Thomas y Laise

13 2 0
                                        


Mientras veía por la ventana, los recuerdos le llegaban a la mente. Aquel día en el que lo conoció. Con solo verlo supo que sería su perdición. Ese cabello largo y sedoso, su rostro enjuto y sereno, el bigote que acompañaba esa barba a medio crecer. Se ponía nerviosa cada vez que hablaba de él, pareciendo una chiquilla. Bufó y dejó caer la cortinilla.

No sabía cuántos días llevaba ahí metida, al menos no con exactitud. Era lo que se obtenía cuando ingresabas drogada y ebria hasta el carajo a un centro de rehabilitación. Sólo recordó el rostro de un médico que la sometía y que después se hizo cargo de ella. Lo detestaba a muerte. Por poco y muere en el proceso de desintoxicación pero lo único que deseaba era sacarse el recuerdo de Thomas Chee de la cabeza.

—Den Adel, tienes visita.— mencionó el enfermero en turno.
—No quiero ver a nadie, ¿no han entendido?
—Ya la escuchó. Señor...?
—Chee, Thomas Chee.

La mención del nombre logró que girara su cabeza hacia la puerta. Cerró los ojos, presintiendo que algo terrible iba a ocurrir. Así era tratándose siempre del navajo. Abrió los ojos y caminó hacia ellos, viéndolos por la pequeña ventanilla de la puerta.

—¿Qué haces aquí, Thomas?
—¿Qué parece que hago? Vine a verte.
—¿Por qué?
—¿Me vas a dejar entrar? Aquí el señor tiene trabajo qué hacer.
—Está bien. Solo quince minutos. Déjelo pasar.

El enfermero quitó los seguros de la puerta y la abrió. Ese rechinido que hacia la puerta al abrirse era capaz de erizarle la piel a quién sea. Estar entre cuatro paredes no era vida para nadie. Antes de retirarse, el enfermero revisó que no hubiese nada que pusiera en peligro la integridad de Laise, ni la de Thomas, ni tampoco la suya.

—Les daré una hora. Regresaré más tarde.— Y enseguida se fue caminando, sin dejar de vigilar las demás puertas.

—¿Cómo estás?
—¿Cómo parece que estoy?
—Preciosa, como siempre.
—Jodida, Thomas. Jodida como siempre. ¿qué te trajo a esta pocilga?
—Aunque no lo creas, quería saber de ti.
—¿Ah sí? ¿Odille no te ha dicho?
—Laise...basta.

El rostro de la chica lucia cansado, demacrado, como si no hubiera dormido en días. Porque así era, le daba vueltas a todas las malas decisiones que tomó, a cada maldito paso que la hundió como lo había hecho. Recordaba que tenía un futuro brillante como abogada, venía de una buena familia, con una madre que aunque atormentada mentalmente, seguía amándola. Un hermano que también la quería muchísimo. Estaba mucho màs delgada de lo normal y se notaba; sus senos, que alguna vez fueron las joyas de la corona descansaban sobre su pecho apagados, caídos sin ser ese portento sensual que enloquecía a muchos, Thomas Chee incluido.

—La estoy pasando de maravilla aquí. Tres...no, ¡cuatro! semanas en este precioso hotel cinco estrellas.
—Laise...
—Ya viste como estoy, ya puedes irte.
—¡Carajo! ¿Por qué tienes que hacerlo difícil? Estoy preocupado por ti, quería saber como estás, si te falta o necesitas algo pero con esa jodida actitud no vamos a llegar a nada.— Thomas Chee se jactaba de ser un hombre íntegro, con temple y la suficiente cabeza para darle su lugar a las cosas. Alguien normalmente sereno y taciturno que en ese instante, perdía un poco los estribos por una mujer que no era nada suyo.

—No quiero tu lástima, Thomas. Lo único que quise, que quiero es que me ames de la forma en la que yo lo hago.
—Preciosa, yo no...
—No me digas preciosa, ¿está bien? Lo sé, sé que no me amas, en lo absoluto. Y en un momento de idiotez acepté lo poco que me das. Por un instante pensé que estaría bien si con eso me seguías besando pero no es suficiente, yo te quiero todo Thomas, completo para mí y no es posible.
—Lamento eso. No fue mi intención hacerte sentir de esa forma.
—No necesito tus disculpas, lo que quiero es que me dejes en paz. Solo así podré olvidarte y tratar de hacer algo con los pedazos de vida que me quedan.
—No seas tan drástica, te quiero y lo sabes.
—Me quieres...Tom, deja de mentirme. Adoras como te la chupo, te fascina cuando te corres en mis pechos o en mi cara, te encanta follarme por detrás pero de eso a quererme hay una gran diferencia. 

El silencio inundó aquellas paredes. Laise tenía un nudo en la garganta que no podía deshacer con el navajo presente. Lo amaba, demasiado quizá de una manera tan fuerte que la había destruido por completo. Ella, la heredera de una de las familias holandesas de más renombre, reducida a una ex-estudiante de leyes adicta, alcohólica y con severos problemas de alimentación. Una piltrafa humana que pasaría el resto de su vida entrando y saliendo de rehabilitación.

—Laise, escucha. No puedo darte eso que me pides, sabes que no.
—Y lo entiendo. La del problema soy yo. Yo soy la que te ama como una estúpida, no necesitas recordármelo.
—No eres estúpida.
—Claro que lo soy. ¿Quién, en su sano juicio, aceptaría las migajas de otra mujer? Solo una loca o una estúpida y curiosamente, en este momento soy ambas.
—Laise, por favor. Déjame ayudarte, soy honesto cuando digo que me preocupas. Eres mi...eres de mi gente.

Aquello se había escuchado tan bien, saberse de alguna manera importante en la vida del navajo pero no debía hacerse ilusiones. Eso solo la llevaría a un espiral de destrucción, como si no hubiese sido suficiente el infierno que ya vivía.

—No lo hagas, Thomas. Solo...no lo hagas.
—¿Qué no haga qué?
—Darme ilusiones. No me hagas creer que puedo tenerte cuando tú y yo sabemos que eso es imposible. Lo mejor será que te vayas.
—Laise...espera, aún no terminamos de hablar.
—Por favor, Tom. Sal, ahora.
—Aunque no quieras vendré a verte. No soy de los que se rinden. 

Camino SinuosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora