CUERVOS (I)

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5 DE ENERO DE 2017.

Corríamos tan de prisa, tan libres por los valles del campo. Margaret sofocada me seguía el paso, y cuando la veía tan lejana, tomaba una pausa.

- Vamos, corre más rápido. -Le grité entusiasmado.

Ella me vió, aseguro que volteó los ojos con indiferencia, pues sabía perfectamente que corría lo más rápido que sus piernas podían permitirle. Me senté a esperarla, el césped estaba tan cálido, y la serenidad de la noche había humedecido el campo.

- ¿Crees que todos corremos tan rápido cómo tú? -Dijo casi sin aliento.

- Vamos Margaret, tu fuiste la que insistió en venir, yo iba a venir solo. Ya falta poco, así que menos quejas y más acción.

- Si, si, cómo digas.

Creo que mis palabras la habían enfurecido por alguna extraña razón que yo no podía entender. No en ese entonces.

Las orillas del mar se veían cada vez más cercanas, la brisa fresca de la mañana y el ligero brillo del sol hacían del lugar una completa paz. Los aromas de los jazmines revoloteaban por todo el lugar, era cómo un mini paraíso, aunque poco o nada sabía del paraíso, pero para mí, esa vista lo era. Y Margaret estaba a punto de presenciar cuán hermosos podían llegar a ser los paraísos.

-Estoy muriendo. Dame agua y un respiro.

- Ya estamos a pocos pasos del lugar, te daré sándwich y gaseosa cuando lleguemos. También traje una manta para sentarnos.

-¿Es en serio? ¿Aún no llegamos?

-Valdrá la pena. -dije extendiendo mi mano hacia ella.

-¡Espero que sea así! —Le sonreí.

-Así será.

Llegamos al lugar, y su rostro cambio por completo, se volvió radiante, con una sonrisa lunar que no cabía en su rostro, su pecho se expandió tanto que poco más y se reventaban sus pulmones, y al exhalar me transmitió un escalofrío que hizo que mis piernas se pasmaran por un momento. Sus ojos comenzaron a relucir.

-¡Esto es hermosamente magnífico!

- Si, lo es. Te dije que valdría la pena.

-Esto vale más que la pena. ¡Gracias por dejarme acompañarte! -dijo con los ojos llorosos.

Dejé de verla por un momento y ví hacia el mar.

-No tienes nada de que agradecer. El sacrificio de venir lo pusiste tú, agradece a ti misma.

-A veces no te entiendo.

-Nadie entiende muchas cosas en la vida realmente, Margaret.

-Hmmm, bueno, ya pon la manta que quiero sentarme, porque estoy desfalleciendo de cansancio.

-Que dramática -reí ligeramente.

- Si, si, cómo digas.

Puse la manta en la arena, nos sentamos, su espalda contra la mía. Y comenzamos a charlar sobre la hermosa vista, y cómo era posible que algo tan maravilloso cómo eso, cobrará la vida de muchas personas al año.

- Me gustaría meterme al mar.
-¿Por qué no lo haces? Ya estamos aquí, vamos, anda, ve y disfruta del agua.
-Tengo miedo.
-No te preocupes, no te hará nada mientras esté aquí viéndote desde la orilla. Y si llegase a pasar algo, yo te sacaría de ahí, sin pensarlo dos veces.

Mis palabras la hicieron sentir segura, puesto que después de terminar de decirle eso, se paró, y con una sonrisa quebradiza me dijo:

-No me dejes morir.

Mi corazón se detuvo por un segundo, para luego galopar como caballo por la pradera. Esa respuesta era la última que esperaba, sentía su miedo, aunque lo que más sentía era la confianza que me tenía.

-Nunca te dejaría morir. - dije.

Sintiéndome capaz de todo. Cómo un dios prometiendo a sus seguidores la salvación.

-¡Muy bien! ¡Aquí voy! -gritó a todo a pulmón.

Parecía una pequeña y dulce niña a quién le invitaban a una jugueteria para que eligiera entre miles de juguetes los que más quería. Saltando y gritando "EL MAR, EL MAR, EL INMENSO MAR" y cuándo sus pies sintieron las olas, dió pequeños saltitos, cómo si se le hubieran subido hormigas a los pantalones. Estaba extasiada de felicidad, y se veía reflejada en su cara, en sus ojos repletos de luz cristalina.

-¡Ven! Acompáñame —el tono caprichoso estaba en sus palabras.

-Ya voy. Hace poco estabas quejándote de que morías de cansancio, y ahora estás gritando de alegría y saltando con tanta energía que pareciera que fueras otra persona.

-Pues si llegué hasta aquí, haré que valga cada segundo de la agonía del viaje.

Mientras reía por su dramática respuesta, me puse de pie para ir hacía donde ella se encontraba. Su vestido rojo floreado estaba mojandose un poco de las puntas, y sus zapatos negros los había dejado en la manta dónde estaba nuestro refrigerio, junto a sus calcetas blancas con encaje. Las olas azotaban fuertemente la orilla, empapandonos poco a poco y entre juego y juego, el tiempo se fue tan rápido, tan fugaz y con tanta sutileza que ni nos percatamos de que ya estaba anocheciendo. Si no hubiera sido por un cuervo parado en la cima de un árbol de manzana; cantando cómo cantan ellos, tan despreocupados y feroces, nos hubiéramos quedado ahí más tiempo y eso hubiera causado muchos problemas, tanto para ella, cómo para mí.

-Los cuervos son bonitos ¿no lo crees?

-Margaret, los cuervos son los ángeles de muerte. No creo que sean bonitos en lo absoluto.

-Eso es porqué aún no encuentras la belleza y el arte detrás de la muerte.

-¿Belleza, arte de morir? ¿Acaso eres una suicida ahora?

-No, no lo soy, simplemente he encontrado belleza en ambos lados de la moneda, y eso indica la muerte y la vida. El comienzo de un fin, es un arte que hay que apreciar.

Sus palabras eran para mi erróneas, no podía haber belleza en algo tan horrendo cómo la muerte. El final de un ciclo, no era arte. Era eso, un ciclo. Y no podía ver la belleza detrás de ello.

-Vamos, tenemos que darnos prisa, ya está anocheciendo y tienes que estar en tu casa antes de que tus padres se den cuenta de que no estás. Ya empaque todo.

-Me gustó mucho este día. Fue el mejor día de mi vida. Nunca lo olvidaré.

-Lo sé, espero que estés cuando regrese.

Llegamos a la vuelta de la calle, dónde las flores se apagaban por la caída de la noche, y la luna comenzaba su salida con gran brillo, Margaret me vió con una sonrisa y luego tocó con sus dedos las puntas de su cabello.

-Guarda esto —dijo dándome una piedra preciosa, un fragmento de cuarzo.

-A que se debe tan hermoso obsequio, Margaret.

-¿Acaso no te puedo obsequiar nada?

-Claro que sí.

-Entonces solo tómalo y deja de verme con esa mirada acusadora.

-Gracias...

Luego me despidió con un fuerte y caluroso abrazo, con lágrimas en sus ojos, y yo sin saber el motivo de sus lágrimas, solo me quedé inmóvil viendo cómo las gotas cristalinas caían por sus mejillas ruborizadas y simplemente dije:

-"ESPÉRAME"...

Y desperté llorando, encogido, con los brazos en las piernas y mi cabeza en medio de éstas.

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Espero les guste el inicio de esta historia, si tienen críticas sobre esto pueden hacérmelas libremente. Estaré atento para responderlas, estaré publicando un capítulo cada jueves cada dos semanas, así que esto no es todo.

J.H.

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Capítulo II: 20 DE FEBRERO DEL 2020.

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