Nuestro gran Everest

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Pasado el receso invernal y una semana.

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Esto comienza en una especie de altar que tenía una estatua de una de las vírgenes de alguna religión o secta dónde además de quitarte el dinero, intentan lavarte la cabeza, estaba construida con ladrillos y cemento, estos estaban agrietados por el paso del tiempo, le daban un toque muy tétrico por las noches, en la parte más alta sobre la gran loma ubicada frente a la casa de Juan.

Nos subimos sobre está como era casi de costumbre en esos dias, a lo lejos dividamos una montaña blanca bastante grande.
Lamentablemente hoy en día ya no es lo que era en ese tiempo, está solía ser majestuosa, imponente cual castillo en las cruzadas de antaño en Europa, ahora es un barrio residencial.
Cómo era de costumbre dijimos que iríamos hasta ese lugar y plantariamos una bandera, cómo aquellos astronautas que lo habían echo en la luna, aunque esto parece que era un montaje pero es irrelevante.
Cómo ya se avecinaba la puesta del sol lo dejamos para otro día ya que ambos teníamos que volver a casa.

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Al siguiente dia, luego de la escuela 18:40.
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Cómo era casi habitual en cada una de nuestras expediciones a lo conocido y a lo por descubrir, preparamos aquellas mochilas y partimos hacia aquel destino.
En nuestro trayecto tuvimos que afrontar varias pruebas que nos pondrían a prueba mental y físicamente, eran bastante difíciles para nosotros, cómo subir grandes colinas que se sentían casi infinitas e imposibles de llegar a su cima, evitar plantas con pinches que parecían que con solo rosarlos podrías morir por el veneno que estás tenían.
A mitad de camino estuvimos casi por volvernos hacía casa, estábamos tan cansados que ni durmiendo muchas horas podríamos recuperarnos, pero decidimos descansar y jugamos piedra, papel o tijeras para ver quién tenía que sacar las cosas de su mochila para comerlas y recomponer nuestra energia, luego de jugar el mejor a 3, perdí asique tuve que sacar las cosas, comimos los sándwiches y tomamos el jugo, dejamos para la vuelta los de la mochila de Juan.
Cuando por fin llegamos a donde comenzaba el principio de aquella colina, quedamos estupefactos por lo grande que era ya que parecía el Everest.

La verdad subirlo fue bastante difícil, casi nos caemos varias ocasiones de no ser porque siempre alcanzabamos a agarrarnos de alguna raíz o piedra bastante grande, si hubiésemos caido habríamos terminado en el hospital si es que aprecia alguien por dónde estábamos.
Cuando subimos a su cima, una sensación de alegría recorrió nuestros cuerpos, cómo si te sacarás la lotería de 1 millon de dólares, nos sentimos invencibles que podíamos ante cualquier cosa.
Lo único malo fue que cuando quisimos plantar nuestra bandera, fue que no teníamos una, simplemente nos sentamos en la orilla a disfrutár los sándwiches y el jugo que tenía Juan, mientras disfrutábamos la vicion casi completa de dónde vivíamos, junto de ver el sol caer sobre el pueblo donde residiamos.

Un Adiós Bastante InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora