C A P Í T U L O 1

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 24 de diciembre, 2009

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24 de diciembre, 2009.

Luces blancas, verdes y rojas parpadeaban enredadas entre las ramas, acompañado de adornos de distintos tipos, agregando más color al ya de por sí colorido árbol de navidad. Pequeños copos de nieve caían lentamente sobre ésta, en la silenciosa compañía de la noche, con el silbido tenue de un villancico navideño de fondo.

A través de mi ventana se podía observar perfectamente como mis vecinos festejaban alegres la navidad, acompañados de familiares y amigos, sin la certeza de que tal vez ese sea el último momento en que lo pasen en compañía de alguna de aquellas personas. Sin la veracidad de qué, tal vez, esa sea su última navidad.

Todas las casas a mi alrededor se destacaban por su infaltable decoración de cada año. Uno que otro apenas adornado de luces navideñas, y otras, como mi hogar, que destacaba por la ausencia impoluta de aquellos adornos. Era bien conocido en nuestra cuadra que los Jeon no festejaban la Navidad, ni mucho menos Año Nuevo.

Mamá no aceptaba aquello, aborrecía aquellas dos fechas. Tanta era su desazón con aquél festejo qué, pese a ser apenas las siete de la noche, mi casa se escondía en la densa oscuridad, apenas alumbrado con una que otra bombilla. Tan pronto como habíamos acabado de cenar mi madre nos mandó, tanto a mí como a mi pequeño hermano a la cama. Despojándonos de la dicha de ver, por lo menos, el especial navideño de KBS que se transmitía religiosamente cada año.

Es por ello qué, tras asegurarme que mi madre se encontraba en el limbo del sueño, con cuidado y sin la intención de hacer ruido, mi hermano y yo bajamos a la pequeña sala de nuestro hogar. Trastabillamos y tropezamos con uno que otro mueble, sin la certeza de saber qué se encontraba frente nuestro, con murmullos de dolor de parte mi pequeño hermano y quejas bajas de la mía, pero aún así con la emoción latente en nuestras venas de ver el espectáculo de fuegos artificiales que se desarrollaría en apenas minutos.

El pequeño reloj de pared de la cocina marcaban las 23:50 de la noche cuando JungKook y yo nos aventuramos fuera de nuestro hogar por la puerta trasera del cobertizo. Todo el patio trasero se encontraba en penumbras, bajo la compañia de una noche estrellada, pese a estar nevando.

—¿Mami no bajará con nosotros a ver los fuegos artificiales? —cuestionó la dulce voz de JungKook, resonando sobre el silencio latente de la noche, demostrando la inocencia que la edad de seis años aún le otorgaba.

—No, solo seremos tu y yo, Kookie. Mamá no debe enterarse por nada del mundo. Será nuestro secreto, ¿si? —murmuré mencionando el apodo cariñoso que utilizábamos mamá y yo para dirgirnos a él, en un tono tan bajo como el susurro del viento, por temor a ser escuchado pese a estar a vários metros de distancia entre mi madre y el patio trasero.

—Lo prometo, Tae —juró solemne, con la mirada fija en el profundo negro del cielo estrellado, ante la espera del espectáculo de luces.

Nos sentamos sobre el escalón del pórtico y abrigamos nuestros congelados cuerpos infantiles con la pequeña manta que había tomado de nuestra habitación compartida, refugiándonos del inclemente frío que otorgaba aquélla lúgubre noche de navidad. Un año atrás, en un acto de rebeldía contra mi madre, con apenas siete años de edad, había tomado la desición de privarme del sueño y quedarme despierto toda la noche.

Cuando había comenzado a sentir la pesadez del sueño abrazando mi cuerpo, un sonido parecido a una explosión resonó en la lejanía por sobre el silencio, llamando mi atención. Asomándome por la ventana de mi habitación, con la potente curiosidad de saber el motivo de tal estruendo, la sorpresa fue instantánea al observar los destellos tintineantes que decoraban el cielo, como pequeños cientos de colores manchaban de una obra digna de ver una y otra vez en la infantil mente de un niño que observaba por primera vez los juegos pirotécnicos en su corta vida.

Me hubiese encantado mostrárselo a JungKook en ese entonces, pero él se econtraba en casa de nuestra abuela, pasando las fiestas con ella, dejándome con la compañía reacia de nuestra madre.

Es por ello que, un año más tarde, con la emoción a flor de piel, y la promesa implícita de hace un año, me encontraba con JungKook a la espera de tal espectáculo, más emocionado por ver la reacción de mi pequeño hermano que por los fuegos artificiales, permitiéndome ser sincero conmigo mismo.

Al cabo de unos minutos un pequeño haz de luz iluminó el cielo, acompañado de la exclamación de sorpresa de JungKook. Luego le siguieron cientos, explotando de improvisto en luces multicolores, como si un pequeño universo de pronto hubiera aparecido. Soles iridiscentes y huidizos, estrellas evanescentes, cometas innumerables, figuras impensables. Estruendo, destellos que quebrando el silencio con un quejido, llenaban de emoción pura y dicha atenuante mi corazón.

—¡Mira, Tae! ¡Mira el cielo! ¡Es hermoso! —exclamaba rebosante de felicidad JungKook, apuntando con su pequeña mano hacía el cielo multicolor.

Me fijé en sus mejillas y nariz, tintadas de un rojo como la misma sangre por el frio, en su pelo castaño enredado entre copos de nieve. En sus ojos claros desbordante de una felicidad que no había visto en quizás semanas y una risa cantarina que resonaba por sobre el barullo de la pirotécnica. Jamás algo me había parecido tan bonito como la emoción de mi pequeño hermano. Y como si de un llamado se tratase, JungKook dirigió su mirada hacia mí y me quedé helado, mi pequeño cuerpo se estremeció ante la cantidad de emociones que azotaron mi sistema nervioso.

—¡Gracias por mostrarme las luces de colores! ¡Te quiero, Tete! —vociferó emocionado, y sin más me sonrió pleno y feliz. Contento con tan pequeño detalle, por ver algo tan hermoso.

Y mi corazón explotó, al unisonó, con los juegos artificiales. De él salieron millones de luces, ruidos espectaculares, colores inimaginables. Quedé anonadado al ver la exquisitez de su sonrisa, que brillaban como el sol o como la luz que salían de los fuegos artificiales.

«Te quiero... » Y mi pulso volvió a acelerarse.

Ahí, por primera vez en mi vida, sentí aquello que llaman amor. Aquél rotor de sensaciones que endulzaba corazones y dejaba un sabor más dulce que producto de abeja.

Esa noche, bajo el destellante cielo multicolor, y la inocencia de mi niñez, también conocí el pecado.

~•~

¡Espero de todo corazón que esto les guste!









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