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-¡Max, despierta! -

Silencio.

-¡Max! ¡Levántate o entraré allí! -

O no eso ni de coña.

Tiro de las sabanas hasta que estas caen al suelo, saco mi cuerpo del colchón y arranco mi camiseta de un tirón, al igual que el pijama. Mi padre sigue bramando en la puerta de la habitación; la perilla se mueve sacudiendo la puerta.

-¡Ya abrí los putos ojos! - gruño, dando zancadas hacia las escaleras del sótano. Detengo mis pasos al escuchar que la madera de la puerta ya no se mueve como si hubiera adquirido vida.

Sí, así es vivo en un sótano en la casa de mis padres.

La razón: aun ser menor de edad o como yo digo tener diecisiete malditos años.

Busco la ropa más cómoda que encuentro entre la montaña de ropa del sofá viejo, que aguarda por ser doblada, planchada y acomodada en un lugar adecuado. Lo cual me vale una mierda.

Tomo unos jeans oscuros, una camiseta antigua que me mola, porque lleva a mi banda favorita State Champs y una chaqueta oscura. Me visto de la forma más tranquila que pueda existir, aun con un dolor punzante por la resaca.

Abro uno de los cajones de mi mesa de noche sacando una pastilla blanca; la paso de forma rápida sin agua.

Subo las benditas escaleras húmedas del sótano con los pies enfundados en medias, una de ellas tiene un pequeño agujero en la planta del pie, nadie lo notaria, además que se jodan por mi forma de vestir.

Cojo las botas negras de la entrada, me las coloco tambaleándome con riesgos de rodar escaleras hacia abajo, desbloqueo la puerta y salgo a ese puto medio social que huele a mierda.

Entro por el umbral de la cocina, mi padre está sentado junto a la mesa con su perfecto traje azul, sin ningún rastro de barba y lagañas en los ojos; lleva el diario entre las manos mientras lo ojea. Una parte del periódico se encuentra en la mesa. Kay Black odia los deportes, por esa razón y otras, desecha esa parte hermosa del diario matutino.

-Veo que me has desobedecido, Max - su voz ronca resuena en la mediana cocina.

-Buenos días a ti también papá - tomo una de las sillas blancas y acomodo mi trasero.

-¿Qué sucedió con la ropa que te compramos la semana pasada? - pregunta bajando el pedazo de papel, dándome una única vista su rudo rostro y esos ojos grises, que por desgracia heredé.

-La doné al orfanato de unas calles más adelante - me encojo de hombros, mientras veo la mandíbula tensa de mi querido padre. - ellos sí la sabrán apreciar, con estos trozos de tela, que por cierto a mi me molan y los compro con mi propio dinero basta para cubrirme.

-Max no permitiré que me hables de esa forma - deja caer el periódico en la mesa dando un fuerte golpe sobre él. - No me hagas...

-¿Qué vas a hacer? - le reto apretando los dientes y manteniendo un contacto visual amenazante. - ¿Vas a encerrarme como lo haces con mi hermano? - Pregunto levantado la voz con solo una intención... - ¿Vas a obligarme a acatar tu peticiones golpeándome con tus estúpidas ideas narcisistas ¡Justo como lo haces con Michael!?

Almas Rotas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora