CAPÍTULO 7: GENEROSIDAD Y CASTIGO

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En el castillo de Nottingham el príncipe Juan estaba realmente satisfecho. Sus guardias le habían informado que varios aldeanos habían organizado una partida para buscar y apresar a Robin Hood por su cuenta; no lo habían logrado pero al menos eso demostraba que actualmente los plebeyos perseguían a Robin. Antes el forajido era famoso y admirado, pero ahora tenía a la opinión pública en su contra, y eso a al príncipe le agradaba.

—Alteza, la partida ciudadana no ha logrado aun capturar al proscrito Robin, pero casi toda la aldea está en su contra. Quedan algunos plebeyos leales pero cada vez menos—dijo uno de los guardias.

—¡Ese maldito niñato escurridizo! Mmm. Espera. No lo apreséis aún. Vamos a jugar un poco con él. Iréis a la aldea a cobrar los impuestos pero solo la mitad, no; menos de la mitad, después que Robin los robe y los devuelva al pueblo. Por la tarde volveremos a recaudarlos pero esta vez el triple. Que la gente vea quién es el culpable de la subida de impuestos, Robin. Ya hemos anunciado que es culpa suya, ahora demostrémoselo. Capitán, vaya a cobrar la mitad de los impuestos y asegúrese de que Robin los robe.

—Sí, sire.

« ¡Por fin! Por fin la reputación de ese niño asqueroso esta por los suelos. Ahora puede que me quieran más a mí. Una gran idea culpar a ese niñato de la subida de impuestos» pensó el príncipe.

MIENTRAS TANTO LEJOS DE NOTTINGHAM

Gracias a las averiguaciones llevadas a cabo por los guardias de la princesa Marian, dirigidos por el sargento del grupo, su alteza había averiguado el paradero del magistrado de aquel pueblo. La máxima autoridad civil y judicial del lugar, pero solicitar una cita con él no era tan fácil. El magistrado normalmente no concedía audiencias, salvo para investigar algún crimen, o para tratar algún asunto de Estado. Marian era una princesa pero no muy conocida, ella pensaba que le resultaría difícil probar su identidad. Si el rey Ricardo la acompañase... pero él seguía combatiendo en las cruzadas. Sin embargo, el sargento del grupo se negaba a rendirse e insistió en acompañar a Marian y Scarlett hasta la casa donde vivía el gobernante. Nada más llegar hubo problemas, el magistrado tenía su propia guardia personal y hubo roces entre ellos y el grupo militar de la princesa.

—Les digo que tenemos que ver al magistrado.

—No tienen cita. ¡Lárguense!

—Escucha, idiota. Es una asunto urgente. Ella es la princesa Marian—dijo el sargento.

—Por nosotros como si es una reina. Tenemos ordenes de no dejar pasar a nadie.

—Por favor, necesito ver al magistrado.

—Y yo necesito una esposa pero no siempre se tiene lo que se necesita.

La discusión iba a mayores y Marian temía que aquello desembocase en un combate entre ambos grupos de soldados; pero cuando parecía que se iban a sacar las armas alguien salió del edificio.

—¿Quién pregunta por mí, capitán?—dijo un hombre alto de pelo rubio corto y barba del mismo color. Iba vestido con ropajes negros. Su porte era elegante, pese a que sus arrugas demostraban que era alguien entrado en años.

— Señor magistrado, estos cabezotas no se marchan.

—Soy la princesa Marian. Protegida del rey Ricardo. Estoy aquí con mi doncella y mi escolta porque necesitamos su ayuda.

El magistrado guío a la princesa, Scarlett y dos guardias hasta el interior del edificio, allí pidió a una criada que preparase un poco de té, al tiempo que todos entraron en un despacho. No era especialmente lujoso aunque daba aspecto de ser bastante funcional para las tareas administrativas. Solo había dos sillas, el magistrado se sentó presidiendo la mesa en tanto que la princesa tuvo que sentarse en la silla restante; eso era contrario al protocolo, al ser Marian una princesa debería haber ocupado el lugar de presidencia de la mesa, y el funcionario permanecer de pie ante ella respetuosamente, pero ella sabía que no estaba en buena posición para ser demasiado estricta ni exigente.

ROBIN HOOD, TRAVESURAS EN SHERWOODDonde viven las historias. Descúbrelo ahora