Capítulo 2: -No te oyes muy bien...

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¿Sabes porque me gusta nublado? Para no recordar tus hermoso ojos.

      – ¿Cómo que no me oigo bien? ­–mencioné luego de unos segundos.

Se trataba de mi viejo amigo Esteban, gracias a él la conocí en su tiempo; casi siempre solía a llamarme para que organizáramos algo con los demás.

–Sí, bro, como si hubieras corrido toda una maratón o algo.

–Ah, ya, no, es que yo... estaba jugando con Mr.Burgges.

–Ah, ya...bueno, el caso, ¿estás ocupado?

–Pues no mucho, ¿por?

–Es que estoy cerca de tu casa con los muchachos y...

– ¡Hola! –gritaron otras dos voces al unísono en la línea; se trataban de mis otros dos amigos, Santiago y Paul.

–Hola –les respondí con una pequeña sonrisa.

–El caso es que queríamos saber si te podemos caer, hace rato que no nos vemos y así... –continuo Esteban, después de unas cuantas risas.

–Pues, yo diría que sí se puede, sabes que no tengo muchas cosas que hacer.

–Está bien, –contestó éste mientras que empezaba a sonar una especie de timbre a través de la línea– estoy en un público y se me acaba la moneda, llevamos chelas, adiós.

Luego de eso el teléfono se colgó repentinamente, por lo que hice lo mismo; con lentitud agarre a Mr.Burgges y lo coloque a un lado del sofá y me dirigí a la cocina para prepararme un café para poder aguantar un rato más y tratar de tranquilizarme un poco, la cafetera no de dejaba correr aquel líquido casi negro por la tapa de la jarra, yo tan solo podía pensar en lo que había visto, la manera y la forma de la figura que me miraba y como esto estaba sucediendo el mismo día que me percato de aquella extraña estructura cerca de mi casa; supongo que a todo hombre le llega su momento de enfrentarse con el más allá, me dije a mi mismo. El café estaba listo, por lo que me lo serví como solo yo podía aguantar, equitativas partes exageradas de azúcar y crema; luego de ésto, me dirigí con paso lento hacia la sala, me senté, y empecé a tomarme la bebida mientras miraba hacia la vidriera del balcón; ya no estaba lloviendo, o por lo menos las gotas eran muy pequeñas y el viento había ya cesado.

Al cabo de unos minutos, y ya acabado mi café, tocaron a mi puerta tres veces, parecía que tuvieran mucha prisa, así que con el subidón de energía que ahora tenía por todo lo que me había tomado, me precipité hacia la puerta pensando que se trataba de mis amigos, cuando me acerque hasta poder ver a través del ojo mágico y pude observar a la Sra.Gonzáles quien se disponía a tocar otra vez, abrí la puerta lo suficiente para sacar la cabeza.

–Buenas tardes Sra.Gonzáles –salude, apartando a Mr.Burgges de la puerta para que no se saliera.

–Buenas tardes, Joven.

– ¿Cómo se encuentra usted el día de hoy?

–Ay, joven, –suspiró– verá, es mi gato, he sufrido una descompostura –así se refería la Sra.Gonzáles a cualquier clase de calamidad o percance.

–Cuénteme que es lo que sucede ahora ­–exclame de mala gana dándome cuenta que había dejado las llaves en la cerradura.

–Desde hace ya un tiempo no lo encuentro, y lo he buscado por cielo, mar y tierra.

–Me imagino, Sra.Gonzáles.

– ¿Seria usted tan amable –prosiguió– de ayudarme a encontrar al Jaime?

–Yo complacido –respondí luego de un pequeño suspiro.

Salí entonces con las llaves en la mano y cerré sin preocupaciones la puerta, entonces seguí a paso lento a la Sra.Gonzáles por un pequeño tramo del pasillo hasta las escaleras; en realidad era un edificio no muy alto, pero sí muy amplio, por lo que solo constaba de cinco pisos, y ella vivía justo en el quinto. Ambos subimos los otros pisos por aquellas rocosas y tediosas escaleras, fue cuando me pregunté ¿Por qué alguien como ella tendría que vivir en un complejo como éste?; sin embargo, no nos demoramos en llegar a su apartamento, el 501; torpemente, trató de sacar las llaves de su bolsillo y al hacerlo por fin, tuve que esperar otro rato para que abriera su vieja puerta de madera, al cabo de unos segundos, ésta abrió y me cedieron el paso al tiempo que prendía la luz.

El apartamento era idéntico al mío, con algunos cuantos cambios al gusto del propietario, en la cocina y las habitaciones; yo ya había estado hace algún tiempo, cuando junto con ella nos habían invitado a cenar, buenos tiempos, recordé, pero a ella tal parece le sentaron peor los cambios, ahora su apartamento estaba completamente desorganizado, en todas partes tenia diferentes sillas de madera y escaparates enteros llenos de variadas telas, y como si fueran custodios de éstos, figuras de distintas aves en toda clase de materiales; tucanes de plástico, flamencos de arcilla, pingüinos de vidrio, garzas de cerámica, y así sucesivamente dejando ver todo el abandono que la pobre señora sufría desde hace años por parte de su familia, expresándolo tan solo en la compulsividad por las compras de artículos de decoración de otras épocas, un momento que fue mejor para todos, aquel tiempo que nos hizo olvidar nuestro propio legado y lo que somos y nos trasportó, aquí, al cuarto de la vanidades.

–Bien, Sra.Gonzáles –dije luego de unos segundos–, ¿Dónde fue la última vez que vio al gato o algo?

–Bueno joven, creo que estaba al fondo de mi pieza, pero no lo recuerdo exactamente; tan solo sé que lo llame para su lata de atún pero no vino corriendo como siempre lo hace, así que acudí a usted.

–Ya veo –suspiré.

Fue entonces que empecé a buscar al gato, comenzando por la antes mencionada pieza; me agache y lo busque debajo de la cama y las otras tres sillas mecedoras del lugar, pero no había rastros de él; luego fui por el resto de las habitaciones pero tampoco encontré al dichoso animal, por último fui a la sala, me asomé por el balcón por simple curiosidad y para tomar un poco de aire; efectivamente el piso estaba muy mojado y el viento volvía a soplar con fuerza, pero ahora sin lluvia, por lo que las puertas de éste se empezaron a estremecerse hacia la pared haciendo que el vidrio vibrara de tal manera, que daba la sensación que se romperían en cualquier momento; volví a entrar y cerré como pude las puertas, sin embargo éstas se siguieron meciendo con fuerza hasta casi hacer volar el pestillo.

–Sra.Gonzáles, he hecho lo que pude y, al igual que usted, lo he buscado por todo el apartamento, pero no lo he encontrado, lo siento.

–Oh, joven, está bien, muchas gracias de todas formas –respondió ella, casi sollozando.

–Antes de irme, Sra.Gonzáles, ¿sería tan amable de prestarme por un momento el baño?

–Bien pueda, joven, ¿recuerda dónde queda?

–Como si fuera ayer.

Me dirigí al baño y al entrar, me precipite a bajar el cierre de mi pantalón y en cuanto estaba a punto de deshacerme de unos cuantos litros, oí un extraño ruido, de un aún más extraño agujero encima de la ducha del baño, por lo que cancelé la misión y me acerqué a la bañera, y puse mi vista en aquella abertura, no alcancé a ver mucho, me aproxime un poco más, con cautela puesto que, por alguna razón, el piso estaba húmedo, al estar más cerca, estire mis brazos como pude hacia el animal, éste me empezó a gruñir.

–Está bien, –le dije con tono cebero– si no lo hacemos por la buenas, lo hacemos por las malas.

Fue entonces que lancé mis brazos hacia el animal, ya tenía mis manos cerca del cuello de éste cuando, de la nada, extiende una de sus garras hacia la mano derecha y me aruña en la mitad del reverso de esta; por la rapidez de los eventos retrocedí velozmente, el piso me jugó una mala pasada, resbalé y al caer me pegué en la cabeza, y allí, en aquella bañera, caí desmayado.

El elefante blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora