Querida Nueva York:
Esta es mi segunda carta y no sé por qué pero siento, creo que me hace bien escribirte. No importa si llegas a leerlas o no. De esta manera me permite hacerte saber la relevancia que aún tienes en mi vida y lo arraigado que está tu recuerdo en mí.
¿Recuerdas la vez de las fotos? Yo sí.
Fue un día de verano. Un poco extraño siendo sincero. Recién había terminado con Samantha, la chica de las pecas. Tuvimos una acalorada discusión que terminó en una amarga despedida. ¿La razón? Tú.
Cometí el pecado de mencionarte en cada oración que salía de mi boca: lo ágil que eras para el hockey, lo graciosa, lo terca y sobre todo, lo feliz que me hacías con solo mirarme. Se hartó de la comparación y con justa razón. Nunca tuvo el valor de mandarme al diablo a pesar de haberle dado mil motivos, así que fui yo quién hizo el trabajo.
Recapitulando, ese día me sentía cabizbajo, triste pues lo quisiera o no, me fue imposible pretender que lo que hubo entre Sam y yo no fue importante, no soy tan desgraciado. Tú, haciendo gala de ese enorme corazón, no dejaste que me ahogara en ese vaso de melancolía y me invitaste con una amiga tuya. Estudiaba fotografía y necesita realizar un proyecto de pareja para su portafolio. Me negué el principio, rotundamente, conocías de mi mal humor y mi poca paciencia para posar. Además que no tenía la paciencia ni el humor para socializar con gente.Solo hablaba contigo porque eres la única persona a la que deseo ver en momentos así. No recuerdo cómo o por qué dije que sí pero al final acepté y terminamos en un parque de San Diego, dónde residía tu amiga. Ese día por fin encaré la verdad, terminé de aceptar que no habría otra mujer para mí que tú y en esas fotos está la prueba fehaciente.
Las fotografías eran tan trasparentes, tan genuinas que a simple vista se podía ver lo que despertabas en mí. Me tenías loco con esa mirada divertida y llena de entusiasmo, tu risa contagiosa y atropellada logró que olvidara lo sucedido con Samantha, no solo ese día sino para siempre. El olor de tu perfume llenaba de calma la tempestad que tenía en el interior. Tú eras todo y no me atrevía a decirlo.
Luego de la sesión, tu amiga nos preguntó cuando daríamos el "sí" a lo que respondí: "No pienso casarme nunca". Pese que no me lo dijiste, vi tu reacción. Te dolió, siempre lo supe pero era tan incapaz, tan cobarde que dejé que lo procesaras como solías hacerlo. No hay día en el que no me arrepienta de ese instante y de muchos otros, en dónde dejabas claro lo mucho que me amabas. Quiero que sepas que yo te correspondía, de la misma intensa y salvaje forma pero éramos tan ignorantes, tan temerosos y tontos que sucumbimos a otras cosas que fungían como placebo, para no sentir tanto dolor.
Hoy en día guardo con recelo esas fotos. Las conservo guardadas bajo llave, protegidas de la vista curiosa de todos. Espero que algún día no muy lejano, decidas venir a reclamar tus copias. Debo mencionar que entre estas se encuentra una, creo que sabes cuál, una que muestra lo que pudimos haber sido y que jamás fuimos. Aquella en dónde mirábamos al frente, abrazados uno del otro, caminando en medio de la calle, hacia un destino incierto. Aquella en dónde un "para siempre" fue labrado en fuego u que ahora, se desvanece.
Esta mañana recordé esos momentos y quise compartirlos contigo mediante esta carta que, aunque no la envíe, deseo que puedas leer.
Tuyo para siempre,
Los Ángeles.
