… en el maletero, aquellas cosas que en un momento te harán falta. Ten mucho cuidado con los baches, y más aún si vives en Cuba, trata de evitarlos siempre que puedas, aunque hay baches que no se pueden esquivar. No todas las calles tienen la pendiente m=0, hay lomas en las que, si no tienes un buen carro, no las puedes subir; pero cuando la pendiente es negativa, o positiva depende si te refieres a las Matemáticas o a la vida, puedes simplemente quitar el pie del acelerador, pero no del freno. Ten siempre un buen amigo en los problemas, digo… un buen limpiaparabrisas en tiempo de lluvia, porque el cristal se te empaña y no verás con claridad. No seas egoísta, piensa en los demás, digo… no pongas la luz larga a no ser que sea imprescindible, porque en la otra senda hay carros y molesta. Asimismo te digo, cuando veas un carro en problemas, bájate del tuyo, y empuja el otro, pues el tuyo, podría ser el otro. Recuerda que un carro no anda por tener el mejor asiento, la mejor tapicería, el mejor motor, o las mejores goma; un carro anda, por la gasolina. Así que, sonríe, digo… échale gasolina a la vida.
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✨Universo & Multipoesía ✨
PoetryÉrase una vez, y luego dos, y luego tres, y así hasta la última página.