La Ceremonia

77 9 0
                                    

Tras mi último éxito, el gran final estaba asegurado. Rápidamente me hice con el favor del padre, aunque seguía bromeando sobre cómo no me movía cuando me usaba de objetivo de sus dagas, pero le pasaba su estupidez extrema divulgado que casi mata al príncipe, porque quería a su hija. La cual, a decir verdad, era una novia bastante desdichada, pero su padre y yo coincidíamos en que aprendería a amar lo que era bueno para ella. Lo mejor para ella, que era yo, por supuesto. Aprendería a amarme, sólo era cuestión de tiempo. 

Marion y yo nos conocíamos desde niños y mi intención siempre fue cristalina para con ella o con su padre. A nadie le extrañó que celebráramos la boda esa misma primavera, en la casa del barón. Ella había dejado de hablar y comía menos, pero me aseguraron que eso era normal en una joven comprometida, intentaba adelgazar para ser la más hermosa en el vestido de novia. Me lo creí, porque era ingenuo y el amor es ciego. 

La fiesta era hermosa, todo sea dicho de paso, aunque esté mal que yo lo diga. La carpa de blanco cubria todo el campo, y tenía una zona de juegos al aire libre para desahogar las ganas de guerra que los jóvenes tenían siempre. Los adultos, mientras, disfrutaban de un delicioso tentempié bajo la carpa, felicitando de tanto en tanto a la feliz pareja. Los bailes iban a empezar en breve, pero esta hora era para los enamorados. Realmente no esperaba que Locksley se presentara, aunque lo había invitado, por educación. Y seguro que no esperaba que el padre de la novia se acercara a mi archienemigo, es decir, él no aprobaba a un príncipe, ¿quién en su sano juicio esperaría que aprobara al dichoso conde Locksley? Nadie. Yo desde luego no lo hacía. Quería beber y maldecirlo junto al padre, pero me los encontré brindado con sonrisas enormes en sus caras. 

Así que fui junto al grupo de hombres solteros vigilando a las damas, entre las que se encontraba una preciosa joven. Su vestido recordaba a las túnicas griegas, y resaltaba aún más su belleza. Quitaba el aliento, y de alguna forma, me resultaba familiar. Tal fue mi despiste que no reparara en las miradas largas y risitas bajas que se escuchaba en el grupo. Rumiaban tonterías de que el matrimonio era forzado, que la dama quería a Locksley y que habíamos peleado por ella. Por supuesto que eran totalmente falsos, un príncipe no se rebaja a pelear con un plebeyo, pero no quería dar alas a los rumores. Si me apresuraba en desmentirlo pensarían que era cierto.

Sin embargo, algo realmente me llamó la atención de los chismosos. 

-¿Que, entonces es cierto que usa sicarios? Me pareció oír que hubo unos cuantos accidentes relacionados con Locksley - ese no estaba borracho, definitivamente. 

-Eso es mentira -dijo la hermosa dama. ¿Quién sería? Disimuladamente me acerqué algo más a la conversación, sólo para oír mejor.

-¿Cómo sabrías eso querida Lisa? -rumió el mismo hombre. Era grande, incluso entre los hombres. Parecía llevar una cruz bajo la ropa. Tal vez era un cura. No, aguarda. Los curas no beben. ¿Verdad? Pero este bebía, aunque moderadamente.

-Porque alguien tan torpe como el príncipe no haría tal cosa. Además, según sus costumbres, pelear con un plebeyo sería rebajarse en estatus. -lo que decía tenía todo el sentido, es más, lo pensaba yo mismo. Pero dicho de la graciosa boca de la joven, de alguna forma, parecía un montón de insultos. Y eso era muy raro, ya que mi cara solía agradar al género femenino.

-O igual el conde es muy habilidoso. Le vi en un trifulca en la calle, atrapando a una banda de ladrones. Robin derribó a todo el mundo con su arco -estaba orgulloso el cura, se notaba -Y finalizó todo con una flecha con el nombre de la dama gravado. ESO es estilo, sí señor.

No te contengas, cura. Lo admito, suena como un gran acto. Y yo huyendo de su asesina. Estúpido conde, sabía lo que se hacía. Me alejé a grandes pasos de la camarilla de borrachos, no queriendo oír más de sus hazañas. Pero daba igual dónde me metiera, todos lo alababan, padres, madres, jóvenes, damas... Debía de estar algo mal en el agua de este sitio. Se suponía que era mi boda. Al menos hablen de Marion, que es digna de rumores.

Por fin, vi al sheriff. Parecía contento, también. Charlamos brevemente hasta que una pareja decidió entablar una conversación a gritos. Y allí estaba el estúpido conde discutiendo con la dama hermosa que hablaba antes. Se les veía bien juntos, además, pero no podía meterme de repente en la discusión, ya que no tenía nada con la joven, de hecho, iba a casarme hoy con otra. Mi amigo debió de ver la mala cara que puse, y propuso alegrar el ambiente con una barbacoa. Yo no era muy hábil con esas cosas, así que se lo encargué. Al menos una persona estaba aquí por mí. Y las brasas sería un bonito manjar después de casarme con Marion.

Ignoré la música y me fui a rumiar mi mal humor con alguna dama soltera, a ver si conseguía una buena conversación al menos. Pero todas las damas se alejaban de mí, y empezaba a sospechar que el conde era la cabeza detrás de esto. Maldito. 

Harto, estaba a punto de interrumpir la conversación del conde sólo por molestar, cuando volví a ver al sheriff. Y detrás de él, estaba el fuego. Pero no era un pequeño fuego para cocinar algo, si no la carpa antes blanca, prendida en llamas. Horrorizado, busqué rápidamente a Marion. La vi sola, de espaldas al desastre y con el vestido de novia más arrebatador que había visto nunca. Hoy iba a casarme con esta belleza, de verdad por qué tenía que pasarme todo a mi. Y ¿cómo es que nadie estaba gritando? Todos estaban de espaldas al peligro, excepto Locksley. Este se dirigía al fuego, persiguiendo al sheriff. Me dije que se ocuparían solos mientras advertía a la multitud para separarse de la carpa y corría a coger a mi dama.

No esperaba la estampida que sucedió al pánico cuando la carpa empezó a arder de verdad. Entre el caos escuché las voces de Locksley y el sheriff discutir, por debajo de los gritos. Y Marion, a mi lado, aunque no gritaba, estaba perdiendo color por momentos. La arrastré lejos de la carpa, hasta donde estaban los niños. Los hombres, la mayoría borrachos, intentaban mojar un círculo alrededor del fuego para evitar que se extendiera.

Intenté recordar todas las caras que había visto, no quería pensar que alguien podía estar allí inconsciente y quemándose. Suavemente calmé a las damas y fui preguntando una por una si sus conocidos estaban allí. Reuní a las madres y les dije que hicieran recuento de los niños. Luego busqué al sheriff, pero no aparecía, y tampoco estaba Locksley. Marion, perdida, me seguía a todas partes. Entonces una madre vino llorando diciendo que no encontraba a su hijo.

Marion y yo nos dividimos para buscarlo, rodeando la carpa y llamando su nombre. Fue entonces que vi los dos desaparecidos en medio de una guerra. Me pareció infantil, pero eran mayorcitos y podía dejarlos allí, así que corrí para alcanzar a Marion. Ella ya tenía al crío en brazos cuando la encontré, pero al volver el sheriff estaba solo.

El fuego terminó por apagarse pero Locksley no apareció. Mientras todo se calmaba perdí de vista a Marion. No esperaba que aún quisiera casarse después de semejante incendio, pero quería verla. Sólo para saber que estaba bien. Pero ese día me fui a dormir sin encontrarla, sólo rezando que su padre la tuviera a salvo en alguna parte.

Persiguiendo a Robin HoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora