III, Amazonas

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Cuando amaneció, me di cuenta de que estaba realmente en el Amazonas y de aquel momento jamás olvidaré. En un instante caí bajo el dominio de la selva imponente, con su calma solemne, donde las angustias y los anhelos humanos se ponen de lado y dan paso a una sensación de pequeñez ante la grandeza de la obra de Dios. 

La majestad de la naturaleza me transportó, suave, pero velozmente, a la serena región de los sueños. Embarcamos de nuevo y, impulsados por la fuerza de los bogas, seguimos avanzando río arriba, entre orillas cubiertas por una vegetación frondosa y aparentemente impenetrable, que allí estaba desde el principio el mundo. Y usted, por favor, releve la retumbancia y la grandilocuencia de este párrafo, pues la ocasión lo pedía.

¡Pedía, no, exigía, querido!

Por la tarde, desembarcamos en otra playa de arena blanca y fina, y pensé que era temprano para eso, pues el cielo todavía estaba claro y los pájaros aún hacían grandes alborotos, revoloteando de árbol en árbol

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Por la tarde, desembarcamos en otra playa de arena blanca y fina, y pensé que era temprano para eso, pues el cielo todavía estaba claro y los pájaros aún hacían grandes alborotos, revoloteando de árbol en árbol. Los bogas hicieron fuego, comimos rápidamente, y luego Roscio me dijo que lo imite, preparando sin demora un refugio para dormir similar al que él armaría.

Entonces comenzó a montar una armazón con ramas de árboles recogidos en el bosque, por encima de una de las esteras tendidas en el suelo, y sobre ella desplegó uno de los mosquiteros. Luego se puso a fijar cuidadosamente los bordes de la mosquitera por debajo de la estera, conmigo a imitarlo en todo.

Aún no habíamos terminado el trabajo cuando oscureció, de repente, y entendí por qué tanta prisa. La deliciosa quietud que disfrutamos durante el día se acabó, y en un instante empecé a sentir incontables pinchazos en las manos, la cara, la cabeza, el pelo e incluso los brazos, a través de las mangas de la camisa.

El quemador de cada una de ellas era similar al de la brasa de un cigarro. Los zancudos y jejenes hicieron su temida aparición, mi amigo; y, comparando mal, estaban para los ya feroces mosquitos de la costa como los ejércitos de Napoleón para la brigada de milicianos bajo su mando, aquí en la parroquia de Boa Vista.

Roscio me advirtió que entrara con cuidado, si quería dormir solo, pero no le hice caso. Me metí lo más rápido que pude sin la debida atención y pagué un alto precio por la precipitación. ¡A diferencia de la noche anterior, no había brisa, y debajo del mosquitero el calor era sofocante, pesado, mortal! Para contraatacar al enemigo, yo también estaba obligado a encender uno puro tras otro, y la atmósfera del abrigo — ¡además de muy caliente, cargada de humo! — quedó idéntica a la de un baño ruso.

A pesar del cansancio, era imposible dormir en tales condiciones, y para pasar el tiempo le pedí a mi ilustre compañero que, desde adentro de su madriguera, me instruyera, por favor, sobre lo que había después de la caída de la Primera República, en 1812. Él tosió, rechistó y me atendió, con la buena voluntad de siempre.

Y no había mucho que hacer, mismo.

Según mi dijo y voy a abreviar, para no abusar de su paciencia, Bolívar se asilara en Nueva Granada, actual Colombia, que, como Venezuela, se declaró independiente en 1810, y así lograría mantenerse por seis años. Allí, había organizado un pequeño ejército y, tras una marcha rápida y repleta de victorias — tanto que fue apodada de "Campaña Admirable" —, reconquistara Caracas, en 1813.

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⏰ Last updated: Dec 04, 2019 ⏰

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El general de las masasWhere stories live. Discover now