Epilogo

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Desnuda bajo las pieles robadas de animal, los senos de Jana se movían hacia arriba y abajo mientras se abría camino por el terreno rocoso y helado del paisaje plateado del invierno. Era casi imposible ver donde iba en una noche tan oscura en este planeta, sin embargo no tenía otra alternativa más que esperar a que Yorin se quedara dormido antes de intentar escaparse.

Y se escaparía de él.

¿Cómo podía una muchacha rendirse a las cosas que humildemente había sido creada para resistir? Ella ignoró la voz vergonzosamente descarada que declaró que no sólo las resistiría, sino que de hecho las disfrutaría, y se echó a correr con una velocidad que ninguna muchacha de su especie podría haber alcanzado sin tener que pasar por una metamorfosis para que sea posible.

Quería a su mani y a su papá, pensó desenfrenadamente. No le importaban las recriminaciones que podían surgir por haber huido todos esos años. De buena gana, las aceptaría si con eso sentiría la mano de su mani sobre la frente una vez más, o los brazos de su señor alrededor suyo.

Jana gritó por la angustia mental, mientras se preguntaba si era posible que la rechazaran cuando supieran en la especie que se había convertido. Ya no era como un trystonni, pensó horrorizada. Podía hacer—cosas. Cosas extrañas y terroríficas.

Y la forma en que bebía de Yorin mientras se apareaban—santa Diosa, no se comparaba con volver.

Alejó los malos pensamientos de su cabeza y se concentró una vez más en la misión que tenía entre manos. Debía escapar. Era ahora o nunca. Había hecho lo impensable y había burlado a los guerreros de Tryston una vez. Entonces, también podía burlar a Khan-Goris, al hacerlos creer que había muerto.

Jana era lo suficientemente astuta como para darse cuenta de que su única esperanza de huir con éxito de su compañero era buscando un holopuerto que la transportara a su propia galaxia. Se negó a creer el hecho de que en siete noches en Khan-Gor no había visto siquiera un holopuerto en el paisaje.

Yorin le había dicho con firmeza que no tenía sentido huir de él, ya que era imposible irse de Khan-Gor sin una nave, pero ella se negó a abandonar las esperanzas, ya que él podría haberle mentido. Incluso si él le hubiese dicho nada más que la verdad, ella era una guerrera ahora, y una guerrera sencillamente buscaría otra forma de escapar.

Los orificios nasales de Jana se hincharon y su determinación se fortaleció en un segundo Nuba. Entonces, admitió que apenas podía aguantar las palabras de niña pequeña que seguían dando vueltas en su cabeza:

Papá, pensó desesperadamente, y envió la onda de emoción más ponderosa que haya emitido intencionalmente en años, por favor ven a buscarme...

* * * * *

"Dios mío", Kari susurró, con los ojos de un azul plateado bien abiertos. "No lo creo. Los Brekkon tenían razón".

"Sí", murmuró Dari, mientras su mirada buscaba la de Bazi. "Khan-Gor es real".

Bazi respire hondo e hizo un gesto de afirmación con la cabeza. "¿Qué haremos ahora?".

Las mujeres miraron por la portilla, mientras miraban el gran planeta de hielo plateado que nadie en Trek Mi Q'an jamás supo que existía. Era increíble. Y si los Brekkon habían estado en lo cierto en este sentido, tal vez sus leyendas sobre los Bárbaros que moraban aquí también eran ciertas.

"Aterrizaremos", decidió Kari, cuando se dio cuenta de que cuando lo hicieran ya habrían llegado demasiado lejos como para echarse atrás.

Dari asintió con la cabeza. "Y encontraremos la llave". Suspiró y la miró a Bazi.

"Tal vez podamos destruir a Maléfico", murmuró.

Sus jóvenes ojos mostraban preocupación. "¿Estás segura de que deseas hacer esto?", preguntó con calma. "Tal vez deba hacerlo sola".

"No", dijo Dari, con firmeza. "Nos lo prometimos. Al menos", insistió,

"preferiría tirarme a un nido de bestias heeka a no llevar esto a buen término".

"Pero él nunca te perdonará", Bazi dijo tranquilo, con sentimiento de culpa.

"Tu bien amado nunca perdonará—".

"Lo sé", dijo Dari suavemente. Suspiró, y dirigió la mirada nuevamente hacia el planeta primitivo cubierto en hielo. "Nunca más podré regresar a Gio". Ella cerró los ojos. "Él nunca me perdonará haber matado a su señor".

* * * * *

Sus pensamientos a un millón de millas de distancia, sus recuerdos llenos de días de hace tantos cientos de años cuando había vivido en la tierra, Kyra insultó por lo bajo cuando perdió el equilibrio y se tropezó con algo que no sabía qué era.

"Demonios", murmuró y se agachó para levantar un dije que se había caído de la ajorca de su hermana. "Estoy pasando un mal—".

Abrió los ojos cuando se dio cuenta de que el dije tenía, sin dudas, holoimágenes adentro, como la mayoría de las ajorcas. Se apretó el dije de cristal contra los senos y su respiración se torno difícil cuando se paró. "Tal vez este dije alberga la holoimagen que perdió Kara", dijo temblorosa.

No sabía por qué respiraba con tanta dificultad ni por qué tenía todo el cuerpo sudado. Pero se sintió desesperada por abrir el dije, para ver las imágenes que esperaban adentro de la joya de cristal. Tocó el mecanismo para abrirla y maldijo cuando no se abrió inmediatamente.

"¡Demonios!" dijo, con las fosas nasales hinchadas mientras continuaba intentando. "¿Por qué esta cosa no se...abre?", dijo suavemente.

Cuando el dije cedió, cuando tuvo las holoimágenes frente a ella, alzó una mano y se tapó la boca. Retrocedió hasta llegar a una pared, los ojos se le llenaron de lágrimas, cuando primero, resplandeció y después, apareció frente a ella la imagen de una mujer pelirroja que pudo haber sido su gemela.

"Oh Dios mío", susurró Kyra y sintió escalofríos que le recorrían la columna.

"Oh Dios mío".

Sin escape (H.S) 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora