Era otra jornada más en aquel caos llamado universo. La Tierra celebraba su "cuatromilcuatrocientossesentainuevemillonesnovecientosnoventaiochavo" cumpleaños. Estaba en plena Era Mesozoica, o como vosotros lo llamáis «adolescencia». Y aprovechando la ocasión –la del cumpleaños– decidió, de mutuo acuerdo con su amada Luna, oficializar por todo lo alto su relación. La Tierra quería acabar con los complejos de su prometida y los rumores de una supuesta infidelidad, quería demostrarle a la Luna que la estatura no era un problema, que ella con sus 3 474,2 km de diámetro era la más guapa del universo, que su color de piel no era carbón, era diamante, que sus cráteres la hacían jodidamente perfecta y que ella no necesitaba de ninguna luz para brillar, que ella brillaba con luz propia.
Eran la pareja perfecta, envidiada por todos, los únicos que practicaban la monogamia en un ambiente donde el poliamor era la moda; solo tenéis que ver a Júpiter, el más mujeriego de los planetas con sus sesenta y una novias, o Mercurio el solterón, quien jamás pudo comprender cómo Neptuno, siendo tan frío, había encontrado pareja, y él, con sus 467°C de temperatura y un alma de Gray, aún era virgen. La boda, por motivos de cercanía, se celebraría en el sistema estelar Alfa Centauri, vamos, el puto paraíso del universo, un Dubái galáctico. –Millones de años dándole vueltas a esto, esperando este momento– pensó la Tierra, a quien le carcomía la idea de no poder ver a su prometida hasta la ceremonia nupcial. Después de ultimar los detalles de la actividad, la Tierra, con las montañas al aire, se acostó en su órbita, –menudo polvo lunar echaré hoy– especuló mientras se frotaba las líneas magnéticas. Destapó una botella de ron "Atlántico añejo cien millones de años" y se dio par de tragos. Abrió una caja de cigarros "Popular" y se fumó algún que otro volcán de la zona, sí, porque –aunque ahora ya menos– en aquellos momentos vuestro amado planeta era un puto cenicero flotante. Para la ocasión buscó lo mejor que tenía en el armario, se puso un escotado vestido de nubes rojas ajustado al Ecuador, vamos, lo que era trending topic de moda en aquellos tiempos. Sacó un frasco con destellos de luz, base, y algún que otro producto de belleza que le había comprado a Plutón, y se maquilló los cráteres de la cara, propios de la edad. –Ahora solo falta que llueva– pensó, como si ya supiera que algo malo iba a pasar. Se miró en el espejo y contempló, una vez más, el anillo que le había regalado su amigo Saturno –joder, le va a encantar– se dijo. Y, por último, llamó, por decimoquinta vez, a la gravedad, quien solía unir y separar cuerpos en el espacio; en esta ocasión tenía la responsabilidad de consumar la boda.
Llegada la hora, partió hacia su destino. La Tierra, acostumbrada a la oscuridad del espacio, quedó maravillada con los lujos de Alfa Centauri. Era como ver al mismísimo Big Bang en cada una de las bombillas del palacio. Entró a la habitación para retocar los últimos detalles; mas su sorpresa llegó al enterarse que su prometida, la Luna, no andaba por las proximidades del edificio. Nerviosa y exacerbada, la Tierra entró al centro del palacio, y, de pronto, en un instante, se hizo la oscuridad en todo el cosmos, como si Dios hubiera apagado el interruptor del universo. Planetas, estrellas, asteroides, cometas, todos fueron testigos del mayor acto de infidelidad de la historia. La Luna y el Sol hicieron el amor por todo lo alto, protagonizaron el primer eclipse de la historia, pues en un solo instante se eclipsó el amor de la Tierra. Pasaron muchos millones de años para que se volvieran a dirigir la palabra.
–Solo quiero saber por qué, ¿por qué lo hiciste?– preguntó la Tierra.
–Pues porque por más que lo intentes, por más que te esfuerces, jamás podrás tapar al Sol con una nube.Y cuentan los humanos, que la Luna, desde su lado oculto, por vergüenza, no puede mirar de frente a la Tierra.
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✨Universo & Multipoesía ✨
PoetryÉrase una vez, y luego dos, y luego tres, y así hasta la última página.