Años después.
¿Cómo podía ser posible que se le perdiera aquella cadenita? ¿Cómo? Él no era descuidado, jamás lo había sido. Y ahora no la encontraba la pequeña cadena en forma de caballo por ningún lado. No quería perder aquel recuerdo de los mejores años de su vida. Siendo un niño él había sido muy feliz… Ahora también lo era, pero desgraciadamente nunca iba a ser igual.
Se maldijo a si mismo… ¿Dónde podría haberla dejado? Ya la había buscado en todos lados: la caballeriza, su cuarto, el baño, el gallinero, la cocina, la casa grande…
Se detuvo a pensar un poco. Quizás la había dejado en la casa de Evie. Aunque a decir verdad hacía como una semana que no iba a ver a su novia y la cadenita la había perdido ayer. Soltó un suspiro. Y se sentó con cuidado en una de las sillas de la cocina.
— ¿Buscabas esto? —preguntó ella.
Al instante él levantó la vista y se puso de pie. Casi corrió hacia donde estaba su madre con la mano levantada y mostrándole lo que había estado buscando desde hacía tantas horas.
— ¿Dónde estaba? —quiso saber mientras se la quitaba de la mano.
—La dejaste tirada cerca del horno anoche, después de que lo arreglaste.
—No la dejé tirada. Seguramente se me cayó…
Se la volvió a poner, y se sintió aliviado. Sus bonitos recuerdos ahora estaban de nuevo con él.David Lafuente era un hombre de campo. Había nacido allí, se había criado allí y pensaba morir allí. Él no se consideraba una persona mala, y estaba muy orgulloso de lo que había logrado en todos esos año en los campos Streep. Siendo muy joven (con apenas 15 años) su jefe lo había nombrado encargado del lugar, cuando había decidido irse a vivir a la cuidad. Y desde entonces David había llevado adelante los asuntos de aquella conocida estancia. Pero a pesar de dejarle toda la responsabilidad, Leonard Streep iba a verlos todos los años en las vacaciones de verano. Se quedaba allí unos dos meses y luego volvía a su agitada vida de negocios. David siempre se preguntaba como era que ese hombre no se había vuelto loco viviendo en la cuidad, siendo que él también había nacido y criado en aquel campo. Pero lo sabía, Leo era un gran hombre que se adaptaba a cualquier situación de cambio. Y David lo admirada… lo admiraba y lo quería como a un padre. Por eso mismo cada vez que el jefe llegaba todo el mundo estaba como loco arreglando y preparando todo.—Es como la decima quinta vez que pierdes ese colgante, David —lo regañó ella pero no del todo. Le besó la frente y se acercó a las hornillas para revisar la comida que estaba preparando. La cena siempre comenzaba a prepararse antes del atardecer.
—No es a propósito —aseguró él —Al parecer no le gusta estar en mi cuello.
Amy sonrió y lo miró de manera tierna.
— ¿Ya está todo listo? Mira que hoy llega el señor Streep.
—Si, todo está listo.
—Más te vale, David…
—Mamá… bien sabes que me gusta que el jefe venga a encontrar todo en orden y en perfecto estado.
—Si, lo sé. Pero solo te pregunto para que estés completamente seguro. No quiero que nada salga mal. Leonard… —sacudió la cabeza —Digo, el señor Streep se merece lo mejor.
David puso los ojos en blanco. Si había alguien que se ponía quisquillosa con la llegada del jefe en aquel lugar, esa era su madre. Todos los trabajadores huían de ella despavoridos. Se ponía insoportable, histérica y sobre todo intratable. David creía saber la razón de sus nervios. Aunque ella jamás llegara a admitirlo, él sabía que su madre sentía algo especial por ese hombre. Y cuando volvía al campo, ella parecía perder los estribos. Los únicos que podían con ella en días así eran Cameron y él.
Cameron era más que un primo para David. Era como su hermano menor. El rubio se había mudado a vivir con ellos cuando su padre (el tío Roger) había muerto en un accidente de campo. David y Amy eran la única familia que le quedaba.
Cameron entró a la cocina y se detuvo a mirarlos. David le sonrió y se puso de pie. Pero dejó de sonreír al ver la cara de preocupación y frustración que tenía su primo.
— ¿Qué sucedió? —le preguntó al instante.
—White —murmuró el rubio simplemente.
David resopló. ¿Otra vez aquel caballo? ¿Cuándo iba a ser el día en que el corcel blanco no le diera dolores de cabeza?
— ¿Qué hizo ahora? —quiso saber.
—Le ha dado un buen susto al pobre de Peter, casi lo golpea. Luego rompió su bozal, rompió un par de mecheras en las caballerizas, salió hecho una fiera, saltó la cerca y se metió por el bosque.
David cerró los ojos y se masajeó el puente de la nariz. Ese caballo no cambiaba más. No había forma de que lo adiestrara. El muy cabeza dura jamás se terminaba de comportar. Solo le gustaba ser un caballo salvaje. Pero ¿Quién podría culparlo de ser así? Nadie.