So Far Away | Min Yoongi

cuatro.

El hecho de estar el mayor tiempo de mi vida encerrada provocó que me interesara demasiado en la tecnología. Tanto, que deseo dejar una marca antes de dejar este mundo.
Estoy trabajando en una aplicación, haciendo los scripts. Una aplicación para la organización de todos los pacientes del FQ -porque soy tan organizada que se me vino la idea- y espero terminar pronto.

Intenté hacerme la mala con el chico, dejándolo encerrado en la azotea. De verdad me hizo asustar demasiado. Pero cuando intento concentrarme en mi laptop y el trabajo de la aplicación, tan solo me viene a la cabeza. ¿Estará bien? ¿Cómo saldrá de ahí? Si, lo sé. Soy muy arrepentida.
Frustrada de no poder concentrarme, cerré la laptop y fui hacia la ventana. Intente ver entre la persiana si el chico estaba allí. Pero no lo vi. Tiene pinta de gato, probablemente salió saltando.

Basta Yeong. No sabes quien es. ¿De verdad no le importa morir? ¿Prestará atención a sus medicinas? Su falta de organización me agobia. ¿Por qué estoy preocupándome en el? Déjame en paz, Yoongi.

Cerré la cortina con un suspiro y tomé mi agenda -que estaba junto a los manuales para hacer una aplicación- y taché las realizadas.
Luego cerré la agenda y nerviosa decidí ponerme a meditar en la cama; en pose indio y respirando hondo. Estaba tan frustrada y preocupada que con mi pie tire uno de los frascos de el carro de medicinas tirando las píldoras.

Bien, me cansé. Tomé mi bolso y salí de la habitación, para ver a Yoongi. Mientras caminaba, me puse el barbitúrico por seguridad.
Cuando llegué a la puerta de su habitación, noté una hoja pegada en esta del lado de afuera.

"Abandonar toda esperanza quienes aquí entran."

Lo ignoré y con nervios le di golpes a la puerta levemente con la palma de mi mano. Retrocedí un poco y esperé a que él la abriera.

Abrió un poco la puerta para poder ver quien era, y con una cara de confusión, la empujó sin fuerza para que pasará. Por su cara, parecía que no quería saber y tenerme aquí.
Eché un vistazo antes de entrar para ver si tenía su carro de medicina. Y no, no tenía. Diablos.

-¿Dónde está tu carrito de medicinas? —pregunté sin más. —¿Y tus píldoras? —entrelacé los dedos de mis manos poniendo estas en mi pecho para calmarme. —¿Y-Y por qué está tu chaleco percutor en el piso? —suspiré. —¿puedo ver tu régimen?

Me miró entre serio y confundido. —Mmh, no creo que sea asunto tuyo. —fue a buscar su régimen y en cuanto lo encontró lo trajo a donde estaba.
Lo observé, y estaba todo tachado y dibujado, como si fuera la hora de jardín de infantes de un niño de cuatro años.

Me comencé a agitar por su falta de organización, comencé a señalar el régimen nerviosa. —P-Por qué...

Apoyó su mano en el marco de la puerta poniendo su peso en ella. Al verme tan epiléctica, dijo. —¿Estas teniendo una aneurisma?

-¿¡P-Por qué!? —arrugé como un bollo el papel y lo tiré al suelo.

-Oye. —me miró con repugnancia. —Entiendo que tengas complejo de heroína y que quieras salvar a todo el mundo, pero ¿quieres dejarme tranquilo?

-Estás medicinas no son opcionales.

-Si, por eso me las meten a la fuerza en la garganta.

-Me estás volviendo loca. —me salí y fui hacía al ascensor.

Comenzó a seguirme con su bolso y su cánula nasal puestos. —Oye. —entré al ascensor y presioné el botón para que se cierre, y no me siguiera.