capítulo 1 (parte 2)

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Pablo

Respire profundamente tres veces y seque mi frente con la servilleta de los cacahuetes. La señora del asiento a un lado me miró como si yo fuera portador de algún virus contagioso y todo el avión estuviera condenado.
Faltaba muy poco para descender, pero el tiempo se me hacía eterno, y más porque sabía que Ana estaría esperándome en el aeropuerto. Sin duda alguna, fue lo que más me costó dejar atrás durante los dos años en Londres. Le había hecho tres promesas,y en mi estaba poder cumplirlas.
La ví desde que estaba recogiendo mis maletas en el carrusel. Bella como siempre, con su rostro tan dulce y tierno,una chica que sin duda llamaría la atención de quien la viera en cualquier lugar: delgada, alta, la piel blanca como de porcelana y las pecas que le daban un encanto especial, además de los ojos verdes y el cabello pelirrojo. Está vez lo llevaba recogido con una coleta que la hacía ver más elegante. Conozco a Ana desde que éramos niños. A partir de entonces hemos estado juntos.

Tanto tiempo separados me hizo trastabillar a la hora de inclinarme para darle un beso. Apunté a sus labios, pero terminé en su mejilla. Y su perfume... puedo jurar que no era el mismo al que yo estaba acostumbrado. O quizás si, y lo que pasaba es que ya me había olvidado de su esencia.
-¿Tienes una idea de cuánto te extrañé? -me dijo con una sonrisa.
Hoy en día no sé cuánto se pueda extrañar a alguien, con la tecnología de ahora eso se vuelve prácticamente imposible: estamos conectados casi el cien por ciento del tiempo. Papá alguna vez me contó que, cuando él se fue a estudiar al extranjero, se comunicaba con mamá a través de cartas que tardaban a veces más de un par de semanas en llegar. Mamá dice que las celebraba casi como un cumpleaños.
- no me lo puedo imaginar -le dije.
- imagínate la distancia que había entre nosotros, y multiplicalo por infinito. - Me miró a los ojos.
Yo sentí que me ruborizaba.
-pero si nos veíamos todos los días.
-¿Y tu crees que a mi me basta con verte detrás de una pantalla? No hay nada como en vivo y en directo, poder abrazarte y estar contigo en cualquier momento.
Nos dimos un abrazo que duró unos minutos.
No me costó mucho lograr que Ana me confesara que mis padres me tenían preparada una cena sorpresa al llegar a casa. Son tan predecible que lo sospechaba desde antes de salir del aeropuerto de Londres. Claro que me hizo prometerle que actuaría sorprendido, así que hice un gesto de asombro cuando la tía Gema, hermana de mamá, salió por detrás de la puerta principal.
Tuve una sensación extraña al llegar a casa.
Por un momento me sentí rodeado de extraños, aun cuando todos los allí presentes eran familiares o pertenecían a mi grupo de amigos. Por eso le pedí a Ana que no se separara de mí. Ser el centro de atención no es tan divertido, sobre todo cuando quieren que les cuentes en una hora lo que viviste durante casi dos años fuera.
Evité quedarme hasta tarde con la excusa de que estaba cansado por el viaje. A las diez de la noche me despedí de todos y me fui a mi habitación. Eso no fue motivo para que los invitados se marcharan y no continuaran con la fiesta, lo sé porque me quedé mirando desde mi ventana hasta que se fue el último coche, cerca de la una y media de la madrugada.

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