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El cumpleaños de Otabek Altin había pasado para él como cualquier otro día del año: normal. Aunque, para el kazajo no era de extrañar, porque todos solían olvidar su cumpleaños por las fiestas de Halloween, y aunque la gran mayoría de las personas no se lo creyeran, él lo comprendía, ya que después de todo, ¿cómo podría compararse un cumpleaños cualquiera al día en que puedes disfrazarte de monstruo, hacer travesuras, pedir dulces y bailar entre luces moradas?

Por tanto, él decidió también pasarlo de largo, entrenando de mañana a atardecer para no pensar mucho en eso. El problema radicaba en que, justamente ese año, no podía hacerlo del todo, no cuando por fin se había convertido en amigo del joven que le había robado más de un pensamiento desde que lo conoció, y del que su mente mantenía su imagen y sonrisa vívidas, enmarcadas en sus hermosos ojos verdes: Yuri Plisetsky.

Y tampoco podía hacerlo del todo, porque su deseo único de cumpleaños era poder pasarlo con él, aunque se antojaba imposible, porque estaban a miles de kilómetros, y con el campeón mundial en medio de una concentración de la federación Rusa. Así que solo era un deseo que no podía ser, pese a que lo pedía en su cumpleaños.

Recogiendo sus pertenencias, Altin salió de la pista de hielo y tomó rumbo con su motocicleta para su apartamento. El atardecer tenía unos colores dignos del día que se celebraba, entre anaranjados, violetas y rojos; era sin duda, precioso. En menos de diez minutos, Otabek había llegado a su hogar. Aventó su maleta al sofá, se dirigió a la terraza y salió a terminar de contemplar desde lo alto, el ocaso de finales de octubre en Almaty. A lo lejos, las montañas con picos nevados rozaban el cielo, y un suspiro enorme llenó el espacio solo roto por el viento.

Un suspiro que llevaba un nombre implícito...

—Yuri...

Sin embargo, mientras su nombre pronunciaba, un ligero sonido al interior del piso le hizo salir de su ensimismamiento, con lo cual se dirigió a revisar. Miró la sala, el comedor, el baño y la cocina, pero no había nada. Dejó al final la habitación, la cual abrió de golpe, como si así fuera a sorprender en flagrancia a lo que provocaba el ruido, pero de igual manera, no había nada... Excepto por una cola esponjosa y grisácea que se terminaba de meter bajo la cama.

Con gran cautela, Otabek avanzó, se agachó se asomó bajo la cama.

—¡Te tengo! —gritó, al unísono de escucharse un maullido de sorpresa y salir corriendo, hasta el alfeizar de la ventana, una bolita de pelos que hasta entonces solo había visto tras una pantalla-. ¡Potya! ¿Qué haces aquí?

El gato miró al patinador y se lanzó a sus brazos, lo cual sorprendió al chico. Potya se acurrucó en sus brazos, ronroneando con gusto, mientras Otabek caía en la cuenta de que si Potya estaba ahí, significaba solamente una cosa: que Yuri también estaba ahí. Bueno, no ahí, porque en todo el apartamento no estaba.

Así que a Beka se le ocurrió un plan. Uno donde su emoción por ver a Yuri, le llevaron a pensar rápido y ejecutar una contra sorpresa a la que el ruso le iba a dar. Corrió al sofá, recogió su maleta y la dejó acomodada bajo la cama. Cerró la puerta de la terraza, dejó a Potya sobre su cama y él se escondió en el armario. A final de cuentas, Yuri no sabía que él ya había llegado, por lo que no imaginaría que estaría oculto, y le daría un susto cuando menos se lo imaginara.

El plan estaba echado, solo faltaba que Yuri regresara.

Un feliz cumpleaños para ti... Otayuri Yuri on ice FINALIZADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora