18. Reencuentro.

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Nota: Este relato es secuela de "El Paciente" por lo que su sentido podría ser difuso para quienes no hayan leído el mencionado fanfic.

Amanecía y los primeros rayos del sol entibiaban el verde predio del cementerio. Como cada mañana, Alex secaba el rocío caído sobre la lápida que hacía ya seis años cuidaba como a su bien más preciado.

Volvió a bruñir la escultura de manos orantes, único ornamento junto con las flores que él mismo se encargaba de dejar. A juzgar por el brillo del metal, aquel pulido parecía innecesario pero de algún modo misterioso, ese tiempo dedicado al cuidado de la parcela era su momento privilegiado para hablar con Graham. Siempre lo hacía, a decir verdad. Pero ese instante único libre de miradas curiosas o preguntas incómodas era el momento más íntimo y preciado.

Naturalmente, su interlocutor jamás respondía. Hubiese deseado que así fuera. Entrar en aquel mundo al que él mismo lo había precipitado. Entrar por un segundo y volver a verlo. Entrar, aunque la razón fuera el precio de aquella visión imposible.

-Hola, pequeño- dijo comenzando a secar la lápida.

Siempre hacía una pausa al saludar en la mañana, como si esperase aquella respuesta que no llegaría jamás.

-Anoche he dormido muy mal. Me dolía la cabeza, me duele ahora mismo.

La brisa acarició su rostro y Alex cerró sus irritados ojos por un momento. Miró el reloj. Era muy temprano y la cabeza le dolía tanto. Sabiendo que el resto de los empleados demoraría en llegar, se echó sobre el césped, junto a la tumba.

-Estoy tan cansado pequeño...- susurró- tan cansado...y te echo tanto de menos. Creí que me acostumbraría con el tiempo, pero no...

Y en efecto, no se habituaba a su ausencia. Había dejado atrás la culpa, los reproches, la cavilaciones infructuosas acerca de todo cuánto debió haber sido. Pero jamás se sobrepuso a su falta. Pensó que aquel probablemente fuese su castigo. A fin de cuentas, el remordimiento se mitiga a base de arrepentimiento pero su anhelo eternamente insatisfecho nunca podría encontrar alivio.

Agotado y tendido en el pasto, giró su rostro y justo frente a sus ojos pudo ver un par de zapatos acordonados. No esperaba que ninguno de sus compañeros llegase tan temprano. Levantó la vista despacio, luchando contra el dolor que atormentaba su frente. Pero el visitante le ahorró el trabajo echándose al suelo a su vez.

-¡Graham!- exclamó con un hilo de voz y su corazón casi escapando del pecho.

-Hola, Alex- dijo y le regaló aquella sonrisa inocente que había extrañado más que nada.

Su semblante resplandeciente no parecía dar cuenta de lo mucho que había ocurrido entre ellos. No había signo alguno de sufrimiento, ni de rencor ni siquiera de decepción. Era tal como cuando lo conoció, aquel lejano día en que doblegó su resistencia y lo estrechó por primera vez.

-Graham...cariño...- dijo con los ojos aguados- no puedo creer que estés aquí.

-Tampoco yo, supongo...- respondió tímidamente, ocultando un momento la mirada.

-Graham...- repitió estallando en lágrimas silenciosas

-Shhhh....- susurró recostado a su lado y acariciándole la mejilla.

-Perdóname...perdóname...por...

Pero antes que pudiese acabar su frase sintió el dedo de Graham sobre sus labios, imponiéndole silencio.

-Hace mucho tiempo te he perdonado. No estaría aquí si no fuera así.

Alex le tomó la mano y comenzó a besarla como si la vida se le fuera en ello. Era tanto lo que había añorado su presencia, la susurrante cadencia de su voz. Y ahora...ahora estaba allí, a su lado. No sabía cómo podía estar sucediendo ni le importaba averiguarlo.

-He soñado contigo cada noche, todos estos años...- reveló abrazándolo como lo hacía en las noches, cruzando los brazos contra su pecho y luchando por atraer la memoria del contorno de su cuerpo.

Graham le acarició el cabello, como solía hacerlo.

-Me duele tanto la cabeza...- murmuró Alex.

-Lo sé cariño- dijo comprensivamente, besando su frente.

Alex abrió los ojos al notar el roce de su boca. Se dejó llevar por el suave tacto de su mejilla hasta sentir otra vez la tersura de sus labios, aquellos cuyo calor no creyó volver a recuperar jamás. Entonces se fundieron en ese beso que Alex pensó haber aguardado por siglos. No supo cuanto permanecieron así. Por un momento, creyó que el tiempo se detenía, que la brisa ya no lo tocaba, que los pájaros del parque no cantaban y todo a su alrededor permanecía inerte.

-No te vayas...- murmuró antes de que aquella condenada jaqueca volviese para arruinar el momento.

Graham sonrió y tomándolo por las mejillas, volvió a besarlo.

-Ven conmigo, Alex- dijo estrechándolo despacio.


El descubrimiento del cuerpo del cuidador a la vera de una de las tumbas fue tema de conversación por semanas. Nadie allí se impresionaba por una muerte. Y tampoco lo hizo el jardinero que encontró a Alex.

-¿¡Cómo que ha muerto!?- preguntó el señor Coxon al visitar la tumba de su hijo y conocer la noticia.

-Dicen que fue un aneurisma...

-¿¡Por qué siempre los jóvenes!? ¿¡Por qué!?- maldijo con la voz quebraba, sin poder evitar pensar en su hijo.

-Al menos parece que no sufrió- lo consoló el jardinero- yo encontré el cuerpo...sonreía.

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