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Tazas, platos y dinero.

Errores, caídas y golpes.

Personas de muy mala hostia, insultos y reclamos.

Definitivamente no había sido una buena mañana para Samuel, en lo absoluto.

A pesar de que era un joven capaz y sumamente competente, no había podido dejar de equivocarse una y otra vez durante toda la mañana y parte de la tarde, por lo que cuando el reloj marcó las tres de la tarde sentía verdaderas ganas de echarse a llorar de frustración. Había dado lo mejor de sí, nadie podía decir lo contrario, pero no alcanzaba solo con ello; debía hacerlo bien, cosa que no sucedía.

-¿¡Y la cuenta!?- preguntó uno de sus clientes desde el fondo de la cafetería, mostrándose ofuscado -¿¡Qué tanto puede tomarte hacer un puto ticket?!

Samuel tragó en seco, conteniendo nuevamente sus ganas de llorar, miró la pantalla de la caja registradora con desespero y, como había hecho durante todo el día, tocó todos los botones disponibles, nervioso por sentir que no tenía tiempo siquiera para leer lo que estaba aceptando y rechazando. Pronto la máquina comenzó a imprimir el recibo y su corazón pareció acelerarse al notar que el número era extremadamente bajo para todo lo que había ordenado el señor de la mesa once; estaba seguro que el café, las cuatro medialunas y el jugo exprimido de naranja no costaban tan poco. Revisó con velocidad todos los datos del pequeño papel amarillento en sus manos y descubrió su error, sintiendo su vaso interno a punto de rebalsar. Se sentía un idiota, ni más ni menos.

-Toma, llévale esto- escuchó una voz femenina a sus espaldas, cosa que lo hizo voltear casi de manera automática. Silvia, quien había sido la única que lo había tratado bien a parte de su jefe, esperaba pacientemente que tomara el papel que le estaba ofreciendo, consciente del estado del pobre chico nuevo -Dile que la caja no funcionaba y que por eso la tardanza y el ticket escrito. Recibe el dinero y vuelve, te estaré esperando con su vuelto- finalizó dibujando una sonrisa tranquilizadora con sus finos labios, cosa que hizo al vaso interno de Samuel perder un par de gotas.

-Gracias- susurró entre avergonzado y verdaderamente agradecido.

El joven salió disparado hacía su destino y, tras recibir un par de insultos más por su tardanza y la mala excusa, esperó el dinero y volvió a la caja con la misma velocidad. Tal y como había prometido, la chica lo esperaba con el dinero en la mano, por lo que solo fue cuestión de tomarlo y dárselo al cliente para que este dejase la cafetería de mala gana y amenazando con que no volvería por el mal servicio.

-Déjalo, es un viejo amargado- volvió a escuchar aquella voz a sus espaldas, pero para cuando giró Silvia ya no estaba -Siempre vuelve- movió la cabeza nuevamente y encontró a la joven tomando los platos y vasos que había dejado el recién salido, mostrando agilidad y destreza mientras los acomodaba sobre la bandeja que llevaba en su mano derecha.

-Yo debería estar haciendo eso- comentó el chico mientras veía a su compañera avanzar hacia otra mesa y tomar las cosas que también habían quedado allí.

-No es problema, solo me tomará un instante- Samuel siguió los pasos de la chica mientras ella limpiaba las mesas, observando atentamente todos y cada uno de sus movimientos.

Silvia era delgada, pequeña y unos cuantos centímetros más baja que él, con una larga y oscura cabellera y unas facciones envidiables por cualquiera por su delicadeza y notable finura. El delantal negro se ajustaba perfectamente a su cintura y ocultaba de la misma manera su vestimenta, la cual se resumía en una remera blanca, unos pantalones negros y un par de zapatillas blancas.

-¿Cómo haces todo esto sin causar un desastre?- preguntó Samuel mientras la seguía, embobado en su cuerpo y sus movimientos.

Si fuese heterosexual, definitivamente intentaría ligar con ella.

Terraza [Wigetta]Where stories live. Discover now