Lily Rose
Por lo general, se pueden identificar porque comenzaron desde abajo e hicieron su fortuna a base de dedicación y esfuerzo. Esos son los que hacen que mi trabajo valga la pena. Cada que me encuentro con uno de ellos, aprovecho y me acerco para escuchar sus historias de éxito, de como vencieron la adversidad o lucharon contra el sistema y terminaron siendo dueños de su propios destino. Conocer sus exp-eriencias es como tomar una maestría exprés. Por ejemplo, esta el caso del señor Francis Evans, que inició desde abajo como agente de seguros. Contra toda probabilidad, pues acababa de llegar a la ciudad, habiendo migrado de Escocia, y en el negocio de los seguros las relaciones lo son todo, tomo el directorio telefónico y comenzó a sacar citas con gente totalmente desconocida. No le daba pena su acento, o que en esta parte del continente se hablará español, el hacía su mejor esfuerzo por ganarse la confianza de todos. Poco a poco fue haciendo una cartera de clientes lo suficientemente grande como para financiar una oficina y un par de empleados. Y así fue creciendo hasta que el mismo dejo a un lado las ventas y se concentró en reclutar y capacitar a nuevos agentes. Casi veinte años después, tiene una de las agencias más importantes del país.
Pero también existe el otro lado de la moneda. El lado oscuro. El de los personajes que creen que por tener una chequera grande pueden hablarte como si fueras una hostess de un bar underground. Como el típico que te entrega una tarjeta con su número de teléfono escrito a mano mientras te acosa con una media sonrisa, convencido de que el día que tengas deseo se verte en el espejo con un collar y unos aretes de oro lo vas a llamar.
Ni hay cosa más desagradable.Es un entorno más hostil de lo que cualquiera puede imaginarse, pero es el camino que elegí para ayudar a los demás, para a quienes están solos y necesitan el apoyo de otros.
Otra especie que suele rondar este tipo de eventos son los que asisten sólo para sentir que pertenecen a la alta sociedad, pero que al final no donan absolutamente nada. Esos que aprovechan para sacar a pasear a sus esposas (que normalm-ente viene vestidas con atuendos de estrella de cine de los cincuenta) para cumplir con la salida del mes. Se atragantan con la cena mientras beben copa tras copa del whisky más costoso. Terminan la cena y se pasean de mesa en mesa saludando a gente que ni conocen, pero hablando como si hubieran estudiado juntos en el mismo colegio privado. Si, me refiero a los políticos. Nunca faltan. Quizás esos son los que más náuseas me provocan porque, aunque sabemos que ni van a contribuir ni con medio centavo para la causa, hay que atenderlos bien; de lo contrario, te cierran el negocio.
Para antes de las once y media, justo después de que terminó la subasta de arte, yo ya estaba bajo los efectos de un par de pastillas que tuve que tomar para que no me explotara la cabeza con una migraña. En ese momento se me acercó uno de los invitados. A diferencia del resto, era muy joven. Era de ojos grandes de color miel, pestañas largas y cejas pobladas, alto y fornido, casi de un metro ochenta, el tipo de personas que se ejercita. Tenía el cabello castaño corto, como si acabara de salir de la peluquería, la nariz respingada y una sonrisa contagiosa, de dientes y labios perfectos. Por alguna razón me llamó la atención una cicatriz que tenía en la ceja derecha. No sé, quizás lo hacía verse más guapo, si eso era posible. Vestía con un traje oscuro de buen gusto, de esos que desde lejos se ve que no son baratos, y conforme avanzaba hacia mí podía percibir el buen gusto en su loción. Era demaciado joven, calculé que tenía entre dieciocho años, no más.
El chico se presentó amablemente. Me dijo que era la primera vez que asistía a un evento de esa naturaleza y que se sentía completamente fuera de lugar. Estaba interesado en encontrar una fundación para invertir el capital anual que el corporativo que representa destinada a la beneficencia. Se me hizo un poco extraño que fuese el responsable para dicha misión, pero no podía juzgarlo: teníamos en común ser muy jóvenes y estar al frente de asuntos importantes que requerían trato con los demás. Me contó que ya llevaba un par de meses trabajando en ello, y que aún no encontraba una fundación que le convenciera del todo.–Lo que escuché en tu discurso me pareció muy interesante –me dijo–. Me gustaría conversar más a fondo para conocer a detalle el funcionamiento de la fundación.
–Con mucho gusto. Si te parece podemos agendar una cita en nuestras oficinas, el día que sea mejor para ti.–Tome uno de los folletos que alguien había dejado sobre la mesa mas cercana y se lo alcancé–. Yo soy Lily Rose Miller. Mi número se encuentra al reverso.
–Muchas gracias, Lily Rose –me respondió, y se guardó el folleto en el bolsillo interior de su saco–. Le voy a pedir a mi asistente que concrete una cita para la siguiente semana, si eso está bien para ti.
–Claro, será un placer atenderte.
No sé si fue el dolor de cabeza o el efecto aletargante de las pastillas, pero hasta después de que nos despedimos me di cuenta de que ni siquiera le pregunté si nombre.
"Muy mal, Lily Rose", me dije.
A pesar de todos los contratiempos, el evento funciono tal y como se había planeado. Los benefactores del año anterior estuvieron satisfechos con los resultados que se expusieron en el proyector, y al mismo tiempo alcanzamos el porcentaje preliminar que nos habíamos fijado como meta para nuevas cuentas. Lo recaudado en la subasta superior inclusive nuestra propias expectativas, y mi jefa estaba que brincaba de felicidad. Al final de cuentas todo esto lo hacemos por ellos: los niños, y saber que nuestros esfuerzos son recompensados y que ellos se verán favorecidos hace que todo valga la pena. Para mi eso hace toda la diferencia. Me causa un inmenso placer ver los resultados de nuestro trabajo y el impacto que causamos en sus vidas.
Esa noche volvió a suceder. Hacía tiempo que no me pasaba. Aquella pesadilla que me atormenta desde que tengo memoria volvió a despertarme a mitad de la noche con el corazón latiendo a mil. En mi pesadilla me encuentro corriendo por un bosque lleno de pinos, justo a un lado de un pequeño arroyo y, muy al fondo, unos acantilados que dan hacia el mar. Cada vez avanzó más rápido, hasta que de pronto ya no siento las piernas. Es como si mi cuerpo no existiera y sólo mis ojos pudieran percibir lo que hay a mi alrededor. Es tan real. La experiencia me afecta tanto que tardo tiempo en volver a conciliar el sueño. A veces me pregunto si esa pesadilla tiene algo que ver con mi pasado, con lo que sucedió con mi familia. Los recuerdos, como en algún momento las cicatrices de mi espalda, son heridas, pero a diferencia de ellas que ya cerraron, estos están ahí para recordarme algo que sucedió y me dejó marcada de por vida; me duele por no poder asimilarlos. Las pesadillas también me provocan un dolor constante. Sé que, aunque los sueños me ofrezcan una explicación, jamás la conoceré completamente: he vivido tantos años con verdades a medias que ya no tengo tanta esperanza.
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Tres Promesas
Romance"Un dolor en mi pecho me recordaba que estaba rompiendo las promesas que alguna vez le hice y con las que había vivido desde hacía tiempo, las mismas que marcaban nuestra relación, primero como amigos y luego como novios. También sentía que me estab...