Sixteen.

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Desde que era pequeño, Dazai había demostrado ser muy inteligente. Desde temprana edad se enorgullecía de ello, y le gustaba ser halagado por eso.

Sin embargo, el tiempo le había hecho llegar a detestarlo. Se había dado cuenta de que había sido esa rapidez de pensamiento la que había hecho que toda la felicidad se escapase de sus manos ni bien la llegaba a obtener. La misma razón por la cual Mori Ogai le había querido en las filas de la Port Mafia a toda costa.

Pero a la vez era lo único que le podía mantener vivo en un mundo de destrucción, donde dominaba la muerte ante la cual, finalmente, había acabado por rendirse.

Después de tantos golpes, de tantas decepciones, Dazai había acabado desistiendo de tener fe en la raza humana. Hubiera muerto encantado a los quince años, incluso antes de no ser por Mori. 

Y entonces apareció Nakahara Chuuya. Un muchacho de su misma edad, pero incluso más perdido que él. Dazai ni siquiera había concebido el hecho de que pudiese existir una persona así, y que pudiese ser tan diferente a él.

Se podría decir que le dio pena, pero en realidad no. Al contrario, le enfadaba. Le frustraba profundamente que fuera tan fuerte pero tan ingenuo. Que fuese tan leal, tan entregado a sus sentimientos. ¿Para qué tenía un maldito cerebro y un par de ojos, si no los usaba? Estaba claro que los que decían ser sus amigos no le querían por quién era, sino por lo que era. Por su habilidad.

Dazai se había dado cuenta de eso en dos segundos. ¿Y Chuuya no había podido hacerlo en todo ese tiempo? 

Le molestaba. Le frustraba que Chuuya, aún dándose contra la pared, siendo literalmente apuñalado por quienes confiaba, siguiese sin despegarse por completo de esos sentimientos. ¿Por qué proteger a quienes habían decidido matarle?

Tan sentimental. Tan predecible. Pero, aunque fuese frustración, le hacía sentir algo. 

Igual que ahora.

Dazai se inclinó hacia delante en su silla, apoyándose en el borde de la camilla donde reposaba el cuerpo de Chuuya. Corrupción siempre le dejaba en ese deplorable estado. Y aún así, había decidido usarlo para vengarse.

Dazai no había intervenido. No merecía la pena, porque Chuuya había perdido a subordinados bajo su protección y su rabia y dolor eran cosas que le impedían razonar. Y Dazai era consciente de que a compañero en ese estado no se le podía hablar de lógica sin tentar a la suerte.

Solo él podía entenderlo. Llevaban un año y cinco meses viviendo juntos, siendo compañeros, luchando codo con codo. Dazai había entendido a Chuuya por completo para ese punto, y si había algo que estaba seguro que nunca iba a cambiar en su compañero, eso era su tendencia a implicarse demasiado con los demás.

Apartó un mechón de cabello rojo que cruzaba su cara, ubicándolo detrás de su oreja. Parecía dormido, y en realidad lo estaba, y era de las pocas veces que podría verlo así, tranquilo. Seguramente sería efecto de la anestesia.

Cuando Chuuya dormía —las veces que lo hacía, porque Dazai sabía que muchas noches solo lo fingía— siempre murmuraba entre sueños muchos nombres. La mayoría de veces Dazai alcanzaba a poner cara a quiénes eran, y las que no, al siguiente día los buscaba. 

Era otra cosa que le molestaba de su compañero. Sentía remordimientos por algo que ni siquiera tenía la culpa. Seguía preguntándose, ya casi año y medio después, qué había hecho para merecerse una traición.

¿Por qué no podía simplemente aceptar que los humanos actuaban por intereses? Y que él debería empezar a hacerlo, o estaría muchas veces en ese lugar, acostado en una camilla de hospital.

Hold each otherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora