Aunque no veas el sol en mí

202 37 10
                                    


Tomás metía su mano rasposa dentro de la media percudida y hurgaba en ella hasta encontrar el encendedor.
Los cigarrillos se le habían terminado a la mañana pero seguramente si insistía, algún gil que se asuste un poco le podía regalar uno. Aunque sea para matar la espera.

Se encontraba sentado en ese enorme banco de cemento afuera del hospital y cuando se dispuso a ir en busca de un cigarrillo vió a parte de su familia acercándose.

Su madre tenía la misma cara de amargura de siempre pero esta vez lo miraba con una especial ira.
Magdalena o "la mami" como le decían sus hijos era una mujer dura como el acero, inquebrantable, a veces medio bruta, a veces injusta, una mujer difícil de tratar incluso para sus propios hijos.

Cuando Tomás la vió acercarse supo que debía prepararse para otro de sus escándalos en público, de esos que eran normales pero que igualmente siempre dolían.

Y tal cómo Tomás lo predijo, Magdalena con Tobías, el más pequeño de sus hijos, en brazos no dudo ni le tembló el pulso para estrellar su mano contra la cara de Tomás.

—¡Sos un cagón de mierda Crackero!— gritó provocando que la gente volteara a mirar.

—¡Para loca! ¡No me pegues!— intentó defenderse Tomás.

—¡Yo la mande a la Romina a que la arruine a la wacha esa! Y vos te metiste cagón de mierda, es tu hermano el que esta internado estúpido— gritó efusivamente.

—Pero si esa pibita no sabía nada, para mi que no tienen nada que ver— respondió Tomás.

—¿Ahora vas a saltar a defenderlas? Inútil de mierda, hasta Tobías tiene más huevos que vos. A ver si de una vez por todas te pones los pantalones y haces que paguen todos los que le hicieron esto a tu hermano. Si es que sos un poco hombre, maricón— reclamó Magdalena con total crudeza.

Tomás no contestó, solo la vió alejarse con el pequeño de 3 años en brazos y otro dos de sus hermanos siguiéndola como polluelos.
La única que se quedó junto a Tomás fue Romina, con cara de pocos amigos y a la vez disfrutando de la situación.

—¿De qué te reís pelotuda?— preguntó Tomás ante la risa burlona de su cuñada.

—De lo pancho que sos, te tiene a las chapas tu vieja— rió Romina.

—Callate la boca, que vos fuiste a llorarle a la mami para que te defienda.

—Vos sos re traidor Crackero, saltaste por esa gila y me basureaste a mí. Hasta yo defiendo más a la familia que vos.

—¿Vos te pensas que porque coges con Pachuca sos parte de la familia?

—Yo soy la novia, no un garche. No te confundas— reclamó la rubia.

—Si, una de tantas. Gorreada de mierda— murmuró levantándose del banco para adentrarse al hospital.

Las palabras de Magdalena siempre lograban impactar en Tomás de alguna forma, él sentía un rechazo especial de su madre para con él e intentaba de mil maneras complacerla.
Aunque en verdad, Magdalena tenía las mismas formas con todos sus hijos. Incluso los más pequeños soportaban sus gritos, sus golpes y malos tratos.
A veces cuando la nariz le sangraba de tanta cocaína consumida decidía frenar por algunos días y esos días se volvían los peores. La abstinencia le provocaba una suerte de irritabilidad constante y absolutamente todo pasaba a ser una molestia para ella.

Los vecinos de Santa Paula no podían comprender esa relación de amor y odio que existía entre ellos porque a pesar de que por momentos llegaban a maldecirla sentían un amor inmenso por ella, casi una devoción a esa madre cruel pero que a final de cuentas seguía siendo su madre.

Tomás adoraba a esa mujer y se frustraba cada vez que lo humillaba, como si el problema fuera exclusivamente con él.
Ella jamás veía el sol en él y hubo un momento en que empezó a creer que no lo tenía.
Ese sol no existía en su corazón, no había nacido con la luz en su alma y el que no la posee tampoco conoce el significado de amar.

Crackero se consideraba incapaz de conocer el amor y la bondad. Él no necesitaba de eso, eso era para maricones o cobardes y después de tantos agravios se lo terminó creyendo.

Cuando entró al hospital, el horario de visita comenzaba y quiso ser el primero en entrar.

Pachuca estaba entubado, respirando a través de una máquina y blanco como un papel.
La cara se le estaba hinchando a causa de los medicamentos y quedaba poco de ese chico de 16 años.

Tomás no soportó verlo en ese estado, era su segunda, su hermano preferido, su compinche y aunque trato de evitarlo las lágrimas salieron de sus ojos porque aunque Magdalena no vea el sol en él, Tomas si era capaz de dar y sentir amor.

Tomás amaba a su hermano más que cualquier otra persona en el mundo.

Tomás si tenía una luz dentro de él.



Amor de ContramanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora