01 - La Llegada

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(Punto de vista de Maite)

El viaje fue largo, larguísimo. Dejé París hace casi dos días para llegar a Acacias esta mañana. Me recomendó mi tio Armando a que buscara un tren en horario nocturno para poder llegar a tiempo de la fiesta organizada para este fin de tarde, con la gente de ese barrio. Acacias, que nombre más raro. En fin.

Vine todo el camino subestimando esta tierra y su gente, que serían todos unos "cuadrados" y cotillas, pero de momento no me puedo quejar. Admito que me he equivocado y todos me recibieron muy bien en el Restaurante Nuevo Siglo. Me llevó mi tío; me había ofrecido transporte desde la estación de tren hasta casa, y de ahí al restaurante.

Al llegar al andén de la estación, pude mirar por la ventanilla del tren como las casas estaban dibujadas en perfecta simetría, haciendo un paisaje maravilloso. Predios bajos, todos muy parecidos, y una plaza con un fuente y bancos donde los ancianos charlaban y los niños jugaban con alegría. Un ambiente muy tranquilo, la verdad; incluso parece que los coches no han llegado aquí todavía, aparte de los casos de dos o tres personas más viajeras. Hacía calor cuando bajé del tren para sentir el abrazo de mi tío Armando.

- Que tal ese viaje? Hace tanto tiempo, mi Maiteziña! - dijo, con una sonrisa luminosa como el Sol.

- Tío, cuanto le he echado de menos! Pero, por favor, si me sigue llamando por ese apodo, me meto de nuevo en el tren! - refunfuñé.

- Bueno, bueno. Perdóname, pero para mi, siempre serás la pequeña. Vamos? Deja que lleve esa maleta.

Subimos al coche, pasamos por calles tan pintorescas hasta pararmos a la puerta de un edificio modesto y nos acercamos a pie a la planta baja. Al entrar en mi nuevo piso, me atacaron unos escalofríos por los nervios de la mudanza, pero algo en mi me dijo que podré ser feliz en este lugar. Dejé mi maleta, las bolsas que traía con el resto de mis materiales de pintura y fuimos directamente al famoso restaurante, el "mejor de Acacias", como me comentó mi tío.

La puerta estaba abierta y había mucha gente hablando. Gente de la conocida clase alta de Acacias; hombres y mujeres muy bien vestidos que reían, comentaban sus cosas, pero los más raro fue que, al momento que pasé por la puerta de entrada, todos se callaron y se quedaron mirándome de alto a bajo.

- Pero si es... la famosa pintora!

- Ay, que llegó nuestra invitada, la dama parisina...

Se fueron acercando a la vez y saludándome entre sonrisas y palabras simpáticas. Pude oír algún comentario menos agradable entre susurros sobre el hecho de llevar pantalones puestos, pero decidí ignorarlos, ya que acababa de llegar y era yo la única nueva en el ambiente. Al cabo de veinte minutos, abrazo para aquí, manos para allá y toda yo harta, bien harta de cada "salamicoque". Busqué a mi tío con la mirada, esperando que me pudiera alejar de tanta confusión, pero no me hizo ni caso. Parecía contento de forzarme a contactar con miles de personas al mismo tiempo.

Estaba ya a punto de dirigirme al exterior, para respirar aire fresco y quizás fumar un cigarrillo, cuándo sentí un fuerte empujón y un líquido caerme en cima. No pude evitar y solté un grito, medio de asombro, medio de enfado. Mis pantalones beige, todos sucios de vino tinto! Noté como todos los presentes me cercaron y miraron la escena que era digna de película. Empecé a sacudir la ropa, cuándo unas manos me detuvieron.

- Perdón. Perdón. Estaba muy pesado y he perdido el eq...

Por un momento, pude permitirme pensar "Que voz dulce. La más dulce que he oído nunca. Quién será?"

Al girarme y intentar sacudir sus manos de las mías, le dije:

- Todo bien. No se preocupe...

Sin darme cuenta, ya estaba mirando intensamente a la dueña de esa voz tan bella, que aún me tomaba las manos y, consecuentemente, cometiendo un tremendo error. El error de dejarme atrapar.

- Camino, recoge todo esto! - Pude escuchar como una señora alta y rubia regañaba a la joven que yo tenía delante, y como esa pequeña frase la había dejado muy tensa.

Miré las dos y insistí que estaba todo bien, que no pasaba nada, pero la que tenía pinta de ser la dueña del restaurante decidió acercarse.

- Le ruego que disculpe a mi hija. Es muy torpe. - Musitó.

Asentí con la cabeza y sonreí. En unos segundos, sentí como la mirada de la misteriosa "torpe" joven se posaba en mi y le sonreí también.

- Así que... es su hija?

- Sí. - Contestó la señora alta que vine a saber llamarse Felicia. Me llevaría unos... diez años en cima, esta Felicia. Así que... su hija, Camino, sería unos quinze años más joven que yo. A ver... reacciona, Maite!

Miré a la joven mujer, presentándole mi mejor sonrisa, y le extendí mi mano:

- Pues, Camino... Encantada. Soy Maite.

Camino tomó mi mano con sutileza y esbozó una sonrisa tímida, pero encantadora. Su mano era suave, tan pequeñita y estaba caliente. Sentí como me nacía un fuego dentro del pecho y me quedé mirándola, apreciando su belleza y intentando leer en sus ojos. No sé que le habrá pasado, si le estaba incomodando pero, de un segundo al otro, bajó la mirada y soltó una disculpa para alejarse, dejándome viviendo una mezcla de ansiedad, curiosidad y... deseo.

 Así que pude, mentí y avisé a los vecinos que vendría caminando para casa, ya que tenía muchas maletas por deshacer y necesitaba descansar. Pero la verdad es que al cerrar la puerta de mi piso, me estiré en el sofá con una copa de Cointreau entre manos y lo único que pude hacer el resto del día fue... pensar en ella.

Descubrimientos - Una fanfiction MaitinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora