Cuando el fuego nos quema por dentro

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Luego de un impacto como aquel, volver a mi rutina es lo que más me costó. No podía hacer la comida, limpiar la casa o sacar la basura sin recordar esa tarde. Intenté en vano olvidarlo, seguí con mi vida como si nada pasara pero en las noches antes de acostarme aquellos recuerdos volvían y su fuerza era superior a la culpa.

El impacto que había producido Jake en mí fue brutal. Cada vez que oía o miraba una motocicleta mi cuerpo transpiraba y mi vientre perverso me reclamaba aquellas sensaciones calientes. La pasión me quemaba y yo ardía en deseos.

Los días pasaron, Edward volvió a casa el fin de semana. Me parecía entonces tan soso. Se veía apagado, cansado y aburrido, quizás siempre había sido así y era yo quien pensaba que él era una especie de súper héroe. Por la noche del sábado le pedí hacer el amor, me insinué de muchas formas pero apenas me hizo caso. Sólo en la madrugada accedió a mis requerimientos. Pero fue tan monótono como siempre. Él sobre mí, mete y saca por unos minutos y se vino dentro. Como siempre lo hacía. La pasión entre nosotros había muerto definitivamente y debía conformarme con un marido aburrido.

Mientras yo, apenas oía el sonido del motor de una motocicleta saltaba a mirar por la ventana y mi corazón se aceleraba.

Pasaron dos meses y no tuve noticias de Jake, hasta que una mañana apareció pidiendo una soda. Mis hijos mayores estaban en la escuela y la pequeña Ángela miraba la televisión.

—Ey guapa ¿Me das una soda y un orgasmo?— me guiñó un ojo.

— ¿Qué haces aquí?— pregunté asustada.

—Estoy de paso, voy hacia La Push— le alcancé la soda y un pastelito. Se tragó el pastel de un solo bocado. –Carajo, cocinas como te mueves en la cama— me sonrió.

— ¡Cállate!— dije nerviosa. Mi pequeña podía escuchar.

— ¿No quieres ir a dar una vuelta?— me guiñó un ojo.

— ¡No!— dije enfadada.

—Eres más hermosa cuando te enojas, como quisiera tumbarte y arrancarte la ropa— dijo antes de tomar un sorbo de la bebida que le ofrecí. Me estremecí de placer, aquellas profanas palabras que salían de esa boca pecaminosa me hacían temblar.

—Termina y lárgate… por favor— pedí.

—Me voy a Chicago y quiero que vengas conmigo— volvió a sonreír.

—¿Qué? ¡Estás loco! Ya vete— a pesar de fingirme irritada mi corazón bombeó más rápido al imaginarme lejos de aquí. Era una locura, algo descabellado e imposible. Yo tengo hijos, una casa, un marido que me necesitan. Soy ante todo madre, no debo pensar egoístamente sólo en mí.

—Vendré el primero de abril, te estaré esperando allá en aquella carretera, con el corazón dispuesto a llevarte hasta el cielo. Quiero que seas mía Bella y sé que tú también quieres— tomó un último pastelillo, sin decir más montó en su enorme motocicleta y se perdió.

Me hubiera gustado tener más voluntad, ser menos débil… ¡Cómo quisiera regresar el tiempo atrás para no hacer lo que hice!

La razón se me nubló, no pude ver que aquello era una abominación. Sin el menor remordimiento, al menos en ese momento, preparé una maleta y salí de casa. Perdí mi conciencia. Me perdí a mí misma el día que abandoné a mi familia.

Decir que fue culpa de Edward por tenerme tan abandonada sería una excusa sin fundamento. Creo que todos los matrimonios pasan por etapas donde ambos se alejan. O quizás como en mi caso, el trabajo y la distancia, hicieron que mis sentimientos enflaquecidos fueran sofocados por la ardiente pasión que sentía por Jacob.

EXPIACIÓN -Terminado-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora