Capitulo 8

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Mientras tanto, de vuelta en Galis...

Zor apretó los labios mientras miraba a su alrededor el grupo de sirvientes confinados que atendían en el ágape nocturno. Era casi desagradable, ver tantas partes masculinas erectas alrededor. Suspiró y se dijo a si mismo que era cierto que había vivido para verlo todo. Y pensar que su pequeña Kara había vivido entre los galianos durante cinco años Yessat...

Como diría su amada nee'ka, por Dios.

Zor se rasco las sien mientras escuchaba a su hermano Dak, mientras le hacía preguntas a la Alta Mística del sector Gy'at Li. Iba a ser una salida de luna muy larga, decidió en un suspiro de mártir. Estaba ansioso por irse, ansioso por llevar a su nee'ka a Zideon para que puedan volver a estar juntos con sus crías. Sin embargo, también sabía que las pequeñas Jana y Dari se habían pasado de la raya.

"Quiero", dijo Dak entre dientes, "a mis crías de vuelta inmediatamente". Se le agrandaron los orificios nasales. "No creo ni por un segundo Nuba que no tienes idea de dónde se han ido".

Klykka levantó las cejas por su tono imperioso, pero no dijo nada al respecto.

"Tal vez, si tus guerreros hubieran mostrado que se interesaban por sus sentimientos mientras crecían, nunca habrían huido, en primer lugar".

"No tenía otra opción", dijo Dak entre dientes, mientras hacía una pausa lo suficientemente larga como para dirigir una mirada agria a Zor. "Debía llevar a Dari a Arak. De todas formas, esta conversación no sirve de nada. Tu Emperador te ha enviado una orden directa y seguramente tu la obedecerás".

"Tienes suerte, muchacha", Kil dijo entre dientes, mientras entrecerraba los ojos frente a la Alta Mística desde donde estaba sentado, al lado de Lord Death-frente a la mesa elevada- "de que mi hermano no te sentencie a los pozos por tu traición". Él hizo un gesto desenfrenado con el brazo. "¡Ayudaste e indujiste la huida de tres crías reales!", gritó. "Nuestra familia ha llorado la muerte de Kara y Jana por más de cinco años". Él hizo un movimiento en el aire con la mano. "Sin dudas, tu serías comida para las bestias del pozo si yo fuera Emperador".

Klykka revoleó los ojos, para nada intimidada. "Entonces, alabaré a las santas arenas porque no lo eres", dijo con sequedad.

Kil solo gruñó.

Klykka dominó sus gestos haciendo cara de cansada. A decir verdad, estaba un poco más que asustada. No por su propio destino, ya que sabía que había actuado según los derechos de la Sagrada Ley de ayudar a las muchachas que ella consideraba que eran prisioneras políticas de su planeta de origen, sino que estaba preocupada por Dari, Jana y Kari. No había mentido al declarar frente a los guerreros que ella no tenía pistas sobre sus paraderos. Una tormenta de gastroluz en la salida de la luna anterior había chisporroteado el holocomunicador principal dentro de su fortaleza y eso había sido lo último que había oído de las guerreras bajo su mando, ya que todavía no funcionaba bien. Entonces, era verdad que no sabía nada de su posición.

Al menos, la Alta Mística le dijo, ella no podía hacer nada excepto intentar distraer a los caudillos y esperar que eso les de tiempo suficiente para que todos escaparan de Galis. Le rezó a la Diosa que aún hubieran sido atrapados, elevó una plegaria a Aparna para pedirle humildemente su intervención omnipotente. Estos guerreros, pensó agriamente, sólo pensaban en cómo los afectaba a ellos la ausencia de sus muchachas. Si la obligaban a sostener una diatriba más sobre los derechos de un Compañero Sagrado o los derechos de un señor, ella no diría una palabra.

Klykka se enderezó en el banco vesha y entrecerró los ojos oscuros de manera seductora mientras se pasaba la lengua por la boca. Cuando los pezones de sus senos descubiertos comenzaron a endurecerse y alargarse, aparentemente, por voluntad propia, Zor entrecerró los ojos.

Sin escape (H.S) 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora