2|| S T A R S & G A L A X I E S

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Aquella tarde había llamado a Alexander, era mejor hablar con él en persona antes de que los tabloides comenzaran a circular el rumor. Hava por su parte le había dado una de sus pláticas motivacionales, sin dejar de lado la parte en la que apoyaba a Alexander y no a ella; no la culpaba, no era conocida por sus buenas decisiones.

Tomó el subway como todas las mañanas para llegar hasta uno de los cafés más escondidos de New York, era un espacio pequeño lleno de libros, ubicado en Brooklyn, tenía un aroma a café que siempre le daba un poco de paz, la encargada que era una joven de cabellos de mil colores, ya sabía lo tomaba así que sin siquiera preguntarle se lo llevó a una mesa.

Tener un lugar así en la gran urbe que era New York siempre era una bendición, la gente entraba sin siquiera mirar, simplemente tomaban las bebidas y salían, otros estaban tan inmersos en su lectura o proyectos que pasaban de los demás.

Sabía que el avión privado de su novio aterrizaría en pocas horas, y en cuanto regresara estaría en su sillón individual, poniendo algún programa de la BBC o simplemente leyendo un libro de historia que le apasionaban.

Alexander era el novio perfecto a los ojos de su familia, era heredero de una buena fortuna, educado en las mejores universidades, miembro distinguido de la sociedad europea, un hombre guapo, caballeroso. Pero siempre decía que Alex, como le llamaba, le había falta algo de realidad, si bien era el hombre que toda mujer deseaba en las novelas de Jane Austen, ella no.

Estaba con él, por costumbre tal vez, porque al principio es imposible que un diamante como lo era él, no deslumbrase a una chica que sólo había visto carbón.

Bebió su café americano, y siguió tecleando el largo email que enviaría a la universidad para poner en pausa el master, el proyecto le iba a exigir estar viajando de un lado a otro. R.J se lo había advertido.

Su celular sonó con un mensaje de Alexander, estaba a punto de llegar al apartamento, así que sin mucho afán, dejó el billete de diez dólares en la mesa, se puso el abrigo gris para después enredar la enorme bufanda de cuadros oscuros que parecia sacada de Harry Potter.

Caminó por las calles de Brooklyn, aquella parte era la más cercana de Manhattan, Williamsburg era la primera parada del subway, así que era fácil perderse por un rato en sus calles de ladrillo rojizo con los enormes árboles de hojas verde claro, altos y delgados.


Cuando abrió la puerta el aroma a su perfume fue lo primero que le recibió, Alexander era hombre de rutinas y una de ellas era el perfume, una vez que se encaprichaba con un aroma o marca en particular, la usaría por el resto del año, esta vez era Christian Dior, el objeto de su nueva obsesión, junto con la fragancia cítrica que habían lanzado.

—Hola— la saludó con un delicado beso en los labios, Maddie sólo respondió con uno muy pequeño, quería quitarse el abrigo, además de dejar su computadora que ahora le pesaba más que antes.

—Dijiste que querías hablar de algo urgente— asintió levemente, quitándose las botas, para caminar por el laminado sin que el tacón hiciera ese eco horrendo que le martillaba los oídos.

—Primero cuéntame cómo te fue en el viaje— se sentó en el sillón de piel, mientras lo veía sonreírle de esa forma tan particular, tan dulce; no lo merecía.

—Bien, lo de siempre, estuvimos con algunos embajadores, el primer ministro noruego estaba ahí, así que te imaginaras a mi madre queriendo que mi hermana conociera a su hijo— asintió levemente, tratando de interesarse en la plática.

—Pero dime que sucede— se levantó del sillón para ir hasta el pequeño bar que había en el Pent House, sirvió una copa de vino, además de un whiskey para él.

𝓣𝒉 𝒐 𝒓 𝒏 𝓼 || ᴀᴅᴀᴍ ᴅʀɪᴠᴇʀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora