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Alemania.

1954.

Castiel intentó contener el llanto antes que salieran de sus ya, bastante hinchados ojos, sostenía en sus manos un sobre de café instantáneo, y dentro de su gran abrigo había una considerable cantidad de dinero, iba a pedirle perdón a aquella chica que le juró amor, le habían enseñado que jurar en vano era pecado, que Dios lo castigaría por mentir, pero lo pensó bien y llegó a la conclusión que todas las personas mentían, que nadie era libre de aquel pecado que no era mortal.

Dios; aquel ser superior en quien había encomendado su vida desde que era un niño, lo amaba, amaba aquel hombre que murió por sus pecados en aquel madero, lo amaba porque Él lo amó primero, así que ¿Por qué un ser tan divino y misericordioso como lo era Él le impediría amar? Algo ridículo que la gente inventaba. Dios mandó a amarse, y Castiel lo hacía, amaba como nunca había amado. Así que dejaría de mentir, de mentirse.

Tocó la puerta de la casa de su prometida, aspirando por la nariz para no estallar en lágrimas, ya que eso también le habían enseñado; los hombres de deben llorar, porque el llorar es para las mujeres y los niños.

No recibió respuesta y después de unos minutos dejó de insistir, apretó el sobre de café entre sus helados dedos y botó vapor de su boca, hacía frío.

Giró para retirarse de ahí, cuando la madera chilló a sus espaldas y el crujiente sonido del metal girando fue señal de que aquella bella mujer; salió, con varias capas de ropa encima suyo y con el cabello perfectamente peinado hacia atrás, se quedaron eternos segundos con la mirada fija en el otro, se conocían tan bien que no hacía falta palabras para que Castiel pudiera transmitirle lo que sentía, la chica traspasó la puerta y la cerró a sus espaldas, con paso rápido llegó al frente del que consideraban el amor de su vida, pero con una triste sonrisa y su maquillaje desprendiéndose de sus ojos supo que ya no era así.

Aquel alto chico pelirrojo la abrazó, la chica se hundió en la curvatura de su cuello y pasaron unos momentos ahí con el único sonido de sollozos agudos y graves por parte de ambos, la chica era la primera en escuchar cómo se oía el llanto de Castiel, y no se sintió bien.

Se separaron después de unos largos minutos ya que sus pieles se sentían frías, la chica sonrió cuando bajó la mirada a la mano de Castiel y vio aquel sobre de café instantáneo.

—¿Quieres agua para tu café?—preguntó caminado de espaldas para abrir nuevamente la puerta. El pelirrojo asintió en un intento por mostrar una sonrisa.

—Gracias—le dijo adentrándose a la casa que conocía bastante bien.

—Tranquilo, para eso están los amigos.

Sonrió, tomó asiento y se concentró en su dedo anular y medio, cada uno adornado con un anillo, se sacó el del anular y lo puso en la mesa, sintiéndose dolido más no culpable.

La chica regresó con una taza humeante debido al agua caliente.

[...]

—Pertenecías a mi mundo—terminó su taza de café, la chica se quedó en silencio, no añadió nada.—Pero ahora no tengo un mundo, se destruyó o se desvaneció solo, pero ¿sabes?, acabo de construir uno junto a él, y jamás había construido uno junto a nadie.

La chica lo abrazó y lloró de nuevo —No digas más, lo sé—no era porque no quisiera escucharlo, pero las palabras que pronunciaba le dolían, sus ojos verdes no dejaban de brotar lágrimas ¿cuánto se debe amar a una persona para resignarse a que debe ser feliz sin que esté a tu lado?

Una completa locura.

—Solo sé feliz, por favor—murmuró con la voz entrecortada debido al llanto, Castiel asintió dejando un beso en el suave cabello naranja de ella.

"Gracias"

Actualidad.

Castiel miraba divertido a Nathaniel mientas intentaba pelar una naranja, varias risas salían de su boca a lo que el más bajo fruncía se ceño mientras ejercía toda su fuerza para abrir la fruta.

—Deja de burlarte de mí—le reclamó con un puchero adornando su labio inferior, Castiel se acercó a él sin borrar la sonrisa de sus labios.

—No lo hago—golpeó suavemente con su palma la parte trasera de la cabeza de Nathaniel ganándose que el chico lo mirara furioso.

—Eres muy malo conmigo.

—Nath, no lo soy.

—Sí lo eres.

—Que no—Castiel en ese momento pasó una de sus manos por la cintura del rubio haciendo que todo el cuerpo del más bajo se erice al sentir aquel mínimo toque—Pero si quieres te puedo ayudar a pelar la naranja—le susurró en el oído, con una voz ronca y sensual, las mejillas de Nathaniel se calentaron y sintió que su corazón latía más rápido de lo que ya lo estaba haciendo.

—P-por favor—balbuceó y con su mano temblorosa acercó la naranja frente a su novio. El pelirrojo sonrió y antes de coger la fruta dejó un beso en la mejilla de Nathaniel.

—¿Te puedo hacer una pregunta? —Castiel un poco menos nervioso asintió a la pregunta que le realizó el más bajo.—Castiel, ¿Crees en la reencarnación?"

El más alto frunció el ceño sin entender por qué Nathaniel le realizaba esa pregunta. Llevó una de sus manos a su mentón y fijó su vista en el techo, y después de pensarlo un momento, contestó.

—Tal vez—no era una respuesta que esperaba, pero se sintió conforme con escucharla—¿Por qué me preguntas eso?"

—Porque no lo sé, pienso que la reencarnación existe, o al menos el deseo de una persona antes de nosotros que no pudo cumplir con lo que quería.

—Cada vez haces preguntas más extrañas—dijo divertido acercándose al hombro de Nathaniel para recostar su cabeza—Pero si eso fuera verdad, no quisiera reencarnar en nadie.

—¿A no? —negó con la cabeza.

—No, porqué quisiera poder cumplir todo lo que quisiera en esta vida, para no tener que encomendar mis deseos a alguien más.

—Y ahora eres tú el de las respuestas extrañas—sonrió.

—¡Otra vez te estás burlando de mí!

Y aún con esa respuesta Nathaniel pensó que reencarnar era algo simplemente fascinante.

1950「casthaniel」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora