De cómo adoré tu cuerpo

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A esas alturas y con tu alegato yo sentía que la sonrisa me iba a partir la cara, debía de parecer boba... me sentía de nuevo viajando al espacio exterior.

No lo pude reprimir y te agarré con un poco de furia, te atraje y empecé a besarte con devoción. ¡Dios... qué labios tan perfectos! ¡Qué piel tan blanca y suave!¡Qué bien olías! Quería comerte entera. No dejaba de darte besos y tú me los devolvías todos.

Me moría por tocarte y me dejé llevar, empecé a desabrocharte la blusa. Botón a botón, con lentitud. Mis labios urgentes seguían mis manos y dibujé un camino de besos desde tu boca hacia tu canalillo.

El fuego del deseo me consumía pero quería que fuera especial para ti, no iba a olvidar que era tu primera vez y quería que sintieras todo ese ardor, que tu piel se encendiera y que dejaras que la excitación te inundara. Te quité la blusa y volví a tu boca, que emitía suaves suspiros.

Quisiste corresponderme y yo me dejé. Me quitaste el jersey con cierta torpeza, pero no importó, sentir tus maravillosas manos sobre mis hombros y mis brazos fue asombroso. Mis pechos bajo el sujetador empezaban a despertar, los tuyos estaban listos y pidiendo guerra.

Te desabroché el sujetador con una mano y con la otra me quité el mío. Sé que esa "habilidad" te sigue sorprendiendo a día de hoy. Sonreí al ver tu carita de estupor. ¡Ufff qué locura!

Te abracé y te acaricié el pelo mientras volvía a besarte la boca y mis manos te acariciaban la espalda. Mi labios cayeron por tu cuello y bajé a probar tu segunda estación. Esos pechos perfectos que tus padres te habían dado.

Ni muy grandes, ni muy pequeños, suaves pero duros y con un precioso pezón oscuro que pedía atenciones. Antes de hacerles caso, te tumbé en mi cama y me recosté a tu lado. Mi boca viajó sola a tus senos. Te lamí el pezón que me quedaba más cerca, mientras te acariciaba el otro con los dedos.

Tu boquita empezó a soltar gemiditos muy ligeros y eso me puso a mil. Después repetí la operación pero en tu otro pecho. Me subí a horcajadas encima de ti y mientras regresaba de nuevo a tu boca, mis manos se deslizaron por tu abdomen y pasé por tu ombligo hasta encontrarme con el botón de los tejanos. Lo desabroché y bajé la cremallera. Me incorporé para quitarte los zapatos y los pantalones.

Y paré dos segundos a mirarte mientras yo misma me quitaba las medias y la falda. Eras asombrosa. Tu cuerpo iba solo y te retorcías suavemente por la excitación, mientras jadeabas flojito y reías.

¡Qué cuerpo tan fantástico! Por fortuna no estabas delgada, tenías curvas y ¡menudas curvas! Tu cadera sinuosa bailaba en mi cama decorada con unas preciosas braguitas azules.

Me mirabas con deseo, esos ojazos marrones no se apartaban de mí. Supuse que estabas nerviosa pero no lo demostraste para nada.

Cuando me volví a tumbar sobre la cama, me sorprendiste incorporándote y empujándome. Caí de espaldas sobre el colchón y no tardaste ni dos segundos en subirte encima de mí. Me besaste y me acariciaste. Tus manos no paraban ni medio segundo. Agarraste con firmeza mis pechos y te hundiste en ellos. Sentí como tu boca jugueteaba con mis pezones, poniéndolos muy rígidos.

Estaba en la gloria más absoluta pero no iba a dejar que llevaras la iniciativa, era tu noche. Debía ser tu noche. Jadeé, cogiendo aire, y me incorporé. Quedamos sentadas en la cama, tú encima de mí. Te abracé y nos volvimos a fundir en otro beso. Te coloqué la melena, que flotaba salvaje, detrás de las orejas y volví a perderme en tu mirada.

—¿Estás del todo segura, de que quieres seguir? —Iba a costarme un horror, pero aún estábamos a tiempo de parar.

—¡Síííí! —Gritaste con fuerza y nos reímos.

Te besé entre los pechos mientras tus manos corrían por mi espalda y las mías reseguían tus costados, notando como te volvías a acelerar. Puse las manos en tu cintura, te estreché un poco y luego las puse sobre tus caderas.

Mis dedos exploradores empezaron a bordear tus braguitas. Levanté mi cara y de nuevo me perdí en tu boca. Tú respondías a todas mis intenciones. Y mirándote a los ojos y sin pedirte permiso, metí una mano en el centro de tus piernas. Te acaricié, cerraste los ojos con fuerza y oí como gemías sin fin al sentir por primera vez otra mano que no era la tuya, justo ahí.

Sentir tu deseo sólo me enfervorizó más. Estabas muy húmeda y me volvías loca. Sólo deseaba que gozaras y poder darte todo el placer. Agarré con saña tus braguitas que me molestaban y las rasgué sin consideraciones.

Me levanté contigo encima, tus piernas se aferraron a mi cintura y tus brazos me rodearon el cuello, giré sobre mi misma y me agaché para sentarte al borde de la cama. Dejé que mi lengua te recorriera de nuevo, de la boca al ombligo, mientras mis manos te acariciaban, otra vez, los pechos. Te recostaste hasta que tu espalda tocó el lecho. Ambas jadeábamos por la excitación. Te separé los muslos y me coloqué entre tus piernas.

Te besé y mordisqueé desde las rodillas hasta las ingles, primero un lado y luego el otro. Tu deseo aumentaba y el mío contigo. Todo tu cuerpo palpitaba, y te sentí a mi merced... Te torturé un poco más subiendo de nuevo encima de ti y besándote la boca.

Te susurré al oído lo guapa que eras y lo loca que me estabas volviendo. Eras embriagadora. Y no podía creer la suerte que tenía.

Resbalé hacia tu sexo, tu tercera estación. Me perdí en él. Te lamí entera, sentí como crecía tu ardor y busqué con mi lengua cada rincón de tu tesoro hasta que tu cuerpo me enseñó la joya mejor guardada.

Tu sexo se dilató y pude encontrarme con tu perfecto clítoris. El primer contacto fue dulce y tú gritaste de excitación. Me dediqué en cuerpo y alma a llevarte al orgasmo. Aprisioné con mis labios tu botoncito sin dejar de acariciarte los pezones. Te tenía presa.

Cuando tus contracciones eran evidentes y eras sólo un mar de gemidos, endiablé mi lengua hasta llevarte al borde del abismo. Y una vez allí, no me detuve. Continué hasta que el orgasmo te alcanzó y te convulsionaste entera, gritandode forma inconexa.

Te dejé respirar y me recosté de nuevo a tu lado mientras tu respiración se normalizaba e ibas volviendo en sí. Abriste los ojos y me miraste sonriendo con placidez.

—¡Ha sido... ha sido... alucinante! —proclamaste aún sin aliento.

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