Sí, la he dicho.

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—¿Querías hablar, Lils?— intentó, con todo su esfuerzo, sonar despreocupado. Pero toda su soltura, seguridad y arrogancia se iban por el tubo al ver la perfección que ella traía encima. Lily estaba sentada frente a la chimenea, con las piernas cruzadas y con un pergamino estirado en la mesa ratona.

—Sí, pero primero siéntate, has de estar congelado— asintió, venía del entrenamiento con el equipo, el otoño había venido con aún más lluvias y más frío de lo habitual, el agua parecía traspasar el uniforme como lanzas de hielo. —Hay para compartir, James— una sonrisa y su brazo extendido, ofreciéndole un lugar junto a ella, más específicamente bajo la manta tejida que la envolvía y abrigaba. La sintió estremecerse cuando él se sentó junto a ella, al rozar su brazo helado contra su piel tibia, no esperaba que solo tuviera aquella camiseta blanca sin mangas.

—Te resfriarás si vas así por el colegio— y admitía que le daba cierto desazón imaginar a todos los perros babeantes por la milimétrica cintilla blanca de encaje que bordeaba el escote junto con las pecas que asomaban. —¿Tienes más?

—¿Más qué?— Lily dejó la pluma, mientras enrollaba el pergamino prolijamente, le colocó un trozo de papel que decía Binns en una hermosa letra cursiva y lo acomodo junto a otro que decía Slughorn. Era impresionante lo detallista que aquella mujer podía ser para las clases.

—Más pecas...me refiero...yo...—Carraspeó, no quería que ella se diera cuenta que había echado una mirada a cierta zona en especifico.

—¿En el cuerpo? Sí, siempre he tenido, creo que ya no les presto atención ¿Porqué lo preguntas? —James tragó grueso y se maldijo cuando su mirada lo traicionó, dando un rápido vistazo al escote de la pelirroja, estaba seguro que ella iba a fastidiarse. —Los pelirrojos tenemos el pigmento de la piel distinto, las pecas son una reacción al sol, lo más expuesto es lo más pecoso— explicó, James por un instante creyó que ella no lo había notado— Aunque no suelo usar escote, así que ahí sí que salen por arte de magia.

—Lo siento, no te molestes conmigo...— Lily soltó una risita.

—James soy tu novia,  me molestaría contigo si no me miraras de esa manera— James sintió un escalofrío recorrerlo de punta a punta cuando ella se recargó en su costado para hablarle al oído— Puedes besarlas si te gustan.

De acuerdo, tenía un galope de centauro en lugar de ritmo cardíaco, pero no era un idiota. Dejó un casto beso en sus labios antes de besar su mejilla y bajar a besar su cuello. El perfume de la piel de Lily era adictivo, era nadar en litros de amortentia. Se separó cuando la sintió moverse.

—Solo estoy acomodando la manta— tenía una sonrisa traviesa que nunca había visto en ella— ¿o pretendes darles pensamientos extraños a los niños de primero?— La cubrió mejor, aislándola de la mirada de cualquiera que no fuera él,  a pesar de que la sala común estaba prácticamente vacía al ser la hora de cenar.

—¿Te molesta?— Lily negó, mientras James deslizaba el tirante de la camiseta para exhibir su clavícula, pensó que aquella sería la manera perfecta de pasar cada invierno de su vida. La piel de la pelirroja estaba tan caliente como su sangre en este momento. —¿Qué te paso, Lily? No es que antes no fueras sensual, siempre lo has sido, pero hoy has estado más...animada.

—James ¿recuerdas en cuarto año cuando me dijiste que si aceptaba salir contigo, te casarías conmigo al salir de aquí? Quiero saber si eso sigue en pie— él asintió con una sonrisa, Lily se acurrucó en su pecho— Si vas a ser mi marido y el único hombre de mi vida, pues no tiene caso hartarnos de esperar por algo que pasará de todas formas. Algo que quiero que pase. En realidad, algo que quiero que pase muy pronto.

De como James y Lily tuvieron sexo por primera vez. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora