Cuando desperté, era pleno día y Sandor estaba tumbado a mi lado. Me daba la espalda, pero noté que se había bañado y vi que estaba completamente desnudo bajo la manta. Por un segundo, me pareció como si nada hubiese sucedido y aquella no fuera sino otra mañana cualquiera más.
Le había echado tanto de menos, y le quería tantísimo, que no entendía cómo él podía llegar a pensar que le cambiaría por ningún otro hombre. Me acerqué con cuidado e inspiré hondo de su cabello y de la piel de su espalda, sin tocarle, porque ignoraba el tiempo que llevaría durmiendo. Me quedé así, muy cerca suya, con la cara metida en su olor.
Las ganas de orinar me obligaron a levantarme, pero regresé junto a él en cuanto pude.
―Elin ―musitó.
Enseguida apegué mi cuerpo al suyo, rodeándole con un brazo, y llené de besos todo el lateral de su rostro. Se giró y nos quedamos mirándonos a los ojos durante un momento. Cuando me fijé en sus labios, me atrajo para fundirnos en un tendido beso, que poco a poco se fue haciendo más y más profundo. Al final, me empujó para colocarse encima de mí.
Se apoyó en ambos brazos para poder verme bien la cara. Le acaricié las cicatrices sin apartar mis ojos de los suyos y le aseguré que le amaba con todo mi corazón. Su respuesta fue enterrar su rostro en mi cuello, y entonces le estreché contra mí y le susurré al oído que no había mejor esposo que él.
Sentir su calor me hizo sonreír. Él rodó a un lado y me atrajo para que me colocase con la cabeza apoyada en su pecho. Le noté inspirar de mi cabello y luego escuché cómo me pedía perdón.
―¿Por pensar que me fui con él?
No contestó. Me coloqué encima suya e intenté que me mirase a los ojos, pero fue en vano.
―¿Qué ha pasado? ―pregunté.
―Nada.
―¿No lo habéis encontrado?
―Sí, pero ya estaba muerto. Ese viejo que te salvó le dio más fuerte de lo que pensaba.
Ivar nos había hecho mucho daño a los dos, pero no pude evitar alegrarme por él. Se había librado de una muerte horrible. Sandor juzgó negativamente mi reacción y eso me hizo reñirle con la mirada, porque ni yo me estaba poniendo de parte de nadie, ni en este caso la violencia habría servido para nada bueno.
―¿Y el hombre? ―inquirí―. No le habrás hecho nada, ¿verdad?
―Nos lo trajimos a la fortaleza para recompensarle, aunque aseguró varias veces que no quería nada.
Lo sentía por Vikary, pero aquello solo lustraba el orgullo que la reputación de mi esposo me provocaba.
―Porque te tiene mucho miedo ―dije, besándole en la barbilla.
―Y, sin embargo, ha sido él el que ha podido ayudarte.
Entonces, comprendí a qué se referían sus disculpas. Pero no me dio tiempo a decir nada.
―¿Por qué iba a pensar que te habías ido voluntariamente?
―¿No lo pensabas?
―Entiendo que otros lo crean, pero entonces estábamos mejor que nunca. Y si hubiese pensado eso, no habría dedicado días enteros a recorrer el bosque buscándote.
―¿Y por qué fuiste tan frío cuando apareciste?
Cerró los ojos y suspiró.
―Quería haberte rescatado y haberle dado su merecido.
―¿Y eso era más importante que venirte conmigo?
Me cogió del cuello con ambas manos.
―Por eso te pido que me perdones, mi pequeña.
Intenté mantener la dureza de mi mirada, pero me fue imposible hacerlo más de un segundo. Apoyé mi cara en la suya y no tardamos en fundirnos en un beso, ni en volver a hacer el amor. Y esa vez descansamos con mi cuerpo perfectamente encajado en el suyo.
―Han sido días horribles ―me dijo al oído.
―Pero ya estamos juntos y estamos bien ―repuse, apretándole un brazo―. Los tres.
Sentí una sonrisa y un beso en la oreja.
―Los tres ―suspiró.
Los siguientes días no quiso separarse de mí un solo instante. Nos encerramos en la alcoba, y allí comimos y consumamos nuestro matrimonio una y otra y otra vez. Los dos nos sentíamos como que había algo que compensar, más allá del tiempo perdido. Hasta que nos dimos cuenta de que lo que necesitábamos era una conversación.
Compartimos los remordimientos que sentíamos por no haber actuado a tiempo. No se trataba de que nos perdonásemos el uno al otro, sino a nosotros mismos. Pero para que eso sucediera había un par de cosas que debían cambiar: la primera, yo le contaría cualquier acercamiento de otro hombre, por pequeño que fuera, y la segunda, alguien me acompañaría en todo momento. Aquellas precauciones no eran solo por él, también por nuestro hijo y por mi padre.
Aun así, las secuelas de lo sucedido se prolongaron semanas enteras, mientras la cabeza de Ivar se pudría a la vista de todos. Sandor se despertaba de pronto en mitad de la noche y me llamaba varias veces, y yo me sobresaltaba cada vez que alguien aparecía de la nada o se me acercaba demasiado deprisa. No creía que pudiéramos superarlo si no quitaban la cabeza, pero él no lo hizo hasta que yo se lo pedí.
Los días siguieron sucediéndose, mi barriga siguió creciendo, y poco a poco los dos logramos convencernos de que estábamos a salvo. Al menos, todo lo a salvo que se podía estar en un mundo como el nuestro. Porque los vientos de una guerra próxima soplaron hasta alcanzar nuestro castillo, y era solo cuestión de tiempo que el rey reclamase la participación del barón.
Sandor no pensaba responder a la leva, me aseguró que no lo haría, pero tanto él como yo sabíamos perfectamente que aquello no era posible. No sin ser acusado de traición, con el destierro que ello conllevaba. Así que cuando llegó el emisario del barón, apelando al vínculo de vasallaje que comprometía a mi padre y a todos sus caballeros, Sandor destrozó la zona de entrenamiento con sus propias manos.
Le di un fuerte abrazo y le prometí que su hijo y yo estaríamos a salvo. La violencia tendría lugar muy lejos de aquel castillo, por lo que de lo único que debía preocuparse él era de volver a mi lado sano y salvo. Y como aún me restaban cuatro meses de embarazo, confiaba en que llegaría a tiempo para ver nacer a nuestro pequeño. Pero siguió presa del miedo, así que le aseguré que, si hacía falta, Kevan me llevaría con una prima mía que era doncella de la reina.
Llené de besos todo su rostro y le dije que le amaba tantas veces como pude, antes de que tuviera que subirse al caballo y poner rumbo al exterior de la fortaleza. Desde las murallas, le vi seguir a la columna de reclutados y le vi girar la cabeza para mirarme por última vez. Le envié un último beso y volví a pedirles a los dioses que cuidasen de mi esposo.
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Scars
RomanceSandor, uno de los mejores guerreros del reino, acaba de ser nombrado caballero y decide pedir la mano de Elin, la hija de un señor. Es muy consciente de la enorme cicatriz que cruza su rostro y del miedo que infunde en todo el mundo, pero espera qu...