CAPÍTULO 5: ROPAJES

388 20 10
                                    

Tras haber recogido a la princesa Marian el grupo siguió la marcha hacía Oxford. El sargento había tomado el mando de la tropa dado que el sheriff había sido abandonado en el bosque. El oficial al mando insistió en conseguir ropa nueva para la princesa, a nadie le gustaba verla vestida con las ropas que a la joven le habían dado en aquella taberna.

—Es mejor que cambiemos las ropas, princesa. Usted se pondrá la mía y yo usaré las suyas—sugirió Scarlett.

—No estoy segura...

—Alteza, vuestra sirvienta tiene razón. Es mejor que se cambien, al menos hasta que podamos conseguir otras vestimentas—dijo el sargento.

—No es una simple sirvienta. Un poco de respeto.

—Como sea, pero las dos tienen aproximadamente la misma talla.

—Vayamos ahí detrás y cambiemos de ropa.

—Ah. Vale. De acuerdo—aceptó Marian con un tono de cansancio.

En pleno bosque y a falta de un baño o de un probador las dos chicas se escondieron detrás de unos arbustos, allí se intercambiaron sus ropajes. Scarlett se vistió de tabernera y Marian se puso su vestido.

—Te compensaré por esto. Si podemos compraremos más ropa por el camino, sino seguramente mi padrino podrá conseguirnos más.

AL DÍA SIGUIENTE.

EN OTRA PARTE DEL BOSQUE

Philip Marc, el sheriff, había conseguido salir del río. Se encontraba congelado y vestido únicamente con unos calzoncillos largos. Sus ropas no estaban a la vista, quizás se hubiesen extraviado, tal vez alguien se las había llevado, o tal vez sus soldados las habían tirado o escondido.

— ¡Me las pagaran! ¡Me las pagaran todas juntas!

De pronto el sheriff se puso a estornudar.

—Ah. Si no encuentro a alguien pronto voy a morir congelado.

En ese momento el militar vio acercarse una carreta que iba guiada por un monje, se puso en medio del camino haciendo señas.

—Por favooor, por favor pare.

—Aaaah. ¡Para, Carrasco! ¡Para!—grito el monje al asno que tiraba de la carreta.

—Por favor, necesito ayuda.

—Y ropa. ¿Cómo te atreves a presentarte así? Desnudo.

—Verás, hermano, tengo un problema.

—Sí, un gran problema. Eres un pecador que muestra su cuerpo sin pudor alguno.

— ¿Qué? No. Sucede que...

— ¿Cómo qué no? ¡Pecador!— el monje bajó de la carreta—Ha sido la voluntad de Dios que yo te encontrase, oveja descarriada. Te conseguiré ropa y te llevaré a alguna iglesia para que confieses tus pecados de la carne.

—Es lo que necesito, ropa.

—Eso es. El primer paso es admitir el pecado—el monje se persignó y arrodilló— Señor, este humilde novicio, que aún no ha sido ordenado, acepta con humildad la tarea que tú le has enviado de ayudar a este hermano pecador para que regrese al buen camino.

—Oiga, me han robado la ropa y...

—Eso ha sonado a excusa, hermano—el monje se levantó—Estabas empezando a admitir tu pecado, ahora no eches atrás o no acabaremos nunca. Soy James, becario de la orden de dominicos. Volvía de hacer un encargo y Dios te ha guiado hasta mí. Ahora cuéntame tu historia.

ROBIN HOOD, TRAVESURAS EN SHERWOODDonde viven las historias. Descúbrelo ahora