Perdón

73 6 0
                                    

El episodio de corazón roto había pasado gracias a mi recién descubierto rencor hacia mi rival amoroso. Detenida la campaña para eliminarlo, no estaba seguro de qué hacer para recuperar el afecto de Marion. 

Lo único que podía hacer era asegurarme de que el conde no se enterara nunca de los sentimientos de ella, por lo que lo seguí a todas partes, al igual que los demás pretendientes de la dama. Parte del trabajo de los carabinas es asegurarse de que el ambiente romántico que pulula a su alrededor no se desmadre. Y así fuimos testigos de paseos de media tarde, regalos no tan escondidos como se creían, inocentes claro, unas flores, unos dulces, un perrito llamado Max súper mono, que por cierto me cogió más cariño a mí que a cualquiera de ellos, porque los perros tienen buen olfato para la gente ¿sabéis? Bueno sí, también le llevaba comida, pero no me seguía por eso, le gustaba jugar conmigo porque los enamorados no le hacían caso. Se sentía desplazado, como yo. Está mal regalar un perro, es un ser vivo, no un objeto, sólo para que conste.

La romántica estela que estaban dejando puso celosas amuchas damas, que exigieron más a sus jóvenes pretendientes, y poco a poconuestro querido conde de Locksley empezó a hacer enemigos. Los paseos seconvirtieron en trampas y carreras de obstáculos, con gente de ceño fruncidoesperando estratégicamente en el camino. No, yo no fui el artífice de eso, peroquien quiera que fuera, se merece un aplauso. Al final, el barón declaróprohibidos los paseos, porque su hija siempre volvía llena de suciedad y con raspones.Por su protección, la encerró en su casa. No en su dormitorio, que tampoco es pequeño, pero en el caserón de tres plantas, dos jardines y un montón de espacio. Aunque a ella no le sentó muy bien de todos modos, y recurrió a escaparse. No, no pasó desapercibido, y si yo me di cuenta, puedo jurar sin temor a blasfemar que el barón también. Ese hombre tiene de tonto lo que yo de ratón. Soy más bien un león, pero entiendo que tú no lo veas, pequeño ratón.

Mientras Robin se granjeaba enemigos por ser demasiado escandaloso con su afecto, yo era mucho más sutil, pero todavía un rival digno. Le regalaba joyas y encajes a Marion, la invitaba a fiestas y por supuesto seguía hablando con su padre, tratando de ganarme su favor. Gilewater tenía dinero de sobra para que mis regalos no destacaran entre las pertenencias de su familia, por lo que, como ya he dicho, pasaba desapercibido. NO, no era invisible. A pesar de que trataba de evitar todo contacto o desafortunado encuentro con el conde de Locksley, la verdad es que no se podía evitar, porque Nottingham no era tan grande. Y aunque los regalos fueran despreciados de inmediato por la damisela, yo sé que en el fondo le gustaban. Es decir, ¿a qué dama no le gustan las joyas, por minúsculo que fuera su interés en mi?

Como Marion no podía salir de casa más que por la noche, y a hurtadillas, me encargué de visitar la casa de Robin todos los días antes del anochecer, alargando el momento en que la joven se fuera a "dormir", reduciendo el tiempo a solas a casi cero. Sí, eso fue totalmente a propósito, no me interesaba nada la colección de dagas. Aunque no me pasaba desapercibido el hecho de que el barón supiera usarlas, usándome de objetivo alguna que otra vez. ¿Mensaje subliminal? Me hice el sueco, por supuesto. Si no podía ganarme el corazón de Marion, lo mínimo era asegurarme de que el conde no lo consiguiera tampoco. Sería por jóvenes decentes en la capital, ese dichoso conde tendría que encontrar a alguien más. Además, si muriera de esa manera seguro que Marion se sentiría culpable y al menos me lloraría. 

También fui yo el que mandó al sheriff a comprar todas las rosas del pueblo cuando fue el cumpleaños de Marion, que por cierto, le encantaron cuando las envié a mi nombre. Y por eso el conde apareció sin regalo, lo que suplió con otra estúpida aventura que no le granjeó simpatía para el barón. Veamos el marcador, sí, voy ganado dos a cero. Además, estropeé los días de caza del conde con el padre de la dama, me aseguraba de enviar partidas justo el día anterior para que no quedaran animales que cazar. ¿Verdad que tengo una mente brillante? Pásenme una pluma. Tres...Cero. 

En fin, los días pasaban, y entre aventuras y desventuras fui ganando puntos con la dama y su padre. Hasta que por fin llegó el día en que Marion me invitaría a una cita. Ni os imagináis mi sorpresa cuando descubrí al estúpido conde de Locksley allí también, con mi dama. Al parecer, ambos habíamos quedado con Marion y ella saldría con el que ganara el torneo. Ninguno se había preparado para participar, ni estábamos anotados, pero no olviden que soy príncipe así que moví hilos para nos pusieran al final en una incorporación de último minuto, ya que, por supuesto ambos aceptamos. Otra cosa no se podrá decir, pero competitivos somos un rato, y eso incluye a la dama. De no ser así, simplemente habría escogido a uno y mandado al otro a su casa. Claro, claro, estaban de moda las demostraciones de fuerza para ganarse el corazón de las damas, pero no se puede decir que Marion sea como las demás.

El torneo fue épico, todo hay que decirlo. Vino mucha gente, y aunque algunos nos superaron en cuestión de técnica, a nadie le importaban los extranjeros. Sólo contábamos el conde y yo en esa competición, y el público lo demostraba con muchos gritos y ánimos cuando cualquiera de los dos salía a luchar. Yo era más de espada, Robin tenía el arco como si fuera un tercer brazo, pero ambos éramos muy buenos. Cuando por fin nos enfrentamos, recuerdo haber entrado a la arena con mucha calma. El conde estaba nervioso, porque nuestras técnicas eran muy distintas. Empezó con una lluvia de flechas, y yo esquivando mientras avanzaba para hacer contacto directo. Fue una buena pelea, con una inesperada daga con golpe sucio incluido por parte del arquero. ¿Nada que decir eh? Pero no sirvió de nada. Soy un maestro de la esgrima. Gané esa competición, el favor del barón y el perdón de Marion. El principio del fin, como se suele decir.



Persiguiendo a Robin HoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora