Capítulo 3

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Pablo

Habían pasado ya casi dos meses desde que hable con Ana para terminar nuestra relación  de novios. Me costó mucho, pero al final decidí que tenía que hacerlo. Fue durante la fiesta de despedida de jean, uno de mis amigos del colegio, que se iba a París a estudiar la carrera de chef. Hasta ahora no se si esa fiesta fue el lugar adecuado para hacerlo, pero lo que sí sé es que yo ya no podía esperar más. Cada vez que Ana y yo salíamos juntos, tenía la sensación de que la estaba engañado. Cada que nos tomábamos de las manos, sentía que nuestros dedos no embonaban. Me duele decirlo, pero con el paso de los días yo me convencía más y más de que mis sentimientos hacia ella, desde un punto de vista romántico, había dejado de existir. Y no sé por qué, pies Ana es una mujer maravillosa. Es inteligente, tierna, chistosa, y por si eso fuera poco, es verdade-ramente hermosa. Inclusive llegué a dudar si había algo mal conmigo.

   Un dolor en el pecho me recordaba que estaba rompiendo las promesas que alguna vez le hice y con las que había vivido desde hacía tiempo, las mismas que marcaban nuestra relación, primero como amigos y luego como novios. También sentía que me estaba traicionado, a pesar de no estar haciendo algo malo o no tener la intención de dañarla. La gente cambia, yo estaba cambiando, el tiempo en Londres me había ayudado a crecer, y tal Ana no seria la mujer con la que me correspon-dia llevar a cabo los planes que marcarían el resto de mi vida.
   Tanta fue mi preocup-ación que me senté a beber un café con la única persona que podía ayudarme a tomar la decisión correcta: mi madre.
  –Si eso es lo que sientes, hijo, entonces tienes que decírselo. Y entre más pronto, mejor. Es horrible vivir en el engaño, y todavía peor vivir una relación que no te hace feliz. Ana se merece la verdad.
  Mamá siempre me ha dado los mejores consejos de mi vida. Es como una caja mágica a la cual le preguntas cualquier duda existencial y te responde con las palabras más sabías del universo. Yo todo la vida he pensado que el éxito de mi papá se debe a ella. No le quitó crédito a el, pero cuando tienes a la mejor consejera del mundo a tu lado, cometer errores es muy poco probable. Que yo recuerde, papá nunca ha cometido un error en los negocios. Por cierto, fue gracias a ella que termine por inscribirme en la Facultad de Leyes. "Tienes que seguir lo que te dicta el corazón", me dijo. Obviamente, a papá no le pareció la mejor noticia del mundo. Mamá tuvo que apaciguarlo.
   La orientación de mamá era lo que necesitaba para hablar con Ana y poner las cosas en claro, darle un nuevo rumbo a los inicios de mi vida adulta. Gracias a nuestra conversación, pude poner en orden mis ideas y sentimientos y planteárselo Ana de la forma más sincera posible. Saliendo de la fiesta me correspondía llevarla a su casa, pero antes decidí conducir a un parque cercano y hablar unos minutos. Tal vez ella ya sospechaba lo que iba a ocurrir, por mi conducta ausente de las últimas semanas, aunque eso no impidió que se sintiera mal cuando le dije que era mejor que siguiéramos nuestro caminos por separado. Me pregunto si era por alguien más, si había hecho algo que no me había gustado o por que decidía eso, al tiempo que sus ojos se llenaban de lágrimas. Trate de explicarle de forma tranquila y sincera cómo me sentía, y al final, pese a que me pidió que sólo nos diéramos un tiempo y yo le insistí en que era mejor romper, lo aceptó, me dió un beso en la mejilla y dijo que de todos modos quería que fuésemos amigos, por todos los años de amistad que nos unían. Escucharla decir aquello me liberó. Sentí mucho alivio cuando aceptó cambiar el estatus de nuestra relación. Quería mucho a Ana, pero ya únicamente como amigos, y me producía una gran tranquilidad saber que ella lo había comprendido.

  Ana y yo todavía hablamos y nos vemos seguido. Seria imposible terminar de repente una relación de tanto tiempo, sobre todo, cuando hay tanta historia y cariño de por medio. De vez en cuando vamos al cine o a cenar. Es tal la costumbre que, a veces, nos tomamos de las manos, hasta que nos damos cuenta y nos alejamos por instinto. Ana siempre tendrá un lugar especial en mi corazón. Ella lo sabe. Sabe que siempre, no importa lo que suceda o el tiempo que pase, cumpliré mi promesa de estar allí para ella.
  
   Por ese entonces, estaba muy centrado en el trabajo. Después de una ardua búsqueda, por fin encontré una buena fundación que reunía los requisitos que habíamos establecido. A última hora, y por consejo de mi asistente, una noche antes acudí a una subasta de gala de esas que las fundaciones organizan para presentar sus proyectos a los posibles benefactores y, de paso, levantar un poco el capital. El evento fue todo  un espectáculo, considerando la cantidad y calidad de obras de arte expuestas en la sala Virrey del Hotel Contem-poráneo. Sin miedo a exagerar, yo calculo que esa noche se movió una pequeña fortuna sólo en las pujas. Yo, que disfruto ver obras de arte e invertir en algunabque me guste, sobre todo si es de un artista de renombre, me hice de un cuadro de pintor mexicano Julio Galán (que termine regalándole a mamá), una pequeña escultura de una artista española, y una fotografía original de Ansel Adams.
   Todavía recuerdo los ojos claros de esa mujer. Parecía como si estuviese mirando a través del agua de un lago en Suiza. Tenía el cabello castaño, largo y ondulado, unas cejas gruesas y unos labios perfectamente proporcionados. Además de hermosa, transmitía una calidez y serenidad a quienes la rodeaban, que no pude apartar la vista de ella durante un par de minutos.

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⏰ Última actualización: Jan 26, 2020 ⏰

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