Capítulo 3. Entrenamiento

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Sandor me explicó cada detalle de la zona de entrenamiento y resultó que había muchas cosas en las que yo nunca había reparado. Aunque eran cosas lógicas, como que las dianas para los arcos se hubiesen colocado contra una pared o que una valla delimitase el lugar en el que se enfrentaban dos hombres. Luego, con evidente orgullo, me mostró su mandoble y también su armadura, señalando que lo mantenía todo siempre limpio y preparado para el combate.

Entonces, no le quedó nada más que enseñarme y decidí que había llegado la hora de dejarle tranquilo. Pero me quedé paralizada cuando vi que se desnudaba de cintura para arriba, y al final, en lugar de marcharme, me apoyé en la valla e intenté no observarle con demasiada fijeza. Las cicatrices de su rostro descendían por su hombro derecho y parte de su brazo, de su espalda y de su costado, como si un dragón le hubiese lanzado una bola de fuego.

Tenía apenas diez años cuando me hablaron por primera vez de aquel incendio. Había sido en una propiedad cercana a la fortaleza y había sido su padre el que lo había provocado, y había sido su madre la que había muerto. Él había intentado salvarla, y aquellas marcas habían sido lo único que había conseguido. Luego, con los años, fue adquiriendo más y más fuerza, y su padre fue una de las primeras personas a las que dio muerte.

De pronto, sus ojos se toparon con los míos y aparté la mirada enseguida. Él siguió golpeando la figura de madera con sus puños, hasta que alguien llamó su atención. Kevan, uno de los hombres con los que Sandor había acudido al castillo, le lanzó una espada que él cogió al vuelo, y los dos comenzaron a luchar. Una espada normal, afilada, no de madera ni roma. No era muy probable que Kevan le hiciese daño, pero no pude quitarme la idea de la cabeza y apenas logré ahogar un grito cuando el acero se deslizó por su brazo.

―Estás distraído ―le espetó Kevan.

Sandor se abalanzó sobre él y dio tal espadazo que el arma de Kevan se partió por la mitad. Acto seguido, se fijó en mí. Corrí a quitarme las manos de la boca y recé por no verme demasiado sonrojada mientras él se me acercaba.

―Tienes que curarte eso ―dije.

―Solo es un rasguño. ¿No tienes nada mejor que hacer?

Me sentí dolida.

―¿Quieres que me vaya?

―Es que me complica un poco la concentración.

―Está bien. Pero, aunque sea un rasguño, debe limpiarse y a lo mejor necesita algún punto.

―¿Sabes hacerlo?

―Sí, pero es mejor que vayas con Gyles.

―No, luego te busco.

Aquello compensó lo anterior con creces. Su herida había manado un poco de sangre, que recorría su brazo como un pequeño río entre montañas, pero él se limitó a limpiársela con una mano y a seguir combatiendo con Kevan.

De camino a mi taller, me topé con Gerda, que venía a ofrecer bebida de la taberna a los hombres que estaban entrenando. Ella me había visto hablando con Sandor, y le había dado la impresión de que no me desagradaba en absoluto el enlace. Decidí admitir que él era más bien al contrario.

―Bueno, no negaré que de lejos resulta atractivo.

―Y de cerca ―aseguré. La vergüenza no me pesaba más que el deseo de defender aquello.

Ignoré su gesto de incredulidad y pretendí seguir con mi camino, pero ella me preguntó a dónde iba yo tan decidida.

―Se ha hecho una herida. Después va a venir al taller.

―¿Después, cuándo? Todavía faltan varias horas para la cena. ¿Vamos al patio un rato? Necesito despejarme un poco de tanto hombre.

Ella estaba en lo cierto, Sandor y sus hombres entrenaban hasta la caída del sol, de modo que accedí. No creía que hubiera algo que yo pudiera contarle sobre Sandor que ella no supiese ya, por lo que me ofrecí a escucharle hablar sobre su esposo.

―Es un poco celoso ―admitió―. Pero eso está bien, ¿no? Es porque me ama.

―Sí, supongo que sí.

―¿Sandor lo es?

―No lo sé. Bueno, antes con Ivar... Ah, se me olvidaba, tengo que hablar con él.

―Pues tendremos que volver. Estaba entrenando.

Sandor seguía enzarzado con Kevan y no me vio acercarme a Ivar, que se encontraba disparando flechas a una diana.

―¿Podemos hablar un momento? ―pregunté.

Se detuvo y me dedicó una de sus bonitas sonrisas, que hacían destacar aún más sus ojos del color de la miel en esa piel suya tan tostada. Su rostro era agradable de mirar, y lo mismo sucedía respecto a su carácter, por lo que más de una vez yo había lamentado que no pudiéramos ser amigos.

―¿Qué quieres, princesa?

―Sabes que no soy eso.

―Pues lo pareces ―aseguró fijándose en mis labios.

Lo que sentí era tan diferente a lo que Sandor me producía solo con su cercanía que no tuve dudas de qué era lo que no deseaba.

―Ivar, estoy prometida. Me voy a casar con...

―Ya lo sé ―me interrumpió―. ¿Por qué lo haces? ¿Es por tu padre?

Parecía conocer ya la respuesta y eso me ofendió.

―No, es mi decisión. Mi padre nunca me obligaría a nada.

La ira le trepó al rostro, pero supo contenerla apretando el arco con su mano. Aquella era otra razón por la cual yo no podía aceptarle como esposo, porque me hacía desconfiar de él el empeño que tenía por ocultar los malos sentimientos.

―No soy caballero, pero yo también soy muy capaz en el combate. Seguro que tu padre está de acuerdo con que te despose. Solo que, al contrario que él, estaba intentando ganarme tu afecto primero ―dijo agarrándome del brazo―. Creía que te agradaba, Elin.

―Y lo haces, pero no en ese sentido ―repuse tratando de zafarme. Pero él me agarró más fuerte.

―¿Tendría que haber ido directamente a tu padre?

―Otros han ido ―le recordé, pegando un tirón.

En cuanto estuve libre, alguien le empujó al suelo. Era Sandor, que miraba a Ivar como si fuese a arrancarle las tripas y dárselas de comer. Éste no tardó en ponerse de pie y cargar contra su agresor, pero Sandor le rodeó el cuello con un brazo y apretó tanto que Ivar empezó a enrojecerse.

―Déjale, Sandor, por favor.

Tardó tanto en complacerme que llegué a pensar que Ivar iba a morir. Siguió clavándole sus ojos, duros como piedras, hasta que Ivar decidió ceder y marcharse. Yo no podía moverme, ni sabía qué decir, y Sandor se limitó a regresar junto a Kevan.

―¿Estás bien? ―me preguntó Gerda. Atiné a asentir con la cabeza―. Ven, vámonos de aquí.

 Ven, vámonos de aquí

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