Seventeen.

3.8K 604 319
                                    

Curiosidad.

Esa era la palabra más perfecta para describir el inicio de lo que apenas podía llamarse relación, menos romance. 

Pero Chuuya no podía negar que se sentía bien. Tampoco podía compararlo con nada, porque nunca había tenido algo ni remotamente parecido, y estaba seguro de que Dazai no era muy diferente a él.

Eran adolescentes, al fin y al cabo. Y por muy dentro de la mafia que estuvieran, por mucho que la oscuridad rodease cada día sus vidas, seguían siendo jóvenes con hormonas revolucionadas. Dormían juntos en una misma habitación, se veían todos los días, luchaban codo con codo en cada misión. 

Quizá solo había sido cuestión de tiempo que ambos acabasen en la misma cama. 

No era nada especial. Ni siquiera podía llamarse romántico. Simplemente había noches que ambos querían olvidarse de todo y decidían que esa era la mejor manera. No lo habían acordado, no había nada que los atase el uno al otro, y estaba bien. Chuuya había aprendido que no era bueno aferrarse a alguien, y Dazai nunca había sido particularmente partidario de estar unido a algo.

Cuando Chuuya se dio cuenta de que estaba demasiado acostumbrado a la presencia de Dazai en su vida, no le dio importancia. No tenía por qué hacerlo.

Tenía diecisiete años y, junto a Dazai, era invencible. Tenía el mundo a sus pies, ninguna organización se atrevía a desafiar a la Port Mafia sabiendo que los dos de negro, Soukoku, estaban entre sus filas.

Fue el mismo año donde ambos ascendieron a ser ejecutivos, si bien Dazai lo fue después de él, ganándose el título de «ejecutivo más joven de la historia» por la diferencia de meses entre ambos.

Así, su sincronía era mejor que nunca. Dazai nunca dejaba de ser Dazai, y sus bromas y actitud infantil era parte de su ser, si bien Chuuya había empezado a notar ligeros cambios. De alguna manera, sentía que sus ojos eran más oscuros, su voz más grave, su actitud más oscura.

Pero había cosas que hacía, que decía, que contradecía todo eso. 

Cuando Chuuya usaba Corrupción, normalmente quedaba tan agotado que no sentía más que dolor, pero los dedos de Dazai acariciaban gentilmente cualquier parte de su cuerpo, como si quisiera hacerle ver que el demonio que llevaba dentro ya no podía controlarle más. No mientras estuviese él ahí.

A veces se despertaba en la espalda de Dazai, siendo cargado por él de vuelta a la base. Con la cabeza apoyada sobre su hombro, podía oler su perfume, sentir sus cálidas manos sujetándole firmemente para que no cayese y rozar la piel de su cuello con sus labios.

Le hacía sentir tranquilo.

A veces, sin que Dazai se diese cuenta, sonreía y volvía a caer ante el cansancio. Era poco común para Chuuya sentirse seguro, menos cuando no podía mover ni un dedo, pero sabía —confiaba— que Dazai no le soltaría. Y mientras fuera así, Chuuya estaría tranquilo, porque el Arahabaki no podría actuar mientras Dazai estuviese ahí. 

Cuando volvía a despertar, siempre estaba en una camilla de hospital. Y Dazai estaba ahí, haciendo cualquier cosa, incluso durmiendo, pero estaba ahí.

Y Chuuya volvía a sonreír, porque Dazai siempre alegaba que era Kouyou la que le obligaba a quedarse pero Chuuya sabía que más bien era al revés. Kouyou le obligaba, sí, pero a salir de la habitación aunque fuera para que sus piernas no se quedasen en la misma posición para toda su vida, pero Dazai nunca lo admitiría, y Chuuya no estaba dispuesto a obligarle. Sin embargo, cuando intercambiaban posiciones y era Dazai el que estaba en esa camilla, podía estar derrumbándose el mundo que Chuuya no abandonaría esa habitación sin su compañero.

Hold each otherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora