Un barco sin rumbo

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La mañana de Enero de 2016, la chica de pelo largo y zapatillas deportivas caminaba a paso lento por un costado de la calle asfaltada.
Había llovido con fuerza la noche anterior, por lo que las veredas de barro se volvían intransitables.
Ahora el sol golpeaba fuerte y sus ojos se achinaban cada vez que volteaba a mirar los autos que circulaban a su costado.
Camino largas cuadras con su mochila al hombro y un perro flaco que comenzó a seguirla a mitad de camino, cuando ella con una simple caricia alegró su mañana.

Alrededor las casas quintas y las entradas de los barrios privados volvian interminable el viaje.
A Julieta le parecian todas las cuadras iguales, todavía no lograba encontrar diferencias entre esos paredones altos y grises.

Llevaba caminando doce cuadras por la misma calle asfaltada y comenzó a creer que se había perdido. Ese parecía ser su estado desde hacía algún tiempo, siempre perdida en su interior.
El reloj corría pero su ser se mantenía estático, funcionando de manera automática, sin sentir ni pensar.

A unos pocos metros logro observar el pasillo principal de la villa, estaba llegando a su destino.

La morocha de pelo largo todavía se sentía un poco incómoda cada vez que caminaba por ese pasillo.
Julieta estaba acostumbrada a las villas, pero esta era diferente. Era la más pequeña en la que había estado, no se parecía en nada a esa enormidad monstruosa de miles de personas entrando y saliendo en la que se había criado.

La villa Santa Paula era tan pequeña que todos sus habitantes se conocían y eso era demasiado para ella que estaba tan acostumbrada a la masividad de gente.
Quizás por eso sentía tan penetrantes las miradas de los vecinos cuando caminaba por los pasillos meneando su pelo largo.

La desconocida morocha que había llegado muy recientemente a la villa llamaba la atención de todos y eso no le gustaba nada. Ella conocía muy bien los problemas que podía llegar a tener si no pasaba desapercibida.

Es por esto que Julieta atravesaba esos pasillos como si fuera un ente, mirando al suelo para evitar que confundan su pasar con altaneria pero tambien con paso firme para que tampoco crean que tenía miedo. Era complicado mantener el equilibrio entre ser pacífica y no ser tomada por boluda, pero ella estaba acostumbrada a luchar para evitar los quilombos y confiaba en que eso seguiría siendo así.

Julieta estaba a punto de cruzar la calle de asfalto y adentrarse en el pasillo cuando el ladrido efusivo del perro flaco la hizo voltear.
En ese instante, sintió el sonido agudo de una moto viniendo a toda velocidad. Los neumáticos vibraban en el asfalto y detrás de ella una camioneta Amarok quemaba los suyos a la misma velocidad.

La morocha se alertó pero no tuvo tiempo de reaccionar porque en cuestión de segundos los vehiculos se encontraban en la misma cuadra.
La camioneta logró alcanzar a la que ahora sabía era una Zanella 110, la chocó por detrás con tanta fuerza que el pibe voló varios metros hasta caer tendido sobre el asfalto a los pies de Julieta.

Ella comenzó a temblar frente a tan tenebrosa escena e impulsivamente dió dos pasos para atrás al observar al joven golpeado que intentaba levantarse, pero todo se torno más oscuro cuando el conductor de la camioneta descendió con una recortada de doble caño.

El estallido de la bala en la pierna del pibe tirado en el suelo y los gritos desesperado de dolor aturdieron sus oídos y aflojaron de tal manera sus piernas que ahora ella también se encontraba en el suelo.

-¡Eso les pasa a las ratas como vos!- gritó el hombre mientras volvía a subir a la camioneta y arrancaba nuevamente a toda velocidad.

Ella se quedó completamente inmóvil, el miedo la tenía completamente paralizada y con el corazón a punto de estallar.

-Por favor, ayudame. Por favor te lo pido- imploró el pibe a Julieta entre gritos de dolor.

La sangre de su pierna chorreaba por el asfalto y Julieta supo que no podría escapar de los problemas.

Amor de ContramanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora