Capítulo IX

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Se levantó temprano como todos los días siguiendo su usual rutina: tomó una ducha, se cambió y arregló (su ropa consistiendo en una camisa de lino sin manga gris y unos pantalones de mezclilla azul claro con unos zapatos de piso negros y una chaqueta de mezclilla negra), bajó a tomar el desayuno con su querida madre, subió por el morral donde tenía su uniforme de trabajo entre otras cosas, y se despidió de ella caminando hacia su lugar de trabajo, tratando de aparentar normalidad cuando en realidad estaba mirando a los lados y ocasionalmente atrás de forma disimulada para evitarse malos ratos como el de la noche pasada, no tenía ganas de lidiar con esa gente ahora, sólo quería tener un día "normal" o al menos, algo parecido a eso.

Revisó su celular por primera vez desde hacía casi un día completo, era por eso que tenía media batería, revisó los mensajes pero no había nada, en el sentido más literal de la palabra, la bandeja de entrada solo contenía dos entradas, uno era de su amiga y otro de su madre, pero el que le interesaba saber en ese momento no tenía ningún mensaje o llamada, suspiró desganada sabiendo que le debía una disculpa a Ioana, una muy grande y por supuesto, una explicación convincente ya que no podía mencionarle nada al respecto, para no meterla en problemas también, ya mucho tenía siendo su amiga y no iba a darle más inconvenientes.

Entró a su trabajo por la puerta trasera con cuidado y para su suerte no había rastros de nadie que quisiera hacerle daño, lo más probable es que no la molestarían hasta días más tarde, cuando creyeran que lo había olvidado, o en la noche, no creía que fueran a delatarse en el pueblo, trayendo más problemas que ganancias, con eso en mente fue al cuarto de servicio y se cambió a su uniforme: una camisa con las mangas arremangadas, una corbata azul marino, una falda a la rodilla del mismo color que la corbata, medias de color natural y zapatos de tacón, con el cabello recogido en un chongo, donde improvisó dejando algunos mechones sueltos a los lados de su cabeza. Realizó las mismas actividades que el día anterior, sacudió, barrió y trapeó, "lo bueno de hacerlo diario", se decía refregando el piso, "es que no se ensucia demasiado", claro que ignoraba las veces en que los clientes tiraban café en las mesas o el suelo, o cuando embarraban la cubierta de los pasteles, o cuando llovía o hacía mucho polvo, fuera de eso estaba bien, además, no era muy seguido, solo en meses determinados cuando ocurría esto último.

Se quitó el poco de sudor de la frente con el antebrazo, traía puesto un delantal gris oscuro con la cara de un gato, al menos le habían dejado usarlo ya que normalmente siempre estaba en la caja a menos que hubiera demasiada gente y faltaran manos para atender a los clientes, terminó de lavar el tapete y lo colocó en la entrada rezando con las palabras "bienvenido" en inglés, ya que llegaba turistas más que nada, además de que el idioma era la segunda lengua de muchos y muchas personas alrededor del mundo, su comuna no se quedaba atrás; al poco rato llegó el dueño y le ayudó a abrir las cortinas de metal para empezar un nuevo y agotador día de trabajo.

En determinado momento del día, tras cobrar a muchos clientes y fastidiarse un poco, el par de la noche anterior volvió sin llamar demasiado la atención, se formaron para pedir algo y cuando el momento en que les atendiera llegó, el primero en hablar fue Alexandre.

―Buenos días―dijo con una sonrisa cordial

―Buenos días...―los miró a ambos― ¿qué van a pedir? ―dijo sonando casual, como lo haría con cualquier cliente

―Ayer no hubo nada interesante que reportar―aseguró Andru en tono bajo, mirando el menú en un estante con interés―es inquietante, porque normalmente atacan por segunda vez.

―Les recomiendo este...―ella se acercó un poco más a ambos que hicieron lo mismo mirando a través del cristal―deben estar planeando algo, sin duda, pero ¿qué? Debemos mantenernos alertas―respiró hondo―entonces este de aquí ¿verdad?

―Sí, muchas gracias―dijo el más joven―te esperamos en la floristería.

―Vale, en un momento les llamo para que recojan su orden, tomen su nota.

Cuando Alexandre tomó la nota, sus dedos se tocaron, en su interior, su lobo se removió de gusto, aulló de felicidad y sintió como su corazón latía con fuerza, lo escuchaba en sus oídos y aseguraba que la Alpha podía escucharlo, asintió en respuesta a sus palabras y ambos hombres fueron a sentarse en alguna mesa disponible, a unas cuantas de la caja.

En cambio Ileana, al sentir los dedos del otro, un extraño y agradable cosquilleo le recorrió desde esa zona hasta esparcirse por todo su cuerpo, algo en su pecho se removió con felicidad, pero no supo identificar el qué era, cobró otros pedidos sin poder deshacerse completamente de la sensación anhelante, razón misma por la que en lugar de darle el pedido al castaño se lo dio al de cabello cano, queriendo comprobar si su teoría era cierta, pensando que se trataba de la conexión que debía establecer con su manada. Pudo sentir algo al tocarlo, pero era un sentimiento definido, protección y lealtad, no era lo mismo, tal vez debía investigar más, o preguntar.

En otro lado de la comuna, la señora Albescu compraba algunos víveres, con sus pensamientos puestos en su pequeña Ileana, tan distraída estaba que chocó con alguien, tirando sus cosas al suelo, avergonzada se dispuso a recoger las cosas.

―Disculpe no le vi.

―No se preocupe―dijo el hombre, recogiendo los papeles también

―Señor Balan―dijo al reconocer su voz, alzando la mirada

―Señora Albescu, que agradable coincidencia―expresó con una media sonrisa

―Agradable, pero pudo haber sido mejor, en vez de tirar sus hojas―se disculpó poniéndose finalmente de pie

―Descuide, puede pasarle a cualquiera, incluso a una hermosa mujer como usted―elogió

―Señor Balan―ella negó con la cabeza riendo

―Dígame Iran, por favor, me hace sentir muy viejo―ambos rieron en complicidad

―Bien, bien, pero llámame Viorica, entonces―le sonrió

―Lo haré ¿hacia donde te diriges? ―preguntó con interés

―Pensaba ir a la pescadería de la señora Petrescu―acomodó los víveres en sus bolsas, mirando hacia otro lado

―La acompaño... y no acepto un no como respuesta―agregó comenzando a caminar en dirección de la pescadería

―Está bien...―musitó resignada, no que no quisiera compañía, pero quizá le vendría bien

Con una sonrisa, ambos señores fueron a la dichosa pescadería, hablando de cualquier cosa que se les ocurriera, al final, la compañía del doctor Balan no era tan mala como esperaba.

Fragmentos de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora