15. Noche estrellada

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—No lo repitas. —Sonreí con calma.

—¿Qué pasa? —dijo Joel asustado.

—Desaparecieron, pero si acusas que te diste cuenta, también lo harás. —Sabía que mis palabras despertarían el pánico de mi compañero, pero también estaba seguro que con ello podría mantenerlo a salvo.

—No entiendo. —Su rostro angustiado se desfiguró.

—Cuando podamos hablar, te contaré todo—dije estirando la mano para alcanzar un frasco con salsa espesa de color amarillento—. Ahora finge que nada malo ocurre.

Joel me obedeció. Se quedó en silencio, agarró un plato, al igual que el resto de personas en la mesa, y lo rellenó de comidas exóticas y novedosas a nuestro paladar.

Sabía que tenía que pensar, analizar y medir mis pasos y opciones a futuro, pero también mi estómago pedía a gritos un poco de comida, así que aproveché el descanso para comer vegetales, proteína y beber líquidos a destajo.

—Mastica con cuidado —me dijo fuerte Neftalí.

—Está muy bueno —respondí actuando con normalidad.

Abel se sentó cual Jesús en el centro de la mesa, y comenzó a comer al igual que nosotros. Mis movimientos fueron siempre serenos y calmos, aunque por dentro quisiera gritar y explotar de emoción por la incorporación de Joel a nuestro equipo. Si es que así podría llamársele. El equipo de los conscientes en contra del Sistema.

¿Qué había ocurrido con Joel que ahora recordaba la existencia de Noemí y Magdalena? ¿Algo en su interior o un defecto de lo exterior?

Recordé nuestra última semana en la Formación, hace solo siete días nuestra realidad era completamente distinta. El día de la despedida en la Estación Nacimiento de la Formación Agustina estuvo cargado de nostalgia y tristeza. En gran manera, habíamos tomado conciencia de la separación inevitable con nuestros pares y amigos. Los tutores de la Estación realizaron una actividad común en la cual expusieron toda nuestra vida en imágenes y videos, para luego darnos libertad de despedirnos de nuestros espacios y lugares preferidos.

Esa tarde la pasé en el museo de los trenes que fundé a mis quince años de edad. Una habitación completa con la colección histórica de las máquinas, pasando desde los primeros trenes a carbón hasta los últimos tranvías a gas natural. El reducido espacio que albergaba el principio de las locomotoras en tiempos antiguos me daba calma y tranquilidad, sabía que no volvería a ver mi legado, pero me dejaba contento contribuir a la educación de las próximas generaciones.

Me senté en un pequeño sofá dispuesto hacia la exposición y escuché los pasos de alguien acercarse. Joel se sentó a mi lado y comenzó a hablarme de la importancia de mi trabajo. Él siempre me aduló. Desde los trece años, aproximadamente, comenzó a desarrollar una especie de cariño especial hacia mí. Me reconocía cada paso que diera como un logro de suma importancia para mi desarrollo. Al principio, no entendí que se trataba de un enamoramiento, pero con el tiempo comprendí la fuerza de esa pasión que él sentía. Ese día, en la exposición, por primera vez creí corresponderle.

—No quiero que nos separen —dijo Joel al borde de las lágrimas.

—Yo tampoco —respondí con la misma sensibilidad—. Creo que no podré vivir sin ti.

—¿A qué te refieres?

—Tú eres quien siempre ha estado detrás de mí, ayudándome a armar o desarmar, a crear o construir... —La voz se me quebró—. No quiero vivir lejos de ti.

TRIADAS: Isla de InducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora