Día 3 | Sunflower

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Bueno, no puedes tener lo que quieras

Pero puedes tenerme a mí 

Así que vámonos al mar, amor 

Porque tú eres mi medicina cuando estás cerca de mí

On Melancholy Hill - Gorillaz 

Si Jirou lo pensaba con detenimiento, Denki Kaminari podía asemejarse a un girasol

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Si Jirou lo pensaba con detenimiento, Denki Kaminari podía asemejarse a un girasol.

Los girasoles eran bastante particulares. Eran la representación del verano, la luz de muchos jardines, la muestra exacta de lo que era el sol.

A Jirou le gustaban los girasoles. Le gustaba verlos y fijarse en el brillo de sus pétalos, en cómo parecía refulgir más cuando las gotas de rocío se deslizaban sobre ellos. Los girasoles le recordaban algo que ella jamás podría ser, pero que admiraba desde muy pequeña.

Era por eso que al ver a Kaminari delante de ella, a su mente venía de inmediato la imagen de un girasol.

El chico rubio era alegre y entusiasta, jamás dejaba de sonreír y parecía cargar energía suficiente para estar correteando de un lado a otro durante todo el día. Kaminari brillaba con luz propia, nunca lo había visto apagarse y era eso lo que atraía cada vez más a Jirou.

Porque Kaminari era literalmente el retrato de un girasol, era lo que Jirou anhelaba ser —un ser brillante, que de solo mirarlo te daba energía— y lo que nunca sería. Mas por eso no se negaba a sí misma el placer de observarlo de lejos, de disfrutar del fulgor que brotaba con solo su presencia. Aunque lo disimulara con comentarios sarcásticos y resoplidos molestos, Jirou era probablemente la persona que más experimentaba de cerca el resplandor natural del rubio, en carne propia.

Porque de no ser por Kaminari, su vida estudiantil sería un fracaso. Fue él una de las primeras personas que se acercó a hablarle incluso cuando su único propósito en el inicio fue pasar desapercibido. Al chico no le importó ser ignorado en algunas ocasiones por la peli corta, siempre insistía en saludarla y hablar con ella.

Y Jirou cayó por él, como todos lo hacían. Ella era débil a las cosas brillantes.

Solo había un problema. Era el único problema de todos, pero era lo que formaba una barrera entre Jirou y Kaminari demasiado obvia.

Jirou había leído alguna vez que los girasoles siempre buscaban la luz del sol y que por ello en las mañanas se giraban hacia él para disfrutar de los cálidos rayos. Pero cuando no había sol, las hermosas flores se buscaban entre ellas. Se volteaban cara a cara para poder recibir de la otra todo su esplendor.

Kaminari era un girasol. No obstante, Jirou no lo era. Jamás lo sería en realidad, por más que se esforzara.

Y el rubio, al ser la representación de aquella flor, claramente buscaba la luz en otros. Buscaba personas igual de resplandecientes que él, que enseñaran al mundo una sincera sonrisa que llegara al corazón de los demás.

Jirou, sentada en su puesto mientras esperaba que la clase diera inicio de una buena vez, pudo ver con claridad al punto que quería llegar.

Frente a ella, formando casi un círculo cerrado, estaban los amigos de Kaminari. Como siempre, parecían estar conversando de algún tema tonto que ponía de mal humor a Katsuki Bakugou —¿aunque qué no ponía de mal humor a ese chico?— y todos se reían a carcajadas. Sero y Mina se apoyaban el uno al otro con absoluta confianza, enseñándoles a los demás lo obvio de sus sentimientos.

Pero también había otros dos chicos bastante claros en sus muestras de afecto. Uno de ellos, el más alto, le pasaba el brazo por los hombros al otro y se miraban cara a cara con sonrisas bobaliconas, como si no existiera nadie más en el mundo que ellos dos habían creado.

Eijiro Kirishima era también otro girasol en el mundo de Jirou. Refulgía con solo mirarlo, podía alegrar el humor de cualquiera con solo una sonrisa y era uno de los pilares de la clase 1-A. Por supuesto, ¿cómo alguien como Kaminari no se iba a fijar en él?

Y tal como los girasoles se volteaban en dirección al sol cada mañana, aquellos dos chicos se contemplaban al uno al otro con dos de las sonrisas más sinceras que Jirou había visto en su vida.

Ella también sonrió de lado, bajando la cabeza.

Algo en su pecho se apretujaba cada vez que veía una escena así. Siempre intentaba reprimir sus sentimientos, desecharlos porque eran completamente inútiles y no la llevarían a nada bueno. Mas allí seguían alojados en su corazón, burlándose de ella en su cara.

—¿Jirou?

Alzó la cabeza al escuchar su nombre en la voz de su mejor amiga, Yaomomo. La pelinegra la analizaba con preocupación, de seguro en ese instante su expresión no era la mejor.

—¿Estás bien? —preguntó Yaomomo, apoyando una mano en su hombro.

Jirou apretó los labios, mirando de reojo la manera en la que aquellos dos se veían con ilusión. Claro, no era culpa de ellos. Después de todo, era por pura naturaleza el que dos seres tan brillantes se atrajeran el uno al otro.

Y Jirou era solo una espectadora. Una simple observadora más de un acto tan simple y maravilloso como el de los dos girasoles cara a cara absorbiendo el brillo del otro.

Le dirigió una sonrisa a Yaomomo, afirmando con la cabeza.

—Estoy bien, no te preocupes.

Y lo estaba. Realmente estaba bien.

Al fin y al cabo, los seres humanos debían recibir una dosis diaria de luz solar para mantenerse saludables. Kaminari era esa luz en su vida, esa existencia constante que le recordaba que no todo era gris y opaco. Y el que le enseñaba que, aunque no era capaz de brillar por sí sola, podía ver cómo otros sí lo hacían.

Estaba bien con eso. Perfectamente bien.

Y se lo repetiría una y otra vez si era necesario. 

Lluvia de estrellas |KamiJirou Week 2019|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora